Lect.: Isaías
60, 1-6; Efesios 3, 2-6; Mateo 2, 1-12
- Hace muchos años, en los años 60, me llenó de agradable asombro que el entonces Papa, Pablo VI, introdujera en uno de sus grandes discursos una plegaria procedente de antiquísimos textos de la sabiduría de la India. Esa plegaria dice: “Condúceme de lo irreal a lo real; de la oscuridad a la luz; de la muerte a la inmortalidad”. Luego añadió el Papa: “Esta es una plegaria que también pertenece a nuestro tiempo. Hoy más que nunca debería brotar de cada corazón humano”. Fui entendiendo desde entonces, con la ayuda de personas como el propio Pablo VI, que los seres humanos todos, en nuestros anhelos más profundos tenemos una íntima coincidencia, así como también coincidimos en los errores de perspectiva, en fallos que nos impiden realizar esos anhelos. También fui entendiendo que el amor gratuito de Dios, sin ninguna discriminación se iba manifestando de muchas maneras a las diversas culturas y pueblos, y a cada uno de los seres humanos. Esta manifestación de Dios en toda la creación pero, sobre todo, en el interior, en lo más íntimo de cada uno, es lo que la Iglesia celebra en esta fiesta llamada de la "Epifanía", que quiere decir en griego "manifestación", con la que concluye el tiempo de Navidad.
- Todos los símbolos que utiliza el evangelista Mt, la estrella, las figuras de astrólogos estudiosos de signos, llamados "magos", los regalos que traen al Niño... apuntan a subrayar que la luz de Dios, que se manifiesta de manera muy especial en la vida y entrega de Jesús de Nazaret, es accesible a todas las personas de buena voluntad, que buscan de forma sincera su identidad verdadera y la verdad en todo lo que existe. Las comunidades cristianas de los primeros siglos destacaron por eso la fiesta del nacimiento de Jesús como una fiesta de la luz. De manera quizás inconsciente, seguimos reflejando esa convicción cuando adornamos nuestras casas, el árbol de navidad y el portalito con montones de lucecitas. Quizás no caemos en la cuenta de que todas esas pequeñas luces son también símbolos de las chispas de la vida divina que se encuentra en cada uno de nosotros.
- Cuando el Papa Pablo VI oraba pidiendo pasar "de la oscuridad a la luz" estaba pidiendo que esa luz divina que ya tenemos vaya creciendo y vaya desterrando las sombras que a menudo nos tienen invadidos, que nos hacen confundir nuestro ser auténtico con el yo separado y egocéntrico, que nos hacen creer que Dios está lejos y afuera, o que es monopolio de unos grupos o instituciones religiosas, o que nos engañan haciéndonos pensar que la realización personal es lo mismo que la acumulación de poder y de riqueza.
- Hay otra breve y hermosa plegaria de la sabiduría hindú que dice: "Oh Tú que te manifiestas tú mismo, manifiéstate también en mí". Detrás de esa plegaria está la convicción de que en la manifestación de Dios en mí lo descubro a él y descubro lo que yo mismo soy. Con la reflexión que hace Mt y los símbolos de los Magos que vienen de Oriente, y de la estrella y los regalos, el evangelista nos recuerda que ese don generoso de la luz de Dios nos pide eso sí, una actitud de búsqueda, de no quedarnos instalados en lo que sabemos o creemos, en las costumbres y rutinas, “salirnos del nido” (papa Francisco); una actitud de apertura, de dejarnos sorprender por la novedad como Dios se manifiesta en la corriente de la vida de la que participamos.Ω
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