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Bautizo de Jesús, conciencia de una nueva misión

Lect.:     Is 42, 1-4. 6-7 ; Hch 10, 34-38  ; Mt 3, 13-17



  1. Estoy convencido de que cuando uno lee los evangelios, sin tomar en cuenta el marco histórico de los hechos que ahí se narran, existe un gran riesgo de perder el sentido de la Palabra y de dejarse llevar por la imaginación, la doctrina posterior o, a veces, el sentimentalismo. Como, también, cuando uno los lee sin tomar en cuenta su género literario, —si son historietas, poesía, relatos metafóricos u otros—, es fácil caer en fundamentalismos. Y esto puede pasar, en concreto, con este relato del bautismo de Jesús que nos transmite Mateo. Lo lógico sería preguntarse, de antemano, quién era este Juan Bautista, por qué está en el desierto, por qué le siguen muchos hasta ahí, por qué ha escogido bautizar, sumergiendo en las aguas del río Jordán, en vez de escoger cualquier otro riachuelo más cercano… Y, en fin, si cuando se habla del “bautismo” el evangelista Mateo está hablando como lo hacemos hoy día los católicos, referido al sacramento de iniciación de la vida cristiana. O a algo más. Por eso, decía al principio, para encontrar las respuestas y captar así el sentido del mensaje que se nos transmite hoy, hacen falta dos cosas: primero, un conocimiento básico del contexto histórico de lo que sucede en Palestina en esos años, y una comprensión también básica de los símbolos utilizados. 
  2. Me parece importante, al menos hacer varios recordatorios sobre el contexto y el tipo de escrito. El primer recordatorio es histórico: es preciso tener en mente que Israel y Judá, por tanto Galilea, viven ocupados por el ejército romano. Es comprensible pensar en las ansias de liberación que tenía todo el pueblo en los territorios de Israel y Judea, pero sobre todo, unas masas de campesinos pobres, los más afectados por la dominación romana y por no haberse hecho realidad para ellos los sueños de la “tierra prometida”. Estas ansias de liberación habían provocado, ya desde años atrás levantamientos en algunos grupos y, comprensiblemente, la consiguiente represión salvaje y sin misericordia por parte del Imperio Romano.  Pero también habían provocado, otro tipo de reacción, no de carácter violento como rebelión armada, sino de inspiración religiosa, guiada por líderes que se presentaban como profetas apocalípticos, para pedir una intervención extraordinaria de Dios para lograr la liberación, y anunciaban que él lograría la victoria del bien sobre el mal. Como siglos atrás el poder de Dios les había conducido de la mano de  Moisés y Josué, combatiendo a los enemigos.  Este cuadro explica la misión de Juan el Bautista. Como su predicación lo delata, Juan se colocaba en la línea de los profetas apocalípticos, que anunciaban una liberación que vendría con grandes castigos para quienes habían sido causantes del dolor y la opresión del pueblo, —no solo los romanos, sino, también, las clases dirigentes políticas y religiosas colaboradoras del Imperio.
  3. El segundo recordatorio es también histórico pero de carácter simbólico: el venir del desierto y pasar las aguas del río Jordán simbolizaban el paso que había realizado Josué siglos atrás para llegar a la tierra prometida y, por tanto, al bautizarse, al sumergirse en el Jordán, se realizaba un gesto, un signo, un ritual que expresaba, junto al arrepentimiento por los pecados, la confianza en que al realizarlo, Dios, igual que entonces, vendría, de nuevo a salvarlos. Así, todos los que eran bautizados por Juan, expresaban de esa manera su identificación entre sí, uniéndose a la red, al movimiento que formaban todos los que pedían la liberación por parte de Dios.  Esto explica que una multitud de gentes siguieran al Bautista al desierto. Su bautismo tenía un aspecto de piedad, pero también de lucha de liberación, aunque no lo fuera por las armas. Aquí podemos mencionar el tercer recordatorio: al sumergirse en el Jordán junto con muchos otros, Jesús se identificaba con esta predicación y estas aspiraciones de Juan el Bautista. En cierto modo, Jesús, inicialmente puede considerarse un discípulo de Juan.
  4. Sin embargo,  toda la vida y predicación posteriores de Jesús, muestran cómo se aparta, incluso rompe, con las ideas del Bautista y va construyendo un programa de vida nuevo y distinto, fundado no sobre la realización de rituales que pedían una intervención milagrosa de Dios, para liberar al pueblo, sino en el convencimiento de que el Reino de Dios ya estaba al interior de ellos, aquí y ahora. Los evangelistas que reseñan este episodio, destacan que para Jesús ya aquí se da el inicio de su toma de conciencia de que el Espíritu de Dios se posa sobre él como hijo amado del Padre. En el programa de su predicación no se encontrarán ya rasgos de intervenciones divinas apocalípticas, y menos aún de la necesidad de rebeliones armadas violentas.  Se entra en este Reino al tomar conciencia de que  esto no se  logra con prácticas de mortificación, como las del Bautista, ni menos aún, por acciones violentas, sino dejándose invadir y transformar por el Espíritu que mora en él. La liturgia de este domingo, en las otras dos lecturas se hace eco también al hablar Pedro en el libro de los Hechos, de Jesús de Nazaret como el “ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” .  Y al aplicarle la lectura de Isaías quien en nombre de Dios proclama, “He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país.”  Es un perfil enérgico, al servicio de la justicia, pero modelado por la misericordia. Es una senda nueva, válida no solo para aquel momento histórico sino para quienes posteriormente queramos seguir sus huellas.  Cualquiera que se diga seguidor de Jesús, a partir de entonces,   ha de hacer suya la misión reconocida en ese bautismo en el Jordán, y expresada por Isaías: “Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas”.  Reconociendo y aceptando la plenitud que se nos ha dado por la gracia de Dios es una vocación que va mucho más allá de superar toda forma de dominación mediante intervenciones divinas extraordinarias o mediante el recurso a las formas violentas.Ω

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