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3er domingo t.o.: la llamada a construir una familia nueva

Lect.: Jonás 3:1-5, 10; I Corintios 7:29-31; Marcos 1:14-20

  1. Innumerables veces hemos revivido la escena: Jesús llama  a los primeros cuatro discípulos y ellos, dejan todo y lo siguen. Dejan redes y dejan a su papá, el trabajo y los compañeros de labores. A veces  puede extrañarnos cómo pudo darse esa situación, cómo podían tomar esas decisiones tan radicales para seguir a un “desconocido” que se los encuentra en la playa. Pero eso no es motivo de extrañeza. Aunque los relatos evangélicos son sintéticos, no son una crónica, atando cabos uno puede caer en la cuenta de que lo más probable es que estos primeros discípulos fueran, junto con Jesús, de los seguidores de Juan el Bautista. Ahí se habían conocido, como compañeros, ahí empiezan a escuchar que Jesús va más allá de lo que ofrece el Bautista. No se queda, como este en el otro lado del Jordán, junto al río, sino que pasa a la “tierra prometida”, va a los pueblitos de la Galilea a anunciar el Reino que ya está en medio de ellos. No predica simplemente un bautismo de penitencia, sino la conversión a ese reino que inaugura. Por eso el que les hace la llamada no es un “desconocido”, ni mucho menos.
  2. Pero hay otra cosa que sí puede resultarnos más chocante. Cada vez que leemos este pasaje de la llamada, resalta lo que se establece como actitud indispensable para seguir a Jesús: la renuncia a cosas fundamentales de la vida. No se pide aquí la renuncia a situaciones de pecado o dañinas, lo que se da por supuesto. Sino a dimensiones fundamentales de la vida humana, la familia biológica y  la actividad laboral. Hemos revivido muchas veces esta escena y sabemos que ésta representa el modelo para nuestra propia llamada, nuestra vocación a la vida cristiana y, sin embargo, creo que no acabamos de digerir lo que nos exige. Quizás porque nos choca esa radicalidad. ¿Cómo es eso de que debamos renunciar a la propia familia? Ya era chocante en la Palestina de aquella época, tan apegados a las tradiciones del clan, y tan sometidos a la autoridad del patriarca. Pero el mismo Jesús había empezado por dar ejemplo, dejando a su madre y abandonando al clan de su padre José, en  medio del cual había crecido. Chocante entonces, hoy también puede sonarnos raro, sobre todo pensándolo en el marco de la campaña actual “pro familia” promovida en nuestro país por sectores fundamentalistas evangélicos, en asocio con la conferencia episcopal. Renunciar a la familia… ¿no contradice esto lo que enseña la Iglesia? ¿Cuál es el sentido de la renuncia de los primeros discípulos a su familia y su actividad laboral?
  3. El domingo pasado, veíamos cuando otros discípulos del Bautista toman la iniciativa para seguir a Jesús y le preguntan dónde vive. La respuesta de Jesús es “Vengan y vean” con lo que les da la pista para que entiendan y entendamos que es la experiencia directa, el ver y compartir la vida misma de Jesús lo único que nos puede vincular verdaderamente con él. Esa vida de Jesús, después de su bautismo la entendemos como la vida plena del hijo amado de Dios, con una experiencia profunda y permanente de filiación divina, gozosa, que él quiere expandir  a todos los seres humanos. Él quiere, —lo ha descubierto como su misión—, reunir a colaboradores, no para ninguna tarea  material, mundana, por sagrada que sea, —no para la enseñanza, o para el servicio al templo o rituales religiosos en una nueva religión, ni para los proyectos familiares, o de negocios...— sino para reunirlos en torno a la experiencia divina que él vive como persona. Compartir esa experiencia es el principio de una nueva familia distinta de la que el mundo ofrece; es el proyecto de una nueva humanidad, cuyos lazos profundos no son los meramente biológicos, como lo dice el evangelista Juan en su prólogo. “A todos los que la recibieron [a la Palabra], a los que creen en su Nombre,  les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre,  ni por obra de la carne,  ni de la voluntad del hombre,  sino que fueron engendrados por Dios (Juan 1: 12 – 13).
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  5. Es por ese gran proyecto que Jesús puede pedirles decisiones radicales: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”, les dice (Mt 10: 37). Son todas renuncias difíciles, pero no imposibles. Si lo reflexionamos bien, lo que nos está pidiendo es una manera nueva y distinta de vivir nuestras relaciones con las personas y con las cosas. En eso consiste la conversión. Es una relación de desapego, de vivir sin egocentramientos. Pablo nos lo dice hoy en la segunda lectura, de manera provocativa para hacernos reflexionar: “El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen.  Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (I Cor 7:29-31). Es la manera que tiene Pablo de comunicar, con expresión chocante, que para quien ha sido llamado a compartir la vida de Jesús, ninguna realidad de este mundo tiene valor absoluto, ni la familia, ni la economía, ni ningún disfrute... Todo lo que vemos pasa, son construcciones humanas, históricas, y  se subordinan a la plenitud de la persona en Dios y al servicio de construcción de esa nueva humanidad, esa nueva familia de Dios, inclusiva de todos y todas sin excepción. A construir esta nueva actitud, y con ella una nueva realidad, estamos llamados.Ω




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