Lect.: Is 49, 3. 5-6; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
- Existe una gran riqueza en contar con diversos relatos evangélicos, incluso de un mismo hecho. Eso nos permite reafirmar, por una parte, lo que ya sabemos: que los evangelios no son una crónica histórica que pretende relatar la biografía de Jesús sino, más bien, la transmisión de las experiencias de la vida de Dios que tuvieron las diferentes comunidades de discípulos de Jesús durante los primeros dos siglos. Y esas experiencias están condicionadas por sus diferentes necesidades, por sus diferencias culturales, que les llevan a enfatizar unos aspectos más que otros en sus recuerdos de la vida de Jesús.
- Así, por ejemplo, cuando en este domingo leemos un relato narrado por Juan el evangelista, sobre el testimonio que dio el Bautista cuando conoció a Jesús, nos transmite un mensaje que no coincide, aunque no contradice, pero más bien complementa el relato que nos contaba Mateo en el texto que leímos el domingo pasado. A las comunidades de Mateo lo que les interesaba recalcar era el simbolismo del bautismo que realizaba Juan, que expresaba la llegada de una liberación para los pobres y oprimidos, representada por el paso del desierto a la tierra prometida, así como lo había realizado siglos antes el pueblo de Israel, sacado de Egipto por Moisés y liderado por Josué en el paso del Jordán.
- En cambio, las comunidades del evangelista Juan, ponían más énfasis en lo que había sido su propia experiencia: que la liberación de todos sus males, de la esclavitud y las tinieblas solo se puede alcanzar cuando se recibe y se acepta al Espíritu divino, cuando nos dejamos empapar y sumergir en ese Espíritu que nos permite nacer de nuevo. Ese espíritu divino es el que nos da la capacidad para amar con lealtad, con fidelidad y desinteresadamente. El dejarse sumergir en ese Espíritu es el que da lugar a que en cada uno de nosotros, libres de la opresión del egoísmo y de la ceguera, de nuestro interior brote una vida nueva que nos permite alcanzar la plenitud humana y divina. Para el evangelista es de esta manera como se completa la obra creadora. Jesús le hablaba a Nicodemo de la necesidad de “nacer de nuevo”; Pablo habla de una persona nueva.
- Estas vivencias que tuvieron las primeras comunidades organizadas y animadas por Juan el Evangelista producen, sin duda un eco en nosotros, veintiún siglos después, cuando nos permiten entender que los retos de liberación que tenemos a nivel social, político, económico, familiar, pueden ser superados en la medida en que todas nuestras luchas, proyectos, estén conducidos y realizados por personas que han aprendido a vivir en la vida del Espíritu. Que no se quedan ni en las doctrinas, ni en las ideologías, ni en los instrumentos técnicos, ni en las estrategias organizativas, ciertamente necesarios, sino que van más allá de todo esto, movidos por esa capacidad que da el amor desinteresado. Dicho de otra manera, de estas dos formas de leer el encuentro de Jesús con el Bautista, —la de Mateo y la del evangelista Juan— podemos derivar nuestra comprensión de dos dimensiones que debieran ser inseparables en nuestra vida como discípulos de Jesús, como bautizados. Una es la de nuestro compromiso por vincularnos a todas las luchas que conduzcan a “alcanzar la tierra prometida”, una “tierra nueva y un cielo nuevo”, una sociedad en la que la convivencia humana esté guiada por la justicia y la fraternidad. Pero la otra dimensión, indispensable incluso para que ese compromiso pueda darse, es la de dejarnos invadir y conducir por ese Espíritu que nos recrea personalmente y que hace de cada uno un hombre o una mujer movidos por el amor desinteresado. Ningún liderazgo efectivo para promover la transformación social, política y económica, puede darse si no está arraigado en ese amor desinteresado. Como tampoco ninguna vida es realmente vida en el Espíritu, si no se proyecta en un compromiso leal y fiel que conduzca a la liberación de toda forma de tinieblas y de opresión que afecten a nuestra comunidad humana.Ω
Si Padre es cierto tenemos que hacer del Espíritu Santo para poder seguir a Jesús y datle importancia a lo verdaderamente importante sin perdernos en eufemismos o doctrinas arcaicas.
ResponderBorrar