Lect.: Deuteronomio 6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34
- Un “escriba”, como lo menciona el evangelio, venía a ser una especie de jurisconsulto, de persona especializada en el estudio e interpretación de la Ley, —así, con mayúscula, porque a esa Ley religiosa se reducían todos los materiales legales de aquella época en el pueblo hebreo. Entonces, uno se sorprende de entrada al escuchar la pregunta que este escriba, un especialista en leyes, le hace a Jesús. Porque era una pregunta sincera, y no una zancadilla como la que otras veces le planteaban al Señor. Pero cuando uno lo piensa dos veces, y en contexto, puede ver que no es extraño que incluso los judíos piadosos, sinceros, contemporáneos de Jesús, tuvieran un enredo en su cabeza en cuanto a cómo guiar su vida práctica de manera correcta, y no les resultara fácil establecer prioridades en cuanto a sus obligaciones legales. El aparato jurídico vigente iba mucho más allá de lo que popularmente conocemos como los Diez Mandamientos de las tablas de piedra de Moisés. El judaísmo de la Antigua Sinagoga llegó a contar con 613 mandamientos, de los cuales 248 eran preceptos positivos y 365 prohibiciones. Además, todos se presentaban como expresión de la voluntad de Dios y, por tanto, al menos para una de las más reconocidas escuelas de rabinos, eran mandamientos igualmente importantes. Si a nosotros, en nuestra vida cotidiana, ya nos cuesta pensar en términos de las Tablas de Moisés, con solo 10 prescripciones, ¡imagínense cómo habría que ingeniárselas para manejarse en la vida práctica con 613!
- Pero el interés del asunto no es “arqueológico”. El problema que plantea el tema no es solo un problema de historia judía antigua, ni tampoco es solo un problema religioso.Si una sociedad llega a contar con varios cientos de preceptos y prohibiciones esto se debe a un afán por no dejar espacios que escapen a la supervisión y control del comportamiento. En el fondo conlleva la pretensión de conducir nuestra vida, individual y social, a base de reglamentos y leyes. Y este afán y la consiguiente práctica dan lugar a serios problemas, como lo demuestra la historia. O bien, puede conducir a la frustración personal ante la incapacidad de cumplir con todas las exigencias de la maraña legal, o bien a infligirle un daño a los demás, a su libertad, a su diversa identidad personal y a su vivencia de valores éticos. Pablo de Tarso lo dijo categóricamente: La letra mata pero el espíritu es el que da vida,(2 Cor 3: 6) donde la “letra” se refería a la ley escrita. Y sin embargo, a pesar de las enseñanzas de la historia y de la misma palabra de las Escrituras, pervive en nuestros tiempos y también entre nosotros, en Costa Rica, desde hace ya rato, una tendencia al legalismo, que ha venido incrementándose, es decir, una tendencia a pensar en resolver todos nuestros problemas sociales, económicos, políticos y hasta culturales estableciendo leyes, reglamentos y trámites. Y, lo peor de esta tendencia, es la creencia que se deriva de ella, de pensar que si cumplo las leyes, ya soy buena gente, y malo si no lo hago. Si permanezco en el ámbito “legal” puedo vivir tranquilo y considerarme un buen ciudadano y un buen cristiano. Y si no observo las leyes, o se extiende su incumplimiento, para eso está la posibilidad de nuevos preceptos represivos, punitivos que fuercen a poner las cosas en orden.
- Si esta actitud “legalista” amenaza todas las áreas de nuestra vida, a veces se torna verdaderamente grave cuando en el orden de la convivencia social por pretender resolver todo por la vía legal, de hecho imposibilita la solución de las raíces del problema. Hay muchos ejemplos ilustrativos, pero resulta inevitable, en el momento que atraviesa nuestro país pensar, por ejemplo, en la crisis actual generada en torno a la reforma fiscal y en la que la discusión sobre la huelga, —que ha afectado la vida de muchas ciudadanas y ciudadanos ya por más de 50 días—, se haya centrado en el tema de la legalidad, en ver si la huelga es legal o no lo es. Lo sorprendente, —o quizás no tanto— es que casi nadie pregunta si la huelga es ética,es decir, si tiene costos y daños inaceptables para estudiantes, para pacientes o para ciudadanos en general. Lo único que unos y otros esperaban saber era si había sido declarada ilegal o no. Como si el pronunciamiento de un tribunal, de cualquier rango, tuviera el efecto mágico de hacer lo malo bueno o viceversa, por la mera fuerza de su declaración de legalidad o ilegalidad. Como si “legal” y “ética” fueran sinónimos.
- Situación parecida se da con respecto al Proyecto de Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, en sí mismo: en vez de quedarse en un estéril y prolongado “pulso” entre Gobierno y sindicatos, como se dio, se hubiera generado, desarrollado y agotado un proceso de diálogo verdaderamente tal —un diálogo entre los representantes de todos los sectores directamente afectados por la Ley futura,en el que se muestren los intereses y efectos positivos y negativos concretos que pueden tener sobre cada sector específico. Al no darse el proceso de diálogo la tentación legalista llena el vacío y ahora se pretende resolver el problema con un dictamen de la Sala Constitucional.
- La actitud legalista, en lo religioso y en lo civil, es dañina en tanto en cuanto pretende y hace creer que por sí misma puede conducir y orientar nuestro comportamiento hacia la construcción de una convivencia humana que nos permita a todas y a todos realizarnos plenamente, cuando en la realidad solo la asimilación, la vivencia y la práctica de valores éticos son los que pueden alcanzar esa meta. Es nuestra convicción y compromiso con la equidad, la justicia y la solidaridad, —valores que de manera insustituible pueden resolver nuestros problemas sociales, económicos y políticos— lo que impedirán que los conflictos actuales acaben con la convivencia democrática del país. Las leyes, reglamentos y trámites tienen un valor, sin duda, pero relativo, instrumental, subordinado a esa vivencia ética.
- Precisamente ese cambio de perspectiva fue el que planteó Jesús al contestar la pregunta del escriba y pasándolo a resolver su duda, no en el plano de la mera legalidad, sino en el plano del amor a Dios y al prójimo que, propiamente hablando, no es una ley como las demás sino un cambio psicológico que permite extender los límites del yo, para incluir a los demás, al resto del mundo, y alcanzar una fusión de intereses, haciendo nuestros también los de los otros, para alcanzar la convergencia en un interés general, común. Este cambio psicológico del amor es el fermento que transforma cuanto debemos hacer en nuestra vida,modificando incluso nuestro modo de cumplir la ley. Un cambio de visión y acción semejante, que nos permita abandonar el legalismo que, en el fondo puede ser pervertido por el individualismo, será lo que nos capacite para asumir nuestras respectivas responsabilidades. Es el reto que tenemos hoy en Costa Rica.Ω
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