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Ascensión del Señor: abriendo los ojos a nuestra realidad profunda

Lect.: Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23; Marcos 16:15-20

  1. Hay algunas palabras y temas en el lenguaje religioso que dan más ocasión que otras para aprender a distinguir entre las expresiones y el mensaje contenido en textos bíblicos, y sobre todo evangélicos. Esto sucede, por ejemplo, con la que empleamos este domingo al hablar de la “ascensión de Jesús a los cielos”. Tomada al pie de la letra la expresión  solo causaría sonrisas en las personas adultas de nuestra época, incluso entre los católicos, si son bien formados. Porque ¿cómo podría entenderse eso de “subir a los cielos”? ¿Podría alguien creer que se refiera a esos espacios estratosféricos, más allá de nuestro planeta o incluso de nuestro sistema solar? En la época antigua se representaban el mundo en tres niveles (no tenían ni idea tampoco de la inmensidad del universo), y en el nivel “superior” colocaban la “morada de los dioses”. Hoy día a nadie se le ocurriría pensar, por ejemplo,  que ahora que un grupo de compatriotas colocó en órbita el primer satélite tico, el Batsú —o “colibrí”, en lengua bribi—, éste tendría que estar bien programado para no chocar o no penetrar en los cielos adonde “subió” Jesús. 
  2. Pero basta leer con atención, comparando los relatos de los cuatro evangelistas y del libro de los Hechos, y descubrir todas las diferencias como la presentan, para darnos cuenta de que no están intentando comunicarnos un relato histórico. Lo que hacen es emplear un género literario, frecuente en aquellas épocas, el género de “subida y ocultamiento  con que solían concluirse las biografías de personajes famosos.  Los relatos evangélicos difieren entre sí. El de   Marcos, propiamente, no lo menciona. El capítulo 16 “de Marcos”, de donde está tomado el texto que leemos este domingo, (16: 15 - 20) es, en realidad, una colección de relatos pascuales, agregados al evangelio de Marcos, en el siglo II. Y ahí se coloca la “Ascensión” en el contexto de una comida. Dice el relato que “se apareció a los Once, mientras estaban comiendo …” y después del discurso del envío “el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios”.   En el evangelio de Lucas no es en una comida sino que  (Lc 24: 50 - 51) se narra que “Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. No obstante, el propio Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles, (1: 1 - 11)  ubica el relato también en una comida pero después de 40 días siguientes a la Resurrección (solo Lucas menciona este período),  y al concluir la comida “los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos”. Para Mateo (28: 16 - 20), en cambio, en un relato que se ha inmortalizado en obras de arte y estampas muy posteriores, “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado, …” Ahí les dice el discurso de misión, aunque no dice explícitamente que “sube al cielo”. En fin, en Juan, (20: 16 - 18), la misma mañana de la resurrección le dice a María Magdalena, que les diga a los demás discípulos que “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes.” Se ve, entonces, que tantas diferencias en los relatos no pretenden transmitir un hecho histórico, sino comunicarnos un mensaje con una verdad de gran importancia para las primeras comunidades y, por tanto, para nosotros. 
  3. ¿Cuál es la verdad comunicada por ese mensaje? Podemos resumirla así, que con la muerte y resurrección de Jesús caen las últimas limitaciones materiales de espacio y tiempo que habitualmente, en nuestra existencia histórica y también en la de Jesús de Nazaret, no dejan ver la plenitud, la profundidad de nuestra realidad humana, el “estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo,” de la que habla la 2ª lectura de  hoy de la Carta a los Efesios. Es decir, nuestras condiciones materiales históricas, no nos dejan ver que  ya estamos y existimos en el regazo de Dios, que estamos sumergidos en la realidad de la vida divina. Entonces, la expresión que afirma que Jesús “sube al cielo” quiere decir que supera esas limitaciones y pasa a experimentar directamente y sin ningún velo, el cara a cara de la realidad divina, suya y del Padre en que está sumergido, y en que estamos nosotros también sumergidos. En él somos, nos movemos y existimos.
  4. Eso que se anuncia plenamente en la fiesta de la ascensión, es una revelación anticipada de la realidad profunda de nuestra propia vida humana que ya vivimos aquí y ahora, aunque nuestra condición histórica actual nos impide verla o sentirla y solo la aceptamos y afirmamos por la fe. A lo sumo, como dice un gran teólogo contemporáneo, en una lectura espiritual, quizás ahora, como en la experiencia de los discípulos de Emaús, solo al compartir el pan, al compartir nuestra vida, lo que somos y tenemos, con los demás, bordeamos los límites de nuestra realidad humana más profunda y nos aproximamos a experimentar la presencia de lo divino en que se sustenta nuestra existencia personal. 
  5. Lo importante al celebrar la ascensión de Jesús es reafirmar nuestra fe en que nunca se ha dado un alejamiento de Jesús, el Cristo, de nuestra vida, sino, más bien, lo contrario, es que celebramos su presencia en nosotros, celebramos la más entrañable divinización nuestra y la más entrañable humanización de Jesús

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