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14º domingo t.o.

Lect.: Zacarías 9,9-10; Rom 8,9.11-13; Mateo 11,25-30

  1. Este es uno de esos hermosos textos de Jesús que simplemente nos fascina, quizás porque toca algo muy íntimo en cada uno de nosotros. Nos hace vibrar cuando dice que la realidad del Padre se ha revelado a los sencillos e ignorantes y no a los sabios. Y esto nos anima porque cada uno de nosotros nos sentimos sencillos e ignorantes respecto a la realidad divina. Pero, para entender mejor este texto, ubiquémonos en el tiempo y el lugar en el que Jesús lo pronunció y en el que Mateo lo escribió. En ese momento en Palestina hablar de los “sabios y entendidos” era una clara referencia a los sacerdotes del Templo y a los Maestros de la Ley que eran los que monopolizaban las verdades oficiales, y que pretendían encerrar la verdad y el conocimiento de Dios en las doctrinas que ellos enseñaban.  Y para esos sacerdotes y maestros, los sencillos e ignorantes eran todos los demás, pero sobre todo los “de a pie”, la gente de la tierra, los campesinos, los que no estaban empapados de esas doctrinas y los pecadores, que no las cumplían. Pero estos sencillos, ignorantes y pecadores, que se sentían “cansados y agobiados” por la religión oficial, eran  precisamente los que se acercaban a Jesús y se sentían atraídos por su mensaje. Estos eran los que descubrían a Dios en Jesús.
  2. Pero ¿Cómo es que Dios se revela a esta gente sencilla y no a los sacerdotes y maestros del Templo? ¿Está acaso Jesús despreciando el estudio, el conocimiento humano? ¿Cómo y a través de qué se revela Dios según este texto? ¿Y en qué consiste esta revelación? Mateo lo sugiere: al Padre lo conoce todo aquel que conoce al Hijo. Es decir, quien ve, quien experimenta en Jesús la riqueza del amor, quien con él traspasa las barreras de las discriminaciones, quien descubre en Jesús que el mejor poder es el servicio, que no hay categorías de seres humanos, -de 1a, 2a y 3a,- porque cada uno tiene dignidad total, quien ve y experimenta todo esto, ese ve y experimenta la revelación de Dios, una revelación que no se puede captar meramente por el estudio de libros,  o por la aceptación intelectual de doctrinas y dogmas sino en la experiencia de vida. 
  3. Pero hay algo más todavía. El texto nos está diciendo que así como Jesús descubrió, vio, experimentó al Padre en sí mismo, así este descubrimiento es posible también en cada uno de nosotros. Aunque parezca increíble, ¡sí se puede! como en todos estos días pasados gritábamos todos, al ver a nuestra aguerrida y heroica "sele", ¡sí se puede! Jesús nos manifiesta que cada uno de nosotros puede descubrir a Dios, en nuestra propia práctica cotidiana del amor, de la no discriminación, del servicio, de la solidaridad, del perdón... Pero como en Jesús, la clave para esta visión, para este descubrimiento, es como él, "ser manso y humilde de corazón", es decir, no estar enamorados de nosotros mismos, no creernos lo máximo, no gastar nuestra vida construyéndonos un falso yo, una mega imagen social, una estrategia para trepar. Hay que vaciarse de ese falso yo, y de las ideas y doctrinas construidas por ese falso yo, para dejar paso a la revelación de Dios en nosotros mismos.Ω

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