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1er domingo de Cuaresma: en comunión con la tierra de donde procedemos

Lect.: Génesis 2:7-9; 3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11

En la primera lectura, del Génesis, con un lenguaje mitológico se representa al Creador tomando polvo, barro de la tierra para formar al ser humano. Se nos comunican así, al menos, dos enseñanzas fundamentales sobre lo que somos. Por un lado, somos una parte de la naturaleza, en comunión con la totalidad de la tierra de cuyos elementos estamos hechos y, por otra parte, somos, como la tierra, como todo el mundo material, frágiles, limitados, perecederos. Por lo primero, no podemos no amar, respetar y preservar toda la naturaleza, minerales, plantas y animales con las que compartimos una identidad fundamental. Y, al mismo tiempo, sufrimos, como todos ellos, como todo lo que compone el ecosistema, una debilidad fundamental, una carencia: nuestra condición de creaturas, no somos perfectos, no somos completos. No lo somos, pero anhelamos profundamente poder serlo. Esa es nuestra vida y las vicisitudes, desorientaciones y errores por los que pasamos para superar esa limitación explican en buena parte eso que la tradición ha llamado “tentaciones”. Se originan en lo fundamental, en esa carencia o vacío que cargamos dentro, De ese vacío básico, también enfrentado por Jesús, nos habla Mateo hoy.

También utilizando un lenguaje mitológico, —es decir, relatos representativos con la ayuda de imágenes e historietas para entender situaciones reales profundas—  el evangelista nos describe ese conflicto profundo del ser humano, que también fue vivido por Jesús. El conflicto de querer llenar las carencias profundas con los medios equivocados: la acumulación de bienes, de poder civil o religioso, de construirse una imagen de superioridad sobre los demás.  Nada de eso puede llenar nuestros vacíos y necesidades profundas y eso lo sabe quien se ha descubierto como hijo amado de Dios. A Jesús se le acaba de revelar esa realidad, es decir, acaba de descubrir en su bautismo, que era hijo amado del Padre, y eso trazaba una ruta, un camino, una misión para su vida. Pero lo que Mateo presenta como “el tentador” le quiere introducir la duda sobre esa condición de hijo amado. No es precisamente en el desierto, que es parte de los símbolos empleados en el relato, sino en la vida cotidiana misma  donde al toparse de frente con el mundo tal y como es, con las necesidades materiales, con las relaciones de poder que existen en toda sociedad, grupo y familia, y con la necesidad de definir su propio papel y posición ante los demás, es entonces cuando se pone a prueba de verdad y en serio si uno es un hijo amado de Dios. Por eso Mateo dos veces  pone en boca de esa figura que llama Satán la frase que siembra la duda: “si en realidad eres hijo de Dios…” Si lo fueras, sabrías cómo manejar las cosas materiales, e incluso la religión, el templo, en provecho propio. Si eres hijo de Dios, tendrías que ser autosuficiente y no temer a nada. Y la duda final, que le quiere sembrar, ya no es sobre su condición de hijo de Dios sino sobre el Dios mismo que se lo reveló. Un mundo como este no parece que sea gobernado por Dios ¿por qué no más bien reconocer que es él, Satanás, el que gobierna el mundo y es mejor adorarlo a él? La narración, —nada fácil, por el lenguaje y personajes y escenario que utiliza— viene a mostrarnos en lo que vive Jesús las dos formas como los seres humanos podemos enfrentar nuestros vacíos, nuestras carencias fundamentales. O bien, erróneamente, pensando en que puede haber algo distinto de Dios, que pueda satisfacer nuestras ansias de superación. O bien saber enfrentarlas  con plena confianza en que somos de Dios y que es esa confianza total en que compartimos su vida como hijos, la que nos va a conducir progresivamente a descubrir las cualidades profundas de la vida divina en nosotros las que nos hará superar lo que experimentamos como los vacíos hondos de nuestras vidas, aun pendientes  de reflejar la presencia plena de la vida divina. San Agustín decía que habiendo sido hechos para Dios, solo en él podríamos descansar nuestras inquietudes más profundas. Jesús nos muestra  cómo el ser humano pleno tiene la capacidad para escoger el camino que vale la pena. Verlo a él es entender la clave de lo que en la realidad profunda somos cada uno de nosotros. De nuestras crisis y también de nuestro camino de superación y crecimiento.Ω

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