Lect.: 2 Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43
- Tanto nosotros, como las primeras comunidades cristianas, hemos tratado de mostrar nuestra admiración, cariño y respeto por Jesús de Nazaret aplicándole los que consideramos “mejores títulos” y calificativos. Así lo hemos llamado “Cristo”, es decir, ungido, también lo llamamos Mesías, Señor, … En los evangelios se le llama Maestro, Hijo del Hombre Son siempre adjetivos influidos por la época y lugar en que vivimos, por nuestros rasgos culturales. Así, en 1925, escasamente hace un siglo, el papa Pío XI instituyó la fiesta de “Cristo Rey”, alarmado por la situación política y pre-bélica por la que atravesaba Europa. Quería recordar que mil seiscientos años antes, el Concilio de Nicea había añadido al Credo apostólico la frase “y su reino no tendrá fin”. De ahí pasó a llamar a Jesús “rey”,. Éste como otros títulos que le hemos dado no pasa de un nivel metafórico, por supuesto. Pero hay que reconocer que un título como el de “rey” puede chocar bastante a muchos de nosotros cristianos. No solo porque somos de una país de tradición republicana y democrática sino, además porque asociamos ese título con el de poder absoluto y el uso de la autoridad e incluso la fuerza para someter a los súbditos. Sabemos, además, que en diversos pasajes evangélicos, se nos cuenta que Jesús huyó cuando percibió que algunos grupos querían proclamarlo rey. Y fue claro con sus discípulos cuando les dice que: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes entre los pueblos paganos los dominan con tiranía y los poderosos abusan de su poder. ¡Que no sea así entre ustedes! Al contrario, el que quiera ser importante que se haga servidor de los demás, y el que quiera ser el primero entre ustedes que se haga esclavo de todos, porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos» (Mc 10: 42 - 45; ver Mateo 20: 20 - 28 y Lucas 22: 24 - 27). No se trata solo de que es figura autoritaria y de poder no corresponde al hijo del carpintero de Nazaret, sino que tampoco es apropiada para sus seguidores, ni para la Iglesia que se considera cristiana.
- En el momento actual y, en particular, en América Latina estamos alarmados al ver muchos síntomas de una crisis de la política y de una pérdida de credibilidad de los partidos políticos y de muchos de sus dirigentes. Nos toca presenciar situaciones de mucha violencia en estos mismos días, en Colombia, en Chile, en Bolivia,… En los dos primeros países la violencia surge a raíz de manifestaciones de la población más golpeada que reflejan hondos malestares contra políticas que no favorecen a los más pobres sino fundamentalmente a las élites. En el caso de Bolivia, en cambio, donde en los años del gobierno de Evo Morales la pobreza disminuyó notablemente, y el crecimiento económico fue el más alto de la región, queda la duda y la sospecha sobre lo que realmente ha sucedido, detrás de la discusión electoral.
- Ante este panorama, ¿qué podemos proclamar los cristianos? Ha pasado casi un siglo desde que Pío XI creara la fiesta de Cristo Rey. En aquel momento él estaba convencido de que para instruir a la gente “las fiestas anuales de los sagrados misterios tienen mucho más eficacia tienen que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico magisterio”. Una fiesta de Cristo Rey, pensaba, ayudaría a la aceptación, pública y privadamente, por parte de todos, de “la regia potestad de Cristo”, sobre lo temporal, así como sobre lo espiritual. Y así se lograría para toda la sociedad civil “la justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia”. Cien años después el lenguaje religioso, como tantas cosas, ha cambiado. También el significado y el impacto de las fiestas religiosas. Por eso, no creo que muchos católicos nos animemos a decir hoy día que la solución a los problemas que afectan al mundo actual sea la proclamación de la “potestad regia” de Cristo Rey. Más allá de esas formas culturales en lo que sí creemos es que, en las situaciones por las que atravesamos, lo que tiene un impacto ejemplar es contemplar la figura de Jesús divorciado de toda pretensión de fuerza, vulnerable en la cruz e identificado con los vulnerables. Y, también, en las iglesias cristianas, no su poder sino su solidaridad y compromiso al lado de los pobres, los excluidos, los “desechables”, como dice el Papa actual.
- Es muy ilustrativo escuchar a Francisco, quien en su viaje apostólico a Japón, donde se encuentra, no se presenta para nada como portador de signos de jerarquía o poder. Se presenta como “peregrino de paz, —dice— en nombre de las víctimas [de aquel holocausto] de la 2ª guerra mundial; de todos quienes trabajan e incluso se sacrifican hoy por la paz; en nombre también de aquellos cuya voz no es escuchada, y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el recurso continuo y espasmódico de las armas, como si estas pudieran garantizar un futuro de paz. Termina el Papa su homilía en la misa de este domingo pidiéndonos a todos, no solo a los cristianos japoneses ahí presentes,: “Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, — él, lo llama la tercera guerra mundial que va realizándose a pedazos—, y para que cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse, sino con su voz profetizar una sociedad nueva regida por la verdad y la justicia, por la santidad y gracia, por el amor y de paz”.Ω
Notas de interés:
1ª La fiesta de Cristo Rey, la instituyó Pío XI, por medio de su Encíclica “Quas primas” del 11 de diciembre de 1925. En ella hace referencia a la visión que él tenía de las causas de los males que afectaban a la sociedad de entonces y que él describe en su primera Encíclica, “Ubi arcano Dei consilio” sobre la necesidad de “la Paz de Cristo en el Reino de Cristo”. En esa Carta constata que desde que terminó la 1ª Guerra mundial ni las diversas clases sociales, ni las naciones de la tierra han podido encontrar la verdadera paz. Se refiere a los “horrores” y nuevas “amenazas de guerras”. Después de describir las diversas causas de esta situación, propone como el remedio más importante la necesidad de la paz espiritual que solo puede dar la paz de Cristo. Y presenta a la Iglesia Católica como la institución divina, única depositaria e intérprete de los ideales y enseñanzas de Cristo. Única, pues, capaz de poder enfrentar eficazmente los problemas que amenazaba la sociedad, el hogar y el Estado.—Mucho ha caminado la Iglesia desde esa época y esa visión.
2ª Las citas del papa Francisco pueden verse, con los documentos completos, en el Discurso ante el memorial por la Paz, http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2019/11/24/messaggio-incontropace-hiroshima.html ; y en la Homilía en la Eucaristía de este domingo 24 de noviembre, http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2019/documents/papa-francesco_20191124_messa-nagasaki-omelia.html
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