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31º domingo t.o. Buscar lo que se ha perdido de nosotros mismos

Lect.    Sab 11, 22 — 12, 2 ;2 Tes 1, 11 — 2, 2 ; Lc 19, 1-10


  1. La tendencia, más o menos inconsciente, que todos o la mayoría de nosotros tenemos, a clasificar a la gente que nos rodea es una forma, quizás, de protegernos de relaciones peligrosas, por una parte y, por otra,  de aprovecharnos de  quienes nos pueden beneficiar. En el fondo, un problema de inseguridad. Como tendencia humana no es ajena al ambiente en que se movió Jesús. Y se refleja en el relato de hoy, así como en el de los dos hombres que subieron al Templo a orar, uno fariseo y el otro publicano. La figura del publicano, que va saliéndonos ya en varios relatos evangélicos, se refiere a una categoría social que, en época de Jesús, simbolizaba, precisamente, a personas indeseables, por el oficio al que se dedicaban,  por la forma como habían cumulado riquezas y, en definitiva,  por su no cumplimiento de la Ley.
  2. Sin embargo, la manera de actuar y de relacionarse de Jesús no está marcada por esa tendencia a clasificar a las personas, al menos no por un afán de saber quiénes me convienen y quiénes no. Más bien, todo lo contrario, si Jesús se hizo acreedor a acusaciones de mezclarse y sentarse a la mesa con pecadores, prostitutas y publicanos, fue porque consciente de su misión buscaba y se acercaba a quienes más podían necesitarlo.
  3. Este maravilloso y simpático relato de Lucas en el pasaje de hoy nos ofrece la oportunidad de tomar conciencia de cómo se producen diferentes formas de ver y juzgar a una misma persona, dependiendo del lente con que se le mira. Zaqueo, el jefe de publicanos, era socialmente considerado como un pecador y por eso el gentío murmuraba de que Jesús pudiese hospedarse en su casa. Distinta la mirada de Jesús, quien lo ve y declara como un verdadero hijo de Abrahán. Jesús no se fija en los muchos fallos de comportamiento de Zaqueo, sino en que es capaz de recibir y acoger la salvación que se le ofrece, esta vez personificada en el Hijo del Hombre, “que ha venido a buscar lo que se había perdido”. La de Jesús es una mirada en profundidad.
  4. El propio Zaqueo, quien no es para nada ignorante de sus propios comportamientos negativos, —y deja ver que ha defraudado, que ha ganado usando engaños, que ha sido indiferente ante los pobres… — descubre algo más de sí mismo: que puede tomar conciencia de que es capaz de cambiar de vida. El encuentro con Jesús, que él deseaba intuitivamente, le permite conocerse a fondo, descubrir sus mejores y más profundas dimensiones, le conforta por sus fallos y le fortalece.
  5. Este episodio ha sido objeto de diversas interpretaciones. Para unos, más tradicionalistas, se estaría enfatizando la fuerza de la gracia de Dios que puede cambiar a las personas y sacarlas de su vida destructiva de pecado. Para otra interpretación, lo que se muestra es que desde antes, en Zaqueo existen ya sentimientos y actitudes profundamente humanos que pueden redimirle de sus otros fallos. Para decirlo con una frase del libro de la Sabiduría, que se lee en la liturgia de hoy, “Señor, amigo de la vida, tu soplo incorruptible está en todos los seres”. En el encuentro entre Zaqueo y Jesús, aquel se ve en el espejo del hijo del Hombre y descubre todas las potencialidades que es capaz de desarrollar. El encuentro es salvífico, porque desata los elementos de salvación que ya tiene Zaqueo y que hasta el momento estaban, quizás, apresados.
  6. Parece ser que este relato lo utilizaron en las primeras comunidades lucanas para defenderse de las críticas de quienes veían mal que algunas personas ricas quisieran vincularse a los seguidores del evangelio. Con la narración, Lucas quiere dejar claro que, en el caso de los ricos, no había problema en admitirlos a condición de que quisieran verdaderamente encontrar a Cristo y decidieran poner sus bienes al servicio de los demás.  Esto se aplica para algunos ricos que se acercaban a las comunidades sin entender mucho de lo que se trataba la Buena Noticia, como Zaqueo al inicio, cargando probablemente a sus espaldas comportamientos anteriores de explotación a sus prójimos, lo que les había permitido su enriquecimiento. Pero el alcance de la enseñanza es más general y puede guiarnos también para otros casos en los que en cualquiera de nosotros se dan comportamientos contradictorios. Es nuestra condición humana la que da lugar a esas dualidades que a todos nos afectan y que san Pablo atestigua en su propia experiencia. La pista para aprender a vivir esta situación la da el evangelista Lucas con este relato, y es una pista doble: se trata de tener la disposición para descubrir las dimensiones que nos caracterizan como más humanos y  a partir de estas entender el potencial que tienen nuestros prójimos y nosotros mismos para superar las más destructivas que tenemos. Es una visión más realista que la nos ha empujado a menudo a crear esas listas de clasificación entre justo e injustos, entre buenos y malos.Ω

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