Lect.: Hechos
15, 1-2. 22-29; Apoc 21, 10-14. 22-23; Jn 14, 23-29
- Para las comunidades cristianas reunidas en torno al evangelista Juan, Jesús no era simplemente un líder al cual seguir, ni un maestro del cual aprender. Mucho más que eso, era una ventana abierta —“la puerta”— al descubrimiento de lo que somos los seres humanos y, a través de ello, al descubrimiento de Dios. Se trata no de un descubrimiento teórico, sino de compartir, en la vida de cada uno, la misma experiencia íntima de Jesús resucitado. Resucitar con Jesús, como decíamos hace una semana, fue para ellos descubrir que su ser auténtico los llevaba a la práctica del amor desinteresado, a la superación del egocentramiento, el descubrimiento de que cada uno de nosotros no es un ser aislado, sino que está imbricado con los demás, ... En el texto de hoy, el evangelista nos hace ver con más claridad la raíz de esta nueva manera de experimentarse y que es la raíz de donde brota la práctica del amor. Se trata de otro descubrimiento, de una experiencia más profunda, la más radical y que constituye la esencia de lo que somos, es la experiencia de Dios que habita en nosotros. El amor es el efecto y la raíz de esta vivencia profunda. Es la señal de que ya hemos resucitado.
- Alcanzar este nivel de experiencia no se da de la noche a la mañana. No es compatible con una vida superficial, "light". Es el fruto de un continuo trabajo -por eso Jesús, hablando con Nicodemo, lo comparó con un nuevo nacimiento, con un parto; aunque, al mismo tiempo, como sugiere también el texto de hoy, es un fruto que quien lo produce, a través de nuestro trabajo, es el mismo Espíritu de Dios quien nos lo enseña todo y nos permite entender, recordar correctamente lo que Jesús enseñó.
- A menudo, nosotros que nos decimos creyentes, nos planteamos preguntas que nos causan preocupación e incluso nos desestabilizan. Unas preguntas son sobre Dios, como por ejemplo, qué sucede cuando me aparto de Dios? ¿Mis pecados lo alejan de él? ¿Cómo encontrarlo de nuevo? Y otras inquietudes se refieren a nuestro futuro, ¿qué hay después de la muerte? ¿Adónde voy cuando muero? Son preguntas naturales formuladas dentro del mundo de las formas materiales porque solo aquí existe el espacio - tiempo.
- Pero en la medida en que vayamos avanzando en esa experiencia de Dios en nosotros o, mejor dicho aún, de cada uno de nosotros enraizado en Dios,... Es decir, en la medida en que avancemos en participar de esa experiencia de Jesús resucitado, muchas de esas inquietudes perderán sentido. Nos daremos cuenta de que no tenemos que ir a ninguna parte para buscar a Dios, ni él tiene que venir de ninguna parte. Porque ya estamos en él y, como decía un predicador hoy, más que huésped El es la raíz de lo que cada uno de nosotros es. E iremos viendo incluso de manera distinta la misma muerte. Ni la muerte es el final, ni el nacimiento fue el principio, porque nunca en realidad nos salimos de Dios, fuente de la vida. Un espiritual hindú escribió hace varios siglos: ¿Por qué investigar, pues, qué hay más allá de la muerte?; indaguemos más bien quiénes somos realmente aquí y ahora y, entonces sí, descubriremos la respuesta real a todas nuestras dudas".
- Por todo esto no es extraño que participar en esta experiencia de Cristo, nos dé la paz, pero no como la da el mundo, sino en el sentido más completo; y que con esta profunda vivencia, no temblemos ni nos acobardemos ante todos los conflictos de esta sociedad.Ω
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