Lect.: Jeremías 38:4-6, 8-10; Hebreos 12:1-4; Lucas 12:49-53
Ver textos de lecturas de este domingo: https://textosparalaliturgia.blogspot.com/2016/08/leccionario-i-domingo-xx-del-tiempo.html
- Podemos aceptar, sin dificultad, que la predicación de Jesús, es una Buena Noticia, al menos por la forma como enfrenta los problemas de la sociedad en que vivió. No cae en ninguno de los dos extremos que afectan a muchos críticos religiosos de las crisis que afectan a la sociedad, en aquel tiempo y ahora. La suya no es nunca una visión catastrofista, como la de quienes solo ven por todo lado la maldad humana y están seguros de que eso atrae la ira de Dios y conducirá a la destrucción del mundo. Pero, en el otro extremo, tampoco es la visión ingenua de los soñadores de un mundo color de rosa, que cierran los ojos ante la injusticia y desigualdad, que predican una actitud conformista con las relaciones humanas, con la economía, la política, y los modelos de la vida familiar, tal como se heredaron de otros tiempos —y siguen manteniéndose en la actualidad, como si fueran algo sagrado. La Buena Noticia que anuncia Jesús es que, aunque la sociedad y religión de su tiempo, tienen que ser cambiados radicalmente, ese cambio es posible.
- Para Jesús, tal y como nos lo transmiten Lucas y las primeras comunidades cristianas, el pueblo al que pertenecía, Israel, por más que se presentara como pueblo elegido, necesitaba ser reconstruido, por el grado de injusticia y desigualdad al que había llegado. Debe ser reconstruido pero no volviendo atrás, sino sobre unas bases nuevas. No como hasta entonces, porque los fundamentos sobre los que se levantaba, —las relaciones de etnia, de familia, tradiciones, hábitos sociales y privilegios de una nación “elegida”— todo eso estaba profundamente contaminado por el nacionalismo excluyente, por la apropiación egoísta de la tierra prometida, por parte de las élites religiosas y políticas. Todo esto, para Jesús, tenía que ser transformado, no solo los individuos, sino también la familia, las demás instituciones, incluso las religiosas, y las formas de relacionarse. El evangelio llama a superar todo ese desorden existente y a formar una nueva familia, y una nueva comunidad social, ligadas por la fe, el encuentro con Dios como padre de todos, la práctica de la igualdad como hermanos entre los más diversos, y la justicia aplicada sin distinción, sin restricciones étnicas, de parentesco, culturales o supuestamente patrióticas.
- Como el cambio que se requiere es radical, no debería extrañar la violencia de las expresiones en el pasaje evangélico de hoy. Para un modelo de familia contaminado, la palabra evangélica produce división interna. Y Jesús no solo predicó la invitación a esta nueva realidad con la palabra, sino que la vivió en consecuencia. Con gran escándalo de los que le conocían, abandonó su clan, su familia, declarando como sus nuevos hermanos y hermanas a todos los que escuchaban, recibían y practicaban con sinceridad la palabra de Dios, y formando con ellos una comunidad, una familia nueva. De ahí, de sus propias experiencias se derivan frases como las del texto de hoy, que predicen para sus discípulos divisiones y enfrentamientos incluso al interior de sus mismas familias, —padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre, —expresiones verdaderamente radicales, que aún hoy nos pueden causar desconcierto. ¿Nos podríamos imaginar el impacto que causaría hoy día la crítica a la institución familiar, por parte de Jesús o de sus discípulos?
- Este comportamiento y mensaje de Jesús que además él quería que se extendieran como fuego ardiente, tuvieron que resultar revolucionarios, para quienes lo escuchaban, —y probablemente hoy resultaría inaceptable para quienes se cubren con la capa de la “defensa de la familia”, aunque en realidad, lo que están defendiendo es una forma de familia de otro momento, de otra cultura, que fue necesaria para entonces, que cumplió su papel, pero que ha ido degradando los valores de fondo de convivencia humana. Establecer un paralelismo con la situación familiar de la Palestina de la época de Jesús, en algún sentido , resulta inevitable. Debemos entender que para el pueblo judío de aquella época, una de las tribulaciones más temidas era el deterioro de los vínculos familiares y sociales, pero no porque se afectaran los valores de equidad y convivencia dentro de la familia, sino por un interés político, porque para Israel, mantener la institución familiar era la garantía de que se mantendría la armonía y la unidad que les permitiría enfrentar como un pueblo unido, a sus enemigos, como pensaban que había sucedido en los mejores tiempos de su historia.
- No hay que sorprenderse, entonces, de que Jesús generara conflicto, rechazo y exclusión y, finalmente, todo esto lo condujera a la muerte. Por enfrentarse al Templo, a la dirigencia política, a los intereses de los poderosos, y también por querer rescatar los valores que el modelo de familia existente ya no transmitían. Jesús fue consciente del impacto de su mensaje, que entendía más como un fuego que quema, que como un bálsamo que suaviza—; consciente de la división que causaba, previó persecuciones para sí, y para sus discípulos. Paradójicamente su mensaje de amor y de paz tendría que provocar estos conflictos al toparse con prácticas e instituciones marcadas por el egoísmo y la incapacidad de cambio. Pero apuntaba a la superación de las raíces de ese egoísmo y a la construcción de nuevas formas de comunión. Ω
En general el fundamentalismo y el querer quedarse congelados en el pasado, es una de las calamidades de la religion. Cuando Jesús dijo que venía a darle plenitud a la ley, efectivamente se refería a lo que mencionas Jorge, la vida es dinámica, cambiante, unas realidades históricas son superadas por otras... y la interpretación de las escrituras no puede realizarse como si el mundo no cambiara. Precisamente la riqueza del mensaje de Jesús, su trascendencia es que aún hoy en día podemos aplicarlo a nuestra realidad.
ResponderBorrar