34º domingo t.o. Fiesta de “Cristo rey del
universo”
Lect.: Ezequiel 34:11-12, 15-17; I
Corintios 15:20-26, 28; Mateo 25:31-46
- La liturgia de este domingo hace balancear nuestra reflexión entre la idea del juicio, central en todo el evangelio de Mateo y, en particular, en este final del capítulo 25, y el título de una fiesta —la de “Jesucristo rey del universo”— que fue instituida en los años treinta del siglo pasado, en circunstancias políticas muy específicas. La transición del título “pastor” al Hijo del Hombre, al inicio del pasaje de hoy, a la de rey, no cambia la constante de que este título fue siempre rechazado por Jesús de Nazaret. Obviamente es prioritario dirigirse a la idea mateana del juicio.
- Mateo no es original en introducir esta idea de juicio en el mensaje evangélico. Está muy influido por toda la tradición judía que presenta a Dios como juez del mundo. Lo que son aportes originales de Mateo, y vamos a subrayar dos, son la reinterpretación de ese carácter de Juez dentro del sentido que le da la historia entera de Jesús, y los criterios según los cuales tiene lugar ese juicio. Pero, antes de ver esos aportes valiosos para nuestra vida espiritual, relacionemos ese concepto judío con creencias posteriores e incluso actuales sobre un “juicio final”. Pienso, por experiencia y también porque lo muestra la historia, que muchas personas tendemos a imaginar en la “necesidad” de que exista un juicio final, —una gran “rendición de cuentas” al final de la vida de cada uno—, por dos razones. Para unos, porque es tal el nivel de injusticias en este mundo que quedan impunes, que nos repugna la idea de que esa impunidad no encuentre en Dios alguna forma de compensación. Para otros, porque pareciera que la idea de juicio final es lo único que sirve para amedrentar y disuadir de comportamientos radicalmente destructivos. No me consta que la primera idea estuviera también presente en el ámbito judío del que formaba parte Mateo. En cambio sí sabemos que, al menos desde la Edad Media, descripciones tremendas, sobre todo de un castigo eterno, servían a predicadores y catequistas pera tratar de meter miedo, en especial, a la gente sencilla. No era, sin duda, ejemplo de una religiosidad basada en la convicción.
- Veamos cómo, sin embargo, a pesar de todo, Mateo le da un giro doble que puede cambiar la actitud del cristiano ante la idea del juicio. En primer lugar, presentar a Jesús como “juez” de nuestras vidas, debe leerse dentro del contexto de toda la historia de Jesús que relata el propio Mateo. Ya desde el cap 1, v.23 el evangelista lo presenta como “el Emanuel, que traducido significa ‘Dios con nosotros’ ”. Presencia de Dios, en todo momento y situación, acompañándonos en nuestras decisiones, dando un sentido distinto a nuestra presencia dentro de su presencia en el mundo. No se trata de un Dios alienante, de un “big Brother” que todo lo observa para castigar, que nos causa angustia, sino más bien de una garantía que inspira esperanza y nos dice que vale la pena trabajar para combatir las estructuras injustas que nos rodean. Ese Juez es quien más estrechamente unido a nosotros nos anima a trabajar por la construcción del mundo desde la perspectiva del Reino. Presencia de Dios, además, en aquellos prójimos necesitados, con hambre, con sed, desnudos… a quienes damos de comer y beber y ayudamos a que tengan abrigo.
- En segundo lugar, este texto de Mt 25, es una clara enseñanza de cuáles son las prioridades de la vida humana para la Buena Noticia del Reino. Cuando especifica los criterios conforme a los cuales todos los humanos rendiremos cuentas de nuestras vidas, queda claro que esos criterios no están ligados al apego y confesión de dogmas, o de creencias de diverso tipo (los que oyen de labios del Juez la invitación “vengan benditos de mi Padre…” ni siquiera entienden qué es lo que los ha hecho merecedores a esa invitación, ni fueron conscientes cuando practicaron misericordia que lo hacían con el mismo Cristo). El único criterio es la práctica del amor al prójimo, expresado en obras de misericordia. Es por eso que, inspirados en este texto mateano, teólogos de la liberación latinoamericanos (como Gustavo Gutiérrez) pueden decir que “al margen del ‘sacramento del prójimo’ no hay camino hacia Dios pues el amor a Dios no puede expresarse sino en el amor al prójimo”. Y teólogos europeos (como Moltmann) no dudan en decir que “Los más pequeños pueden decirnos dónde está la Iglesia”.
- Este capítulo 25 de Mateo, con el que concluimos este año litúrgico es, sin duda, una extraordinaria síntesis de su mensaje sobre lo esencial de la vida cristiana, un principio esclarecedor sobre lo que constituye el punto de referencia para juzgarnos nosotros mismos, —y dejarnos juzgar por el Dios presente en nuestros semejantes—, sobre la realización de nuestra vocación personal humana y de nuestra relación con Dios. Al fin y al cabo, no es solo Mateo, es también Juan quien resumió la misma enseñanza diciendo, “el que no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor” y “El que dice ‘amo a Dios’ y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano al que ve”? (1 carta de Juan 4: 8 y 20).
- También desde este capítulo 25 podemos replantearnos lo que entendemos por Cristo, por Dios y por la misión de la Iglesia. pero esto ya es materia para otras reflexiones.Ω
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