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14º domingo del t.o.: "¿No es este el carpintero?"

Lect.:  Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6

  1. Uno no espera que de un relato sobre un momento tan casual como lo es la visita de Jesús a su pueblo de origen, puedan surgir temas tan de interés para nuestra práctica cristiana contemporánea. Pero así es, porque de la lectura del texto surgen dos interrogantes de relevancia para nuestra manera de entender a Jesús de Nazaret. El primero, ¿Tuvo Jesús más hermanos y hermanas?Y el segundo, ¿fue Jesús un simple obrero de la construcción, al nivel de la gran mayoría de los pobres de su pueblo?Ambos interrogantes suelen preocupar, por diferente razón, a  mucha gente en nuestra Iglesia y en otras iglesias cristianas. El primero, sobre la familia de Jesús, porque pareciera que la afirmación de Marcos contradice lo que se nos ha enseñado desde siempre sobre la madre de Jesús. Y la segunda, por razones más profundas. En todo caso, se trata de  preguntas que deben dar lugar, no a respuestas automáticas, tipo catecismo, sino a reflexiones fundadas y serenas, que demandan tiempo para pensarlas y explicarlas. Vamos a  dejar para otro momento el tema de la familia de Jesús y vamos a referirnos hoy solamente a un aspecto de la segunda, que surge a propósito del calificativo de “carpintero” que Marcos pone en boca de la gente del vecindario de Jesús para referirse a éste.  
  2. Es bastante evidente que al llamarlo “carpintero”, los vecinos expresan en parte su sorpresa, en parte su incredulidad y, en algunos, puede que hasta cierta desvalorización, de que un simple “carpintero”, de origen humilde, probablemente analfabeto, pudiera expresarse con sabiduría y realizar hechos extraordinarios.La palabra original del griego se puede traducir por carpintero  o incluso, por trabajador de la construcción. La sociedad de la que formaba parte Nazaret era una sociedad agraria y, en ese sentido se puede decir que Jesús era campesino. Sin embargo no se le presenta como trabajador de una finca, aunque su conocimiento del campo lo muestra en las imágenes de sus parábolas. Se le presenta, más bien, en el breve versículo de Marcos, como viviendo de su trabajo con la madera y la piedra, en un oficio que no gozaba de mucho aprecio, socialmente. Quizás, incluso, no solo había ejercido su oficio en su pueblo, sino que, —aunque los evangelios no lo mencionan— habría sido contratado para trabajar en construcciones de una de las dos ciudades ricas de Galilea, Séforis, a unos seis kilómetros al Norte de Nazaret, y que requirió de mucha mano de obra cuando Herodes Antipas la escogió como su capital. Jesús era, pues, un trabajador pobre, que tenía que trabajar duramente para su subsistencia, como la gran mayoría de los pobladores de Palestina, en particular, de las aldeas de Galilea. 
  3. De ahí la reacción de sus antiguos vecinos y quizás hasta compañeros de juegos de su niñez cuando reaparece Jesús en su pueblo y toma la palabra en la Sinagoga local para comentar los textos bíblicos. Sorpresa inicial y luego escepticismo sobre lo que pudiera enseñar un simple carpintero. No tanto, probablemente, porque no fuera clérigo, sino laico. Más bien por provenir de una clase social baja y, por tanto sin educación.
  4.  Nos podemos preguntar por la intención de Marcos al narrarnos este episodio y cómo esperaría el evangelista que reaccionáramos al enfrentar el relato los cristianos que años después lo escucháramos. Aunque Marcos no lo previera tal cual, de hecho su texto tiene relevancia por la advertencia que encierra el episodio. Ya en nuestro siglo, parecida sorpresa e incredulidad nos afectaría a nosotros en una situación semejante e incluso, —arriesguémonos a decir—, que nos sigue afectando dentro del tipo de Iglesia en la que hemos crecido y vivimos.
  5. Como católicos, hemos sido formados en una Iglesia a la que se nos ha enseñado a ver como jerárquica, vertical, no solo en el plano del ejercicio de la autoridad exclusivo de un nivel de dirigentes, sino también en el plano del conocimiento: esos mismos dirigentes o autoridades eclesiásticas, son presentados como losconocedores de la Biblia, la Tradición, la doctrina y la moral.  También a ellos se les atribuye la función de interpretar la fe por encima, incluso, de quienes cuentan con sólidos estudios en teología y Biblia, pero que no son parte de la jerarquía eclesiástica.   
  6. No es extraño, por tanto, que, en una situación como la del texto evangélico, nuestra reacción podría ser semejante a la de los vecinos de Nazaret. Todos nosotros, hemos crecido y hemos sido formados en este ambiente jerárquico y clerical y nuestro propio comportamiento está marcado por él. Es por eso que, en un importante documento sobre la función pública de los laicos en la Iglesia, escrito por el Papa Francisco hace dos años, se alerta sobre el enorme problema del clericalismo en América Latina, que impide el protagonismo al que están llamado las y los laicos, en su específica dimensión secular, laical. “Una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar –y a las que les pido una especial atención– [es] el clericalismo”. Para Francisco el clericalismo “no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de toda la gente”.
  7. Con estos antecedentes, imaginémoslo simplemente,  ¿cómo reaccionaríamos si nos topáramos, de buenas a primeras, con un obrero de la construcción, con un carpintero, sin mayor formación, que nos quisiera hablar acerca de la Buena Noticia del reino de Dios? ¿Cómo reaccionaríamos, de hecho, si un hombre o una mujer sencilla, cristianos, nos hablara del Evangelio, no  a partir de altos estudios de los que carecen, sino a partir de su experiencia de vivir valores  del Reino, como la lucha por la justicia, el compromiso solidario y la vivencia de la fraternidad? Nuestra reacción sería lógicamente que ser muy parecida la de los vecinos de Jesús. 
  8. Creo valioso, al menos, quenos quedemos con un par de interrogantes para reflexionar a partir de esta semana. El primer interrogantees sobre qué priorizamos cuando escuchamos un mensaje religioso. ¿Le damos más importancia a los diplomas o cargos eclesiásticos del que transmite el mensaje?, o ¿lo valoramos más por la conexión que tiene el mensaje con la vida de la gente, de sus preocupaciones, de sus necesidades, de sus urgencias? El segundo interrogante, se conecta con el anterior. ¿A qué le damos más importancia cuando escuchamos un mensaje religioso, tan solo a la ortodoxia de su contenido doctrinalo a las acciones valiosasque nos orienta a realizar “para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” ?  Las preguntas no son superfluas. Jesús fue alguien que pasó siempre haciendo el bien, siempre consagrado al servicio de los más pobres y, sin embargo, no solo en el relato de hoy, sino en todo el evangelio, vemos que los poderosos de su época, en vez de fijarse y dejarse impactar por la calidad humana de la vida del “carpintero de Nazaret”, solo les preocupó si lo que enseñaba estaba de acuerdo o no con la doctrina oficial del judaísmo de la época, y si amenazaba o no a la institución político religiosa del Templo. 
  9. Creo que si meditamos sobre nuestras repuestas a estos dos interrogantes pondremos a prueba la calidad de nuestra práctica cristiana y nuestra apertura para escuchar  el llamado de Dios que nos llegue a partir de una experiencia vivida de los valores del Reino, sea quien sea  quien nos la transmita.  Quizás lograr esta disposición era uno de los propósitos de Marcos al narrarnos el fallo de los vecinos de Jesús para descubrir que en el carpintero pobre  de Nazaret se les daba la oportunidad de encontrarse con Dios.Ω


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