33º domingo t.o.
Lect.: Mal 3, 19-20a; 2 Tes 3, 7-12 ; Lc 21, 5-19
Estos textos de la eucaristía de hoy, que sirven de base a esta reflexión, pueden verse en http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2016/10/leccionario-i-domingo-xxxiii-del-tiempo.html
- No es difícil imaginar el gran impacto que pudieron causar las palabras de Jesús a la multitud que lo rodeaba. Un auditorio judío que consideraba el Templo como un signo sagrado y de identidad nacional, como un monumento indestructible que permanecería hasta el fin de los tiempos, al escuchar al Maestro decir que de eso no quedaría piedra sobre piedra, lo consideró, sin duda, como una blasfemia. El Templo simbolizaba la propia identidad nacional y su fe monoteísta. Y, además, la élite sacerdotal que dirigía el Templo y la vida de Israel tenía que sentirse también atacada porque se anunciaba el final de su dominación sobre el pueblo. Era una “blasfemia” y un reto sociopolítico a la estructura de poder imperante. Y era un motivo de inseguridad para el pueblo.
- El domingo pasado, a propósito de nuestra frecuente preocupación por un “más allá de la muerte”, decíamos que el evangelio no habla del más allá sino que, en cambio, insiste en la importancia de saber vivir esta vida de acá para realizar la plenitud del amor de Dios que ya existe como una semilla en cada uno. Sin embargo, sabemos por experiencia que esta vida de acá no resulta nada fácil y ante conflictos irresolubles, ante golpes severos a nuestra existencia, también sentimos la necesidad de apoyos y, más que de apoyos, de certezas, de algo que nos de seguridad para poder enfrentar los problemas serios de la vida.
- Un poco parecido a como los judíos de entonces necesitaban mirar al Templo como fuente de seguridad política y religiosa, muchos de nosotros hemos buscado esa seguridad en la Iglesia católica y en la sociedad costarricense, como las conocimos desde pequeños, ambas como instituciones confiables que nos han dado fuerzas para resistir los golpes de la vida y nos proporcionan esperanzas para pensar en que las cosas podrán ser mejores que lo que son hoy día.
- En una situación semejante y con actitudes semejantes, ¿cómo reaccionaríamos si descubrimos que ni la Iglesia como ha existido, ni la Costa Rica ideal de otros tiempos van a permanecer? ¿que esas instituciones que nos dan seguridad están cambiando y tienen que cambiar aún más? ¿nos sentiríamos tal vez tan asustados como los judíos cuando oyeron decir a Jesús que del sagrado Templo no quedaría piedra sobre piedra? La realidad puede resultarnos confusa porque los mismos cambios, sociales y eclesiásticos, no son todos del mismo signo. Los hay positivos, por ejemplo, cuando apuntan a mejorar situaciones de injusticia; y los hay negativos, cuando anuncian un empeoramiento de condiciones de vida o la resistencia de sectores eclesiásticos a un mayor compromiso de la Iglesia por proyectarse en beneficio de los sectores más necesitados. Pero sean del signo que sean los cambios afectan siempre nuestro apego a la imagen de la sociedad y de la Iglesia, como referentes que nos inspiraban seguridad y certezas.
- Los hechos ya nos están hablando de las transformaciones profundas que está experimentando la Iglesia. El Papa Francisco en sus seis años de pontificado ya ha generado dinámicas para transformar en muchos aspectos el modo de organizarse, el modo de pensar y el modo de actuar de la Iglesia Católica. Ya no podemos sostenernos de aquella Iglesia que conocieron nuestros mayores y que ahora vemos que no era tan “perfecta” como se creía. Y en cuanto a la sociedad costarricense, ya se ha venido desmoronando también la visión mítica que teníamos de ella. Por ejemplo, cuando nos damos cuenta de que más de un millón de compatriotas viven en pobreza desde hace décadas, y que la desigualdad en cuanto a acceso a una vida de bienestar va creciendo a una velocidad mayor que en la mayoría de los países de la región, descubrimos que estos problemas son una “bomba de tiempo”, que no se puede continuar así y que se requiere una gran transformación. Ya no contamos con la Costa Rica ideal, la “Suiza centroamericana” como un pilar del cual sostenernos. Ni una Iglesia que se proponga como poseedora de una única verdad absoluta, y nos libere de dudas y esfuerzos por discernir lo correcto. Todo esta nueva situación puede desalentarnos y conducirnos por caminos erróneos.
- En el texto evangélico de hoy, Lucas fortalece nuestra esperanza, pero no proporcionándonos nuevos referentes indiscutibles que nos liberen del esfuerzo personal y comunitario por discernir en situaciones confusas y tomar decisiones responsables. Más bien Lucas quiere advertirnos de que todas las realidades humanas son perecederas, incluso las Iglesias y los sistemas políticos y económicos; por tanto también los partidos, las organizaciones y las ideologías. Y todas son fruto de su época y de condicionamientos culturales, además de los intereses de los grupos de poder que las influyen. Por eso todas tienen que pasar por crisis y transformaciones. Es una advertencia de que el apego a formas caducas de ver la realidad es muy peligroso. Y que, entonces, lo que importa es saber que, para los discípulos de Jesús, la fuente de seguridad, que nunca muere, es descubrir en nosotros mismos esa presencia de la divinidad que nos convierte en seres nuevos, con fortaleza y capacidad para saber vivir en medio de las limitaciones y la desaparición de todo lo perecedero, y nos da, sobre todo, la esperanza y la creatividad para construir una iglesia nueva, una Costa Rica nueva, más humanas, más fraternas, más auténticamente espirituales.Ω
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