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13º domingo t.o.: las curaciones, protesta de Jesús contra el deterioro humano

Lect.: Sabiduría 1:13-15; 2:23-24; Salmo 30:2, 4-6, 11-13; Salmo 30:2, 4-6, 11-13; Marcos 5:21-43

  1. Todos, casi sin excepción probablemente, hemos tenido la experiencia de estar enfermos. Si la cosa va más allá de un resfrío, si requerimos medicamentos y chequeo médico, en el EBAIS o en la Clínica, sabemos lo mal que se pasa. En especial quienes somos menos valientes para esos eventos. No es solo el tema del dolor y del malestar, es el haber tenido que interrumpir nuestras actividades cotidianas, es también el romper en alguna medida la red de relaciones, con los amigos, con el trabajo e incluso las relaciones familiares. Si, por añadidura tenemos que hospitalizarnos, la cosa se pone color de hormiga. Aunque estemos en una sala con otros cinco pacientes, estamos en realidad aislados, separados. Incluso estando bien cuidados por enfermeras, auxiliares y médicos, como sucede en los hospitales del Seguro Social, no es raro que nos sintamos inútiles, desanimados, y con ganas enormes de volver a la casa. Todos, a partir de nuestra experiencia de enfermedad, hemos descubierto que estar enfermos es mucho más y mucho peor que una dolencia corporal, es un sufrimiento psicológico, es una interrupción de nuestra vida laboral y social.
  2. Si esto nos pasa ahora, imaginemos cómo sería estar enfermo hace 2000 años y más atrás, en los tiempos de Jesús y los tiempos bíblicos. No es solo porque las artes médicas eran bastante elementales en aquellos tiempos, y no se contaba con instrumental y conocimientos como los actuales. Algo peor a tener en cuenta, y que se refleja en toda la Biblia, era la creencia de la época que asociaba diversas enfermedades al pecado y que llevaba a que, en muchas ocasiones, las autoridades religiosas consideraran como impuro al enfermo o enferma y a la persona que tenía contacto con ellos. ¿Quién peco, él o sus padres?, le preguntan en una ocasión a Jesús sus discípulos (Juan 9:2).  Esto llevaba, sobre todo, en ciertas enfermedades, a la marginación y el aislamiento establecidos por la Ley religiosa. El peor de los efectos que acompañaban a la enfermedad, era esa ruptura comunitaria. Tal era el caso, por ejemplo, de los padecimientos de enfermedades de la piel que llamaban lepra —aunque no tenga que ver con la moderna  enfermedad de ese nombre—; o, como en el episodio de hoy, el estar una persona afectada por flujo de sangre, probablemente, hemorroides, la hacía también impura Esta mezcla de la interpretación religiosa con el padecimiento físico, conducía a colocar al enfermo en una situación más dramática que si solo tuviera el padecimiento físico. Era la agudización del sufrimiento, de la sensación de impotencia y desesperación.  Esto hacía que lo que originalmente era una afección física, o incluso mental, se transformara   en un mal personal y social de mayor dimensión. No es lo mismo padecer por una afección corporal  que se puede tratar, que sentirse afectado por un mal mayor que  escapa a nuestro control y que nos coloca como marginados sociales. 
  3. Cuando escuchamos un relato, como el de hoy, en el que los evangelistas presentan una curación milagrosa realizada por Jesús. ¿Cuál es nuestra principal reacción? Probablemente se den reacciones variadas que van desde la incredulidad total que niega la posibilidad de ese tipo de hechos hasta la creencia frecuente en templos evangélicos de que algunos pastores realizan habitualmente “curaciones de enfermos” en los actos del culto. En una posición intermedia quizás, se encuentran muchos católicos  que piensan que con, la fuerza de la oración, se puede lograr que Dios nos cure de una enfermedad, personal o de algún ser querido. Pero el tema de fondo de estos relatos de curaciones no es el discutir si esos milagros fueron posibles y reales o no. Si nos quedamos en ese nivel de comprensión de los relatos evangélicos, es probable que nos perdamos lo más importante: ¿qué mensaje querían transmitirnos, por ejemplo, hoy, el evangelista Marcos y las primeras comunidades cristianas cuando nos hablan de Jesús curando a los enfermos?¿Es que acaso querían presentar a Jesús como un curandero, un practicante empírico que competía con los médicos de la época? Viéndolo de esa manera, no habría razón para no pensar que en las primeras comunidades, o posteriormente hasta llegar a nuestro tiempo, ante una enfermedad el creyente podría recurrir a Jesús, directamente o por mediación de María o de algún santo o santa, para recuperar la salud. E incluso, como es el caso de los testigos de Jehová, rechazar el tratamiento clínico, por ejemplo, de recibir una transfusión de sangre. O de subestimar un diagnóstico y un pronóstico médicos, amparándonos en la afirmación de que “el médico más grande es el de arriba”, como nos lo dicen a menudo algunas personas.
  4. Para empezar a penetrar en el mensaje del Evangelio y en la intención de quienes relatan estos apisodios, recordemos que en la actividad de Jesús, tal como la relatan los evangelistas, sin duda que siempre se manifestaba su preocupación y sensibilidad por todo tipo de sufrimientos de las personas, incluyendo las enfermedades. Pero más que las meras enfermedades físicas, al anunciar el Reino de Dios como una nueva forma de comunidad humana, le preocupaba, sobre todo, la situación de enajenación, de desesperación y de deterioro de la vida que experimentaban hombre y mujeres que por estar enfermos eran etiquetadas como pecaminosas, impuras y, peor aun, como  azotados por fuerzas demoníacas.  Es, no tanto de las afecciones corporales, como de ese deterioro mayor de la vida humana de lo que Jesús quería liberar a quienes se acercaban a él. Quiere que recuperen la fe, entendida como esa confianza en el poder de Dios que opera en sus criaturas. Quiere que se puedan reintegran en la comunidad y les sea reconocida toda su dignidad de imagen de Dios. Quiere que se curen, no solo las personas, los pacientes sino, sobre todo, la sociedad que con sus etiquetas religioso morales, destruye en vez de curar a las personas y las priva de los beneficios de la vida en común.
  5. Por eso, porque Jesús quiere cambiar ese tipo de sociedad, los relatos de los evangelistas sobre las curaciones reflejan la actitud de protesta de Jesús contra el deterioro humano, causado por fuerzas exteriores como eran las leyes religiosas que calificaban y padecían enfermedades. Estos relatos sobre las actividades de sanación de Jesús nos muestran su voluntad de querer salvar al ser humano en su totalidad y, de manera especial, su voluntad de abrirle las puertas para reintegrarlo a una vida humana comunitaria plena. Es esa reintegración lo que, veintiún siglos después pedimos y confiamos en recibir, incluso en los momentos en que nos sentimos más afectados por dolencias corporales. Lograr esa curación social es el milagro más profundo que Jesús nos ofrece  y para el cual nos pide la colaboración a cada uno.Ω

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