Lect.: Malaquías 1:14--2:2, 8-10; I
Tesalonicenses 2:7-9, 13; Mateo 23:1-12
- Dicen algunos estudiosos bíblicos que en este texto de hoy, inicio del capítulo 23 de su evangelio, Mateo lo que augura , a lo que apunta como ideal utópico, es a una Iglesia sin un arriba y un abajo, una Iglesia coherente con su misión de servicio, una Iglesia de iguales, de hermanos solidarios... Para Mateo, “la paternidad única de Dios no sólo excluye en la Iglesia otros dioses, sino también excluye a los “patri-arcas” humanos (los varones que por ser “pater familiae” pueden decidir por toda su familia), y el magisterio único de Cristo excluye a otros ‘maestros’ y ‘señores humanos’ ”. En la Iglesia de Cristo no puede haber un dominio sagrado, una «arquía» entendida como dominio de unos hermanos sobre otros, sino únicamente la “autoridad” que da el servicio recíproco.”
- Aunque veamos esta afirmación no como algo real en el presente, sino como un hermoso sueño de futuro, como una utopía para cuya realización todavía no se tienen condiciones, de todos modos, nos plantea un serio interrogante: ¿cómo caminar hacia ese ideal de comunidad cristiana, donde nadie pretenda dominar sobre otros hermanos? Y esto nos lleva, a su vez, a otra pregunta, ¿como caminar hacia una auténtica iglesia fraterna, viviendo inmersos en una sociedad que está atravesada por estructuras de poder, jerárquicas, no solo religiosas, sino familiares, económicas y políticas? La misma Iglesia de Cristo no puede librarse del influjo y la presión de esas estructuras jerárquicas de poder en las que estamos sometidos, ni de la tentación de tener poder como dominio sobre otros, o como usufructo de privilegios, o como formas de destacar sobre los demás. La historia de veintiún siglos de cristianismo da innumerables testimonios de pequeñas comunidades y de personas comprometidas en la línea del servicio. Pero también atestigua no menos numerosos casos en los que las Iglesias se han dejado arrastrar por la tentación del poder y obispos y cardenales han vivido y se han comportado como “príncipes” seculares. Incluso el entorno del sucesor de Pedro, el Papa, ha funcionado como una “corte” análoga a la de reyes y gobernantes. Esto último explica, parcialmente las dificultades que encuentra el Papa Francisco para realizar una reforma de la Curia Romana.
- Las dos preguntas señaladas son interrogantes que no podemos responder hoy por hoy. Cualquier respuesta implica poner el mundo “patas arriba”, cambiar toda la sociedad de manera radical, porque la sociedad en que vivimos está organizada en torno al poder de unos sobre otros. Como pocos momentos antes, en la historia reciente, al menos, hoy se hace más transparente que la dinámica internacional depende de una minoría que ostenta el poder económico, que ha secuestrado el poder político y que contamina la cultura, el imaginario popular, las religiones. De ahí que nos topemos con enormes dificultades, no solo por parte de la resistencia de las instituciones, de las organizaciones que existen sino porque nosotros mismos, Uds. y yo, a pesar de ser cristianos que queremos vivir la fraternidad cristiana, sin embargo, aunque sea a pequeño nivel, siempre estamos afectados por esa misma tentación del poder, del dominio de unos sobre otros. Mandar en algún espacio, imponer nuestro punto de vista, que nos reconozcan como personas destacadas, siempre son tentaciones reales, más o menos disfrazadas.
- Aunque no podamos tener respuestas claras y completas para decir cómo realizar el sueño utópico de Mateo, creo que podemos pensar, al menos, en algunas actitudes sencillas que nos pueden ayudar a ir descubriendo otros caminos más complejos y radicales para alcanzar una Iglesia nueva y una sociedad nueva. En los mismos textos litúrgicos de hoy se nos dan algunas pistas. Son actitudes y acciones realizables que pueden, progresivamente, ayudarnos a descubrir estrategias de transformación profunda. A mí me han impactado las frases de Pablo hoy en la carta a los cristianos de Tesalónica. Dice, “Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos.” Y luego añade, “De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos.” Es impactante: quiebra la imagen del apóstol, del evangelista, del sacerdote u obispo que habitualmente se tiene. Por una parte, toma la opción, —sin ningún machismo— de comparar su relación con los fieles con el trato de una madre amorosa. Por otra, prioriza como más importante que ir a enseñar una doctrina, a entregar un libro de verdades o unas enseñanzas de salvación, algo de otro orden: el poder dar a los demás su “propio ser”, darse a sí mismo.
- La otra pista para caminar hacia una Iglesia nueva y una sociedad nueva nos la da el mismo Mateo cuando dice: “El mayor entre vosotros será vuestro servidor. el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado”. Nos permite adivinar en estas frases que la acción decisiva en lo inmediato se puede realizar sin esperar a que cambien las estructuras y sistema de poder vigentes. Lo decisivo es que quien tiene alguna forma de poder, familiar, social, cultural, económico, político o religioso, lo ponga al servicio de los más humildes, de los descartables, como dice Francisco, para que estos puedan levantarse de su situación humillante, de su situación de excluidos. Se nos está invitando a cualquiera de nosotros a que si tenemos alguna forma de poder, familiar o social, económico o político, que al menos lo usemos para el bienestar de los demás, para ir preparando el terreno para una sociedad nueva. Eso nos puede ir acercando a esa iglesia nueva que soñó Mateo, a esa sociedad nueva, de la que habla la Buena Noticia, en donde todos, entonces sí, seremos verdaderamente hermanos.Ω
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