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Fiesta de la Epifanía: universalidad de revelación de Dios a los pueblos

Lect.: Isaías 60:1-6; Salmo 72:1-2, 7-8, 10-13; Efesios 3:2-3, 5-6; Mateo 2:1-12


  1. Así como la palabra “Navidad”, celebrada el 25 de diciembre, nos resulta cercana y comprensible, la palabra  “epifanía”, que da el nombre a la fiesta del 6 de enero, a mucha gente le puede sonar extraña. Y, sin embargo, designa la más antigua fiesta del Señor Jesús, después de la Pascua. Se comprende, en parte, este contraste porque, como hemos dicho en domingos anteriores, la celebración navideña ha crecido en torno a la imagen del niño Jesús, y a los relatos legendarios del “Evangelio de la infancia”, que aunque  tienen un gran contenido simbólico y cristológico para presentar a Jesús con el trasfondo de grandes personajes del Antiguo Testamento, como Moisés, llevan al predominio de un tono tierno, familiar, ingenuo, que toca más nuestros sentimientos. A esto se añade, en países de tradición hispánica, con villancicos de raigambre popular, y con festejos y comidas incorporadas a las culturas locales, que han conducido a configurar una fiesta inseparable, cada vez más, de los ritmos anuales de nuestras sociedades.
  2. La fiesta de  Epifanía, en cambio, es más “conceptual”, “teológica”, por decirlo de alguna manera y esto dificulta su popularización, (salvo cuando se la trasviste y reduce a la “celebración de Reyes” y caravanas de repartición de regalos para los más pequeños). Pero epifanía significa “manifestación”, “revelación”, “iluminación” y su celebración pone el énfasis en un aspecto distinto, aunque complementario de la Navidad. Se quiere contemplar la revelación de la divinidad en Jesús de Nazaret, en toda su humanidad, nacimiento, vida y muerte. Un mensaje de impacto sobre nuestra propia vida humana, releída a la luz de esa vida del hijo del hombre, cuya plenitud es la participación en la vida divina. Lo que se celebra es el hecho de que esa plenitud humano – divina se haya revelado, se haya manifestado y, en primer lugar, a personajes no judíos, a “paganos” se decía. En la segunda lectura de la liturgia de esta fiesta, san Pablo (carta a los Efesios) nos sorprende aún más, al llamar a este hecho, el gran “misterio” que le fue revelado y que era desconocido a las generaciones anteriores (de judíos, en particular), el que los “gentiles”, o “paganos”, sean verdaderamente miembros del mismo cuerpo de Cristo y coherederos de la misma Promesa.
  3.  Esa manifestación la liturgia la celebra asociada sobre todo a varios momentos especiales, a la adoración de los Magos de Oriente, al momento del Bautismo de Jesús en el Jordán y al de las Bodas de Caná. Pero la principal es la llamada, por antonomasia, “fiesta de epifanía”, que es la fiesta de hoy y que tiene de especial y, —en su momento original, de impacto novedoso—, el hecho de poner la figura de unos Magos como protagonistas de la Epifanía. A partir de ahí luego se puede considerar la proclamación de la apertura la universalidad del mensaje cristiano. Quienes aparecen en el relato llamados al encuentro con la divinidad en un niño de un pueblo distante y casi desconocido, representan, ya no al pueblo de Israel, sino a todas las naciones, a todas las etnias del mundo. Aún más, al presentarles como Magos, lo que en la época es equivalente a astrólogos, se está haciendo referencia a que se trata de  estudiosos de unos conocimientos distintos de los judíos, las tradiciones orientales. Estos magos representan a pueblos que no buscaban encontrarse con la divinidad a través de los libros y tradiciones de la Biblia, sino conforme a sus propias tradiciones y culturas. Lo que simbólicamente se está expresando es una afirmación de gran importancia aunque, al mismo tiempo, innovadora: que todos los hombres y mujeres del planeta tienen a su alcance en sus propias vidas, conforme a sus propias creencias y culturas, la posibilidad del encuentro con Dios, de ser iluminados por la luz del Cristo universal, de la Palabra que estaba en Dios desde el principio, como decía en su Prólogo el evangelista Juan. Es la apertura a esa Palabra que es luz y es vida, lo que da la oportunidad  a todos y a todas de alcanzar la plenitud de la propia vida, la realización humana completa, la redención o salvación de las tinieblas.
  4. Por supuesto que el significado de este relato, independientemente de si tiene o no verosimilitud histórica, desde las primeras comunidades cristianas, supuso un cambio de visión. Ya no se trataba, como habían creído hasta entonces, de un solo pueblo elegido, al que el Dios verdadero le hablaba, y de una luz asociada solamente a unos libros sagrados. Simbolizados en esos sabios de tierras lejanas de la Palestina, se trataba más bien, de la posibilidad de experimentar al máximo la vida espiritual, por una diversidad de caminos, más diversos aún que las representaciones de los magos de Oriente del evangelio de Mateo. No deja de ser ilustrativo, en la línea de esa diversidad, que el relato no dice de cuántos magos se trataba. Durante gran parte de la Edad Media se habló de 12 y más y hasta alrededor de 70. No importaba aquí tampoco, la factibilidad histórica, sino la referencia a la gran diversidad de los seres humanos. Y a dejar claro que la Buena Noticia proclamada por Jesús se refiere a la salvación, redención, iluminación de toda la humanidad que llega a encontrar en la profundización de su propia identidad humana, la experiencia de la presencia de Dios.
  5. Para nosotros, católicos en la Costa Rica pluricultural de este siglo XXI, este horizonte nos permite entendernos mejor y entender mejor nuestra propia vocación en este mundo. No somos un grupo de privilegiados, exclusivos receptores de la manifestación, de la Epifanía de Dios. Por el contrario, el encuentro con la divinidad en nosotros mismos, nos permite entender que debemos encontrarlo también en todas las otras personas que cultivan su propio llamado para la iluminación y liberación plena, —aunque no sean cristianos, aun sin ser religiosos, incluso ateos o agnósticos y, lógicamente, con otras costumbres e interpretaciones éticas.  Si la palabra “católico” significa ser “universal”, el simbolismo de la fiesta de la epifanía, con el hijo de Dios manifestándose a no – judíos, a estudiosos de otras creencias, tradiciones y costumbres, nos da la medida de esa universalidad, desde la perspectiva del evangelio. De manera consecuente, solo seremos de verdad católicos cuando trascendamos toda discriminación y estigmatización de otros grupos sociales, religiosos, culturales y, aceptando la riqueza de nuestra enorme diversidad, lleguemos a reconocer esa presencia del Cristo Universal  en todos los grupos humanos. Ω

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