18º domingo t.o.
Lect.: Éxodo 16:2-4, 12-15; Efesios 4:17. 20-24; Juan 6:24-35
- Nos encontramos en el texto de hoy de Juan, toda una paradoja: nos dice que a Jesús lo seguía mucha gente. Sin embargo, hace ver que a las multitudes que seguían a Jesús les costaba mucho descubrir la novedad de su mensaje, y eso se refleja todavía en estos textos redactados por las comunidades de Juan cincuenta años después de la muerte del Maestro. Es más, a las gentes les costaba descubrir el significado mismo de la persona de Jesús y de la misión que realizaba. Y lo más curioso, para nosotros, es que la dificultad que enfrentaban para entender, provenía del mismo andamiaje, de la misma estructura religiosa en que estaban inmersos. No entendían a Jesús ni el fondo de su mensaje, no porque fueran ateos, o agnósticos, diríamos hoy, o secularizados, sino porque eran excesivamente religiosos y todo mensaje espiritual lo encajonaban en los conceptos, en las leyes y en las tradiciones de su religión. Por eso, pueden ser muy valiosas para nosotros hoy las reflexiones de las comunidades de Juan que leemos estos cinco domingos, interrumpiendo la meditación del evangelio de Marcos que toca este año. Nos dan lugar a preguntarnos si hoy también, a nosotros, todo el aparato de enseñanzas y costumbres religiosas heredadas de épocas previas, de formas culturales distintas, no nos estarán obstaculizando el redescubrimiento del sentido fresco de la palabra que Dios nos dirige hoy, a la gente de hoy, para los problemas y situaciones de hoy.
- Para las gentes que inicialmente siguen a Jesús, lo importante ya estaba dicho: la Ley y los Profetas. Y lo interesante, en algún nuevo Maestro era la posibilidad de lo prodigioso, por ejemplo, una curación, o una multiplicación de los panes. Es decir, algo de lo que de una u otra forma, pudieran sacar provecho individual, para ellos mismos, coherente con su visión nacionalista, de una religión privilegiada, centrada en sus propios intereses. Dicho de otra manera, les atraía lo que fuera de su conveniencia y no lo que les comprometiera en el servicio al ser humanoque se da, no en momentos extraordinarios, sino en lo profundamente humano que se nos presenta en la vida ordinaria de cada día. Entonces Jesús les hace ver, en primer lugar, que lo están buscando por ese interés que los mueve. Y, en segundo lugar, que el maná milagroso es cosa del pasado y que el “pan de Dios”, ahora es algo más intangible, menos material, pero no menos real: la comunicación permanente de vida que Dios hace a toda la humanidad, —no en exclusiva a un pueblo ni a un grupo religioso—, y que es comunicación de su propia vida divina, ligada, inserta en el modo de vida revelado por el Hijo del Hombre, en su continua entrega en el servicio y solidaridad con quienes lo necesitan.
- El “pan de Dios” se expresa en todos los dones de amor humano que son parte del amor de Dios; así lo ha vivido Jesús y por eso se presenta no solo como el dador de pan de vida, sino incluso como el propio pan, para vida del mundo. Ese es el pan, les dice, cuyo efecto dura, que permanece, no como el maná que comieron sus padres y murieron. Y es el pan que dura porque es una forma de vida de calidad, la de Jesús, que nos lleva a cada ser humano a nuestra realización plena donde lo humano alcanza la plenitud de lo divino.
- Cuando cada domingo nos acercamos a la celebración eucarística, tenemos una doble oportunidad. En primer lugar, detenernos a cobrar conciencia de si estamos dejándonos impactar por la novedad del mensaje, o estamos diluyéndolo, y reduciéndolo a más de lo mismo, reinterpretándolo en los moldes viejos, en las tinajas viejas de nuestras prácticas culturales y tradiciones de otros tiempos, y no como vino nuevo. En segundo lugar, y más importante, se nos da la oportunidad de vivir esta celebración del pan de vida como una experiencia de compromiso con la forma de vida de Jesús, que hacemos nuestra, de la que nos apropiamos o que dejamos que ella se apropie de nosotros y que nos transforme a cada uno, renovándonos en el espíritu de nuestra mente y revistiéndonos del Hombre Nuevo, como nos lo recuerda la carta de Pablo a los Efesios este domingo.
- Al apropiarnos y dejarnos apropiar por el modo de vida de Jesús, que es el pan de vida, nos hacemos, también nosotros, pan para la vida del mundo, de la sociedad en que nos encontramos, en especial de los perseguidos y marginados, de los que son menos favorecidos en medio de corrientes de generación y acumulación de riqueza y de crecimiento de la desigualdad. Tenemos la oportunidad de vivir así la eucaristía como signo de identificación y compromiso con Jesús. Esa es la oportunidad que se nos da, pero no podemos menos de preguntarnos si la aprovechamos en realidad, o si el aparato y estructuras religiosas tradicionales nos impiden esta comprensión y nos hacen quedarnos en una visión de la eucaristía, un tanto sentimental y cómoda, como si estuviéramos recibiendo, pasivamente un "nuevo maná", un "pan de los ángeles", más como satisfacción de propias necesidades que como un fortalecimiento para el compromiso. No podemos menos de agradecer al evangelista que con estos textos nos hace interrogarnos sobre el sentido que le damos a nuestra práctica, y nos mueve a abrirnos a este valioso mensaje de Juan. Agradecidos, porque “recibir el pan eucarístico sin aceptar su significado profundo es cerrarse a la comunicación divina”, como escribe un teólogo bíblico. Ω
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