Lect.: Hch 6, 1-7; 1 Pe 2, 4-9 ; Jn 14, 1-12
1. Como lo recuerdan otros colegas en comentarios semejantes a éste, y como lo he repetido en otras reflexiones anteriores, lo que transmite el evangelio de Juan es un conjunto de “reflexiones de la comunidad [joanina] a través de muchos años de vivencia cristiana”. Recordemos, una vez más, que este “Evangelio de Juan” se escribe en la novena década del siglo 1. Su autor o autores, por tanto, basados en recuerdos del Maestro transmitidos una y otra vez, ponen en boca de Jesús lo que, en realidad, eran vivencias experimentadas por ellos. Por eso, es maravilloso leer el mensaje que transmiten. Algo breve y sencillo pero que reta a cambiar de manera radical la manera de creer en Dios a la que estaban acostumbrados.
2. En los diálogos con Pedro, con Tomás y con Felipe que aparecen en el capítulo anterior, el 13, y en este que leemos hoy, las preguntas que le hacen los apóstoles, consiguen respuestas contundentes de parte de Jesús. Después de que Él les ha dicho, «adonde yo voy, ya sabéis el camino», Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Y entonces Jesús le responde: «Yo soy camino, verdad y vida”, así, sin más, los tres sustantivos sin artículos, calificando la identidad de Jesús. Y añade, «Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Pero no solo es Tomás quien demuestra ignorancia. Sigue Felipe, que parece no hacer entendido nada de lo que acaba de decir Jesús, e insiste, «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le reprocha con una afirmación desconcertante: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?»
3. Como dije al principio, este mensaje revelatorio reta a cambiar de manera radical la manera de creer en Dios a que aquellos galileos estaban acostumbrados. Y quizás nos retan a nosotros de manera parecida. Aquellas generaciones de gente religiosa, tenían “claro” que una cosa era el plano de Dios y otra el de los humanos. Dentro de la misma visión cosmológica en que se manejaban la realidad divina estaba “arriba”, “en los cielos”, “lejana”. Si en el Antiguo Testamento Dios - Yavé, “se acercaba” al pueblo de Israel, lo hacía mediante sus profetas, sus líderes, todos representantes de Dios. Pero Jesús no llega como “representante de Dios”, sino como presencia misma de Dios, siendo como él mismo se decía, el Hijo del Hombre. El que ve a este hombre, ve ahora a Dios, porque cuando Jesús actúa, es el Padre que habita en él, quien hace las obras. Y le anticipa a los discípulos que las obras que ellos harán serán aún mayores. Lo que conlleva aceptar que el Padre seguirá haciendo sus obras en ellos, en nosotros también las generaciones posteriores de discípulos.
4. Desde que yo era un adolescente para acá, sobre todo, después del Concilio Vaticano II, el lenguaje religioso, queriendo aterrizar más, ha ido cambiando. Ha tratado de superar esa idea de la “lejanía” de Dios. Y de variadas formas habla de Dios que siempre “nos acompaña”, del Padre que desde “su trono” “vela siempre por nosotros; habla también de Jesús como “amigo cercano”. Pero un poco como Tomás y Felipe, no alcanzamos a admitir que habitamos en Dios y él en nosotros. No basta con verlo “aquí abajo” y no “arriba”, sino que debemos descubrir que Él está en nosotros y no afuera. Que la presencia de Dios está en el ser humano, como nos lo mostró el Hijo del Hombre, y continuará haciendo sus obras en nosotros cuando abramos los ojos y descubramos su presencia transformadora y, para ello, cuando tengamos la valentía para aceptar que podemos experimentar esa “nueva” y más profunda dimensión de la vida humana. Lo que el discurso de Jesús de este evangelio propone como futuro para aquellos discípulos es ya presente para aquella comunidad joanina la que escribe este evangelio. Lo que ahora quizás apenas estemos descubriendo con una lectura espiritual y no meramente “religiosa” de este evangelio, nos permite esperar que en un futuro muy cercano el Espíritu de Dios lo irá realizando en cada uno de nosotros. Es el descubrimiento que nos hará cristianos adultos y fuertes y nos permitirá “hacer obras mayores” que las de Jesús, incluso en situaciones tan duras como las de la pandemia actual, sin tener que pensar, como en la mentalidad anterior a Jesús de Nazaret, que tenemos que pedir que las soluciones nos las dé “el de Arriba.” Ω
Cierto Padre Dios habita en nosotros con toda su dignidad tenemos que aprender a apropiarnos del poder de Dios en nuestras vidas.
ResponderBorrar