Lect.: Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses
3:7-12; Lucas 21:5-19
- De cierta manera este texto de Lucas continúa y afirma el mensaje del domingo pasado que hablaba de preocuparnos por “el más acá” y no por “el más allá”. Las preocupaciones por una “vida futura, después de ésta” se asocian con las que suscita la idea de un “final del mundo” y un “juicio final”. Como lo hacemos a menudo, una aclaración previa al comentario nos ayudará a ubicar el escrito y a captar mejor su sentido.
- Recordemos que este relato lo escribe la comunidad lucana, al menos, unos cuarenta y cinco años después de la muerte de Jesús, recién pasada la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos en el año 70. Está hablando, entonces, no de algo que va a pasar sino de algo que ya ha sucedido y de lo que han podido ser testigos. No es, pues, de una profecía de Jesús referida al final de los tiempos, sino de una preocupación de las primeras comunidades ante un grave hecho de su historia reciente, y la manera como trataban de reaccionar ante ello. Tampoco se trata, propiamente, de una discusión acerca del final del mundo, sino de un acontecimiento que, para los judíos, equivalía al fin del mundo. Para ellos el Templo era, literalmente, la casa de Dios, de Yavé, en el sentido más pleno, ahí residía el Arca, el Santo de los Santos. ¿Qué cosa peor podía pasar en el mundo, —desde su enfoque—, que la destrucción de ese espacio sagrado a manos de un ejército invasor? Para peores, se empiezan a preocupar las primeras comunidades judeocristianas ante el peligro de que las persecuciones caigan también sobre ellos.
- Hay algo que está implícito en esta narración y podemos leerlo entre líneas, aunque Lucas no lo diga abiertamente. La destrucción de Jerusalén, ese “final del mundo judío” no es un fenómeno sobrenatural, que cae del cielo, ordenado por Dios. Es un fenómeno humano, social, resultado del choque entre intereses políticos y económicos de los ocupantes romanos de Palestina, y los errores de los judíos para enfrentar su situación. Por “errores” hay que entender que la dirigencia judía no aprendió de la tragedia que suponía la ocupación romana, para construir, a partir de su pérdida de soberanía, una convivencia más fraterna, una mayor solidaridad con los grupos campesinos más pobres. Al contrario, los líderes políticos y religiosos, siguieron explotando a esas multitudes populares, y acumulando fortunas en torno al monopolio de los principales productos, trigo, aceite y vino. Es de este tipo de errores que hay que preocuparse. Es de esas prácticas de injusticia de las que hay que estar alerta para que eventos semejantes no se repitan y acaben por destruir de raíz al pueblo de Israel.
- El mensaje de Lucas, entonces es doblemente claro: en primer lugar, llama a estar más alerta a las consecuencias destructivas de los comportamientos irresponsables de la dirigencia y de quienes les apoyan o no les ofrecen resistencia. Podemos adivinar paralelismos actuales en nuestra época, y la aplicación del llamado de Lucas para que estemos alerta ante hechos negativos provocados e impulsados por una manera irracional de organizar la sociedad individualista, competitiva y nada solidaria. Nos llama a darnos cuenta de que nuestra preocupación mayor debería centrarse entonces, no ante un lejano final de los tiempos, del cual “nadie sabe ni el día ni la hora”, sino ante la posibilidad del final de logros sociales, culturales, de convivencia justa, conseguidos con mucho esfuerzo de décadas y que se puede estar generando con acciones que amenazan la justicia y la equidad en la sociedad actual. Esas mismas acciones pueden estar atentando con el maltrato de la naturaleza y aproximando también el final del equilibrio en la vida del planeta.
- Además de esta primera advertencia que nos queda al leer nuestra situación actual a la luz de este texto del evangelio, hay una segunda parte del mensaje que se dirige a nuestra actitud cuando enfrentamos este tipo de acontecimientos, —violencia, guerras, discriminaciones, corrupción, …—. Por terribles que sean los sucesos que nos amenazan, la actitud evangélica es no aterrarse, no caer en pánico, ni dejarse arrastrar por falsos mensajes alarmistas y extremistas de pretendidos “mesías” que, más bien, empujan a sentimientos fanáticos de venganza y de odio. Por encima de todo debe prevalecer la confianza en la acción del Espíritu de Dios, la seguridad de que este mismo Espíritu nos dará siempre sabiduría para hablar y para actuar con perseverancia con actitud constructiva.
- Se trata de un mensaje muy sencillo como podemos ver, pero coherente con toda la enseñanza de palabra y práctica de Jesús. Este llamado a la tranquilidad y a la confianza contrasta con muchas predicaciones surgidas posteriormente, a lo largo de la historia en ambientes cristianos, incluso en nuestros tiempos, de parte de “profetas de desgracias”, como decía Juan XXIII, que con las amenazas de terribles “castigos del cielo” intentan amedrentar a la gente, pensando erróneamente que el miedo y no la confianza y la convicción pueden llevar al cambio de vida. 7. Quedemos claros, por supuesto, que la confianza en Dios, de la que habla Lucas, no es un cómodo colchón, un sofá individualista en el que tirarse a descansar, como dice el Papa Francisco. Es una confianza que tiene profundas implicaciones personales y grupales, que se manifiesta en acciones perseverantes y comprometidas en lo social, en lo económico y político y en lo religioso. Recordemos que Lucas describe a Jesús, no indiferente ante los sufrimientos del pueblo, sino llorando por los errores de la dirigencia de Jerusalén y de quienes la apoyaban. Al mismo tiempo, su angustia no le hace prescindir de un anhelo y un trabajo constante por la liberación del pueblo y de todas las personas oprimidas. No hay mejor ejemplo que este de Jesús de lo que significa para nosotros el mensaje de este domingo: ante los más serios peligros que afectan a nuestra sociedad costarricense así como los de la sociedad internacional; ante resultados políticos electorales de otros países vecinos que nos entristecen porque parecen significar un retroceso de décadas de lucha por la justicia, la confianza en el poder de Dios que opera dentro de nosotros, se convierte en un acicate para poner nuestras fuerzas, por pequeñas que sean, al servicio de la reconstrucción de una sociedad regida por la solidaridad y la equidad, y para ofrecer resistencia a todas las tendencias contrarias.Ω
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