Lect.: Is 42,1-4.6-7; Hech 10,34-38;
Mt 3,13-17
- Cuando Jesús se acerca a Juan que está bautizando en la orilla, al otro lado del Jordán, ya tiene más de treinta años, un adulto maduro, hecho y derecho, con una relativamente larga vida laboral, como obrero de construcción, carpintero, un poco de todo. No tenemos detalles de toda esa primera etapa prolongada de su vida y solo podemos suponer que vivía de manera sencilla, trabajadora, familiar, en medio de su clan. Entonces algo pasó que lo hizo cambiar. Por los relatos de los evangelistas podemos conjeturar que entonces tiene una experiencia espiritual intensa, una vivencia fuerte de la presencia de Dios en su interior que le produce una ruptura con el estilo de vida que venía llevando, que le hace reaccionar de manera no conformista y más preocupado por la situación por la que atraviesa su pueblo y que le hace decidirse por algo nuevo, por una manera distinta de plantarse frente a los acontecimientos que afectan a su gente. En este primer momento de su renacimiento, de su bautismo, todavía no es consciente de la misión que asumirá después de anunciar la llegada del reino de Dios; solamente, de momento, como nos lo relatan los evangelistas, tiene una experiencia fuerte de ser el hijo amado de Dios, y esto probablemente lo sacude, lo hace recordar palabras de la Escritura, como las que hoy evoca la lectura de Isaías. Hijo de Dios, significa elegido, llamado a implantar el derecho, en una sociedad como la suya en la que los sumos sacerdotes y dirigentes políticos se olvidan y atropellan al pueblo. Pero a implantarlo valorando a cada cual, en el momento en que se encuentre, sin acabar de quebrar la caña rota ni apagar del todo la mecha que aún humea. Jesús descubre que Dios le habla y lo llama desde lo profundo de su ser a salirse de su vida rutinaria y a abrirse al servicio de las necesidades de su pueblo.
- Jesús no es el único personaje relevante de la historia que da un cambio, un giro en su vida ya a edad madura, y a que a esas alturas del partido descubren y desarrollan su misión definitiva. Los que de nosotros gustamos de la literatura, recordamos que el gran escritor portugués José Saramago, escribe su primer gran novela a los cuarenta y resto de años de edad y empieza su extraordinaria carrera literaria. Y más cercanos a nosotros podemos identificar a Monseñor Romero que a los sesenta y tantos se convierte al servicio de los pobres y de la justicia o, también avanzada la tercera edad, monseñor Coto que en Limón, o Monseñor Trejos hacia el final de su episcopado en san Isidro, también inician su compromiso de buena noticia para los excluidos. En el caso de Jesús, esta primer ruptura de su vida lo vinculara al movimiento de Juan el Bautista, probablemente como su discípulo por un tiempo y compartiendo su visión de juicio condenatorio de gobernantes civiles y religiosos de Israel por traicionar los valores del pueblo de Dios. Pero después de esta primer transformación en su vida Jesús vivirá otras dos importantes, como lo veremos en nuestras reflexiones de este año. Lo importante es que en todos esos cambios Jesús abría sus oídos a la voz del Maestro interior, del Padre Dios que le llamaba a ir descubriendo progresivamente su vocación profunda y auténtica por debajo de la cáscara de la rutina de la vida cotidiana.
- Hay aspectos de la vida de Jesús que son irrepetibles en nuestras vidas actuales, porque dependen mucho de las circunstancias históricas que a él le tocó vivir. Pero mirando tan solo a este episodio del bautismo en el Jordán hay, al menos tres aspectos que podemos descubrir también en la vida de cada uno con ayuda de los relatos evangélicos. Primero, que la edad para tener un renacimiento puede ser, sin duda, nuestra edad madura, en los treintas, cuarentas o incluso más. Cualquier edad, en la historia propia, puede ser la de un gran giro, una gran conversión hacia una misión de servicio y de compromiso con los intereses de los pobres, de los desfavorecidos, pero, en segundo lugar, este episodio nos enseña que ese renacimiento, ese bautismo de fuego, viene cuando estamos abiertos a la voz del Dios que nos habla desde nuestro ser más íntimo, desde nuestros mejores valores y cualidades y permitiéndonos ver de manera distinta las necesidades de nuestro entorno. Y, en fin, en tercer lugar, viéndolo en Jesús, vemos en nosotros que el descubrimiento de Dios y de la propia identidad es un proceso de nunca acabar al que debemos estar dispuestos a recorrer para llegar a la vida plena.Ω
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