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Fiesta de la Santísima Trinidad: una vivencia, no una reflexión filosófica

Lect.:  Éxodo 34:4-6, 8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18

  1. Después de los mensajes de los domingos del tiempo de Pascua, que concluimos hace una semana, en la celebración de Pentecostés, nos quedó claro que para las primeras comunidades de discípulos lo esencial de vivir la resurrección no era ponerse a hacer doctrinas, grandes reflexiones intelectuales, teológicas sobre la resurrección, sobre Cristo o sobre Dios. Más que todo, lo importante que compartían era su experiencia del resucitado en sus vidas, y en esa experiencia de Jesús, la experiencia que tenían de Dios. Dicho de otra manera, vivían a Dios, así como vivían la resurrección de Jesús viviendo como resucitados. No trataban de ponerse a analizar qué es Dios, o cómo es, porque, como ellos eran muy conscientes en la tradición judía, a Dios no se le podía conocer, ni representar no solo con imágenes, sino tampoco con conceptos.   Dios no puede expresarse ni como un objeto, ni como un ser humano u otro, porque si lo concibiéramos así de limitado, ya no estaríamos hablando de Dios. Serán otros tiempos, otras culturas, de mayor preocupación filosófica, unos siglos después cuando tratan de expresar conceptualmente (y muy complicado para nosotros hoy día) lo de la “fe en la Trinidad”.
  2. Al pasar de la primera época, de considerar la experiencia y la vivencia de Dios como lo esencial, a una repetición material de formulaciones dogmáticas, en  lenguaje filosófico (una sola naturaleza, sustancia,  tres personas, relaciones intratrinitarias, etc.) muchos cristianos pierden la vitalidad de su fe y casi se acercan y se quedan meramente en una creencia, en fórmulas  repetidas no comprendidas, perdido el lenguaje vivo evangélico, transmitido en la experiencia de Jesús.
  3. Si hoy intentamos acercarnos a esa experiencia, podemos partir, como de ayuda, de hechos sencillos, como el de nuestro propio bautismo. Ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es, literalmente, estar inmersos, ser sumergidos en la vida de Dios y y abrirnos a experimentarlo como fuente de nuestra propia vida, —que llamamos Padre – Madre— como fuente de una vida de amor y servicio —que llamamos Hijo—,  y fuente de fuerza y luz en el caminar diario, —Dios Espíritu Santo en nosotros.. Por eso el Papa Francisco, en sus características expresiones insiste en que Dios no es algo vago, nuestro Dios no es un Dios spray, es concreto, no es abstracto. tiene un nombre: "Dios es amor". Pero no es un amor sentimental, emocional, sino el amor del Padre, que es la fuente de toda la vida, que genera vida y alienta la creación;  el amor  concreto del Hijo Jesús que vive en servicio y entrega hasta la muerte en la cruz y resucita viviente en todas y todos los hermanos; el amor del Espíritu, que da continuamente capacidad de renovación al ser humano también para renovar al mundo.
  4. Visto de esta manera pensar que lo que llamamos el Dios-trinidad  es amor, nos hace bien, porque nos enseña a amar, a entregarnos a los demás como Jesús mismo se dio por nosotros y camina con nosotros en el camino de la vida. Lo que llamamos, entonces, acercándonos de esta manera, “Santísima Trinidad” no es una elaboración teórica, producto de razonamientos humanos. Como dice Francisco,  es el rostro con el que Dios se ha revelado a sí mismo, no desde lo alto de un trono, sino caminando con la humanidad. Es el Padre  manifestado en la vida de Jesús; es el Espíritu Santo. prometido por Jesús, que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos, que nos guía en nuestro interior, que nos da todas las buenas ideas y buenas inspiraciones que diariamente tenemos.
  5. Por estar inmersos en la vida de Dios, y porque nos movemos, somos y existimos en él, entrar en nosotros mismos, conocer nuestra propia identidad es conocer a Dios mismo. Excesivos esfuerzos de reflexión pueden distraernos de lo fundamental: vivir a Dios, conocerle conociéndonos a nosotros mismos. En todo caso, para conectar la relación de esa vivencia con las expresiones trinitarias me gusta la manera como lo expresa un predicador dominico que leo a menudo. Dice así: Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez y sin contradicción: Dios que está por encima de nosotros (Padre); Dios que se hace uno de nosotros (Hijo); Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu), o Dios que nos mueve e impulsa desde dentro. Son expresiones que superan la frialdad de las meras reflexiones conceptuales. Y superan esas visiones dualistas, por un lado, que establecen una brecha enorme entre la vida de Dios y la nuestra. Y las visiones de sabor panteísta que diluyen la vida divida en una fuerza o energía vaga y abstracta del universo.
  6. Me resulta,  también, inspiradora la expresión de un gran hombre espiritual francés del siglo XX, Marcel Légaut que decía: "hay una realidad que se da en mí y no se da sin mí, pero es infinitamente superior a mí; que no puede ser sino en mí, pero que es más grande que yo... Y a eso lo llamo Dios." No es un trabalenguas, como decía un amigo, bromeando, a la salida de misa. Es un reconocimiento, a la trascendencia del misterio de la vida y de Dios, y al mismo tiempo, a su presencia inmanente en cada uno de nosotros.Ω

Comentarios

  1. Me confunde del punto 6 que diga que "no se sin mi". Dios no me ocupa para ser justamente por qué Él es Dios.

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