Lect.: Génesis 12:1-4 ; II Timoteo 1:8-10; Mateo 17:1-9
- A veces me pregunto qué nos ha pasado en la Iglesia que en gran parte de la formación y de la predicación actual pasamos por alto, —por no decir que ignoramos por completo— enseñanzas fundamentales del mensaje evangélico que fueron, sin embargo, claves para los primeros cristianos. Por ejemplo, en relación con el texto de Mateo de hoy, es imposible no pensar en enseñanzas de varios Padres de la primera Iglesia. Uno de ellos, San Ireneo (120-202), interpretaba lo que llamamos la Encarnación del Hijo de Dios con estas palabras tajantes: “La palabra de Dios, nuestro Señor Jesucristo, por medio de su amor trascendente , llegó a ser lo que nosotros somos para que él pudiera llevarnos a ser lo que él mismo es”. Otro Padre de la Iglesia antigua, san Atanasio de Alejandría, lo expresaba de manera similar: “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios". Y de hecho, es el propio “Catecismo Católico” actual (n.460) que nos recuerda que el Verbo se encarnó para hacernos "partícipes de la naturaleza divina" (2 P 1, 4) y luego, reproduce las citas mencionadas de Ireneo y Atanasio.
- Quizás una de las razones por las que olvidamos estas enseñanzas es por un miedo latente, el temor a estar diciendo una blasfemia, un irrespeto, un absurdo, una herejía panteísta. Porque quizás se nos ha recalcado tanto desde pequeños que nacimos con un “pecado original” y sin poner atención a que, anteriormente, el relato de la creación empieza con una “bendición original”, que nos resulta incomprensible pensar en que, nuestra vocación consiste en esa plena unión con Dios, y que nuestra realidad actual ya está marcada por esa participación de la vida divina, por más que estemos condicionados por todas las leyes del mundo material, imperfecciones, errores, dolor y muerte corporal.
- Pienso que por no tener en mente esta enseñanza fundamental del cristianismo primitivo se nos bloquea la comprensión de este texto de Mateo, que también está en Marcos y Lucas, y que conocemos con el nombre de “transfiguración” de Jesús. Si hablamos, con lenguaje bíblico, de Jesús como Hijo del hombre, como ser humano pleno, no deberíamos tener problema en interpretar que esta escena lo que representa es una experiencia espiritual intensa de Pedro, Santiago y Juan, por medio de la cual pueden percibir por breves momentos, lo que significa un ser humano pleno. Por decirlo así, lo que, en realidad, es uno “por dentro”, en los niveles más profundos que sostienen toda nuestra vida personal y de relaciones.
- No es fácil, ni frecuente, aunque tampoco es imposible, que cada uno de nosotros alcance a tener durante su vida de adulto una experiencia semejante, de “transfiguración” y realmente experimente esa dimensión de vida divina que nos une entre nosotros y nos une en comunión con Dios aquí y ahora. Pero saber, al menos, por declaración de la Escritura y de Padres de la Iglesia, que así es nuestra realidad, es importante. Un amigo, a propósito de mi homilía del domingo pasado, echaba de menos, según le entendí, que yo no dijera al concluir la predicación qué hay que hacer, qué acciones emprender a partir del mensaje evangélico. Probablemente se puedan plantear esas mismas preguntas respecto al pasaje de hoy. Esta revelación que se nos hace en Jesús, esta Transfiguración que transparenta lo que somos los seres humanos, ¿Para qué nos sirve? ¿Qué líneas de acción nos traza? Creo que, como el resto del evangelio, no nos da un manual de acción, ni un conjunto de recetas para resolver problemas. Pero nos da una manera distinta de ver nuestra vida, un marco especial para valorar las cosas de modo distinto, probablemente, a como se suelen valorar las situaciones en la sociedad en que vivimos. Con este episodio llamado de la “transfiguración” tenemos un punto de referencia, una “Buena Noticia” para ubicar como corresponde las cosas negativas que nos pasan y nos rodean. Y para comprender cuál es la ruta por la que seguimos a Jesús y hacia dónde nos encaminamos. Con la luz e inspiración de este pasaje, por ejemplo, las Iglesias cristiana ortodoxas griega y rusa comprenden la vida cristiana como un proceso de “deificación”, de avance en la vida divina que ya tenemos en nosotros, y no simplemente como un continuo esfuerzo de cumplimiento de reglas morales y legales, de lucha, a menudo frustrante, contra el pecado. Ven y enfatizan el hecho de que lo que la humanidad y Dios, juntos, progresivamente realizan es una unión transformadora en Cristo que al final, al mismo tiempo, hace menos perceptible aunque preserva la distinción entre el Creador y la criatura, como en un espejo que refleja la fuente de la que es imagen. Esta es una visión positiva y esperanzadora de la vida humana. Nada parecida a los mensajes “religiosos” destructivos de la autoestima humana por desgracia frecuentes en ciertas predicaciones de grupos cristianos fundamentalistas. Queda para nuestra reflexión determinar en qué medida este mensaje puede redefinir nuestra manera habitual de pensarnos y de actuar en consecuencia. El mundo, la sociedad actual puede seguir en el corto plazo plagada de monstruosidades, de muertes y torturas de inocentes, pero re-conociéndonos a través de la Transfiguración no viviremos en medio de todo eso con actitudes derrotistas y sin esperanza. Ω
Nota: Las citas están tomadas de San Ireneo de Lyon, Adversus
haereses (Contra los herejes, libro V, Prefacio). "Porque el Hijo de
Dios se hizo hombre para hacernos Dios" Y de San Atanasio de Alejandría, De
Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B). Y
del Catecismo Católico actual, n.460Y no ya un Padre de la Iglesia, pero sí un
gran teólogo medieval, Santo Tomás de Aquino, escribió: "El Hijo Unigénito
de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra
naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los
hombres". (Oficio de la festividad del Corpus, Maitines, primer
Nocturno, Lectura I).
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