Lecturas:
Exodo 24,3-8
Hebreos 9,11-15
Mc14, 12-16 y 22-26
- Cuando, de joven, quise aprender a jugar boliche (bolos), el amigo que me enseñaba me advirtió: tienes que aprender a tirar la bola no de cualquier manera, porque si aprendes ahora con defectos o mañas, después te será casi imposible corregirte. Una advertencia parecida respecto a la forma de agarrar la raqueta, me hizo años más tarde otro amigo cuando intenté, esta vez sin éxito, aprender a jugar tenis. Discúlpenme Uds. por establecer esas comparaciones tan triviales al hablar del tema de hoy. Pienso, a menudo, que cuando uno "aprendió mal" o de manera inexacta, lo que significa participar en la Eucaristía, después de años se hace tremendamente difícil cambiar la costumbre. Y ahí el problema. La gran mayoría de nosotros adultos crecimos oyendo que "a misa es obligación ir, y bajo pecado mortal" . Ni siquiera se usaba el término de "eucaristía". Y menos de “participar”. Se trataba de "cumplir", "asistir a", "oír la misa" que un sacerdote celebraba. Para eso estaba y “se le pagaban misas”. También crecimos, hay que reconocerlo, oyendo invitaciones a una relación más de sentimientos, que se nos decía más cercana, a "visitar al Santísimo"'. O a acompañarle en procesiones donde iba bajo palio. Pero en ese caso lo que se acentuaba en nosotros era la actitud de adoración, de veneración respetuosa y, pese a todo, en planos diferentes. En tiempos recientes se quiso superar todo esto, es cierto. Pero a menudo se sustituyó por el intento de tomar la celebración eucarística como un momento de "cargar baterías", de dejarse envolver por sentimientos de piedad, de intensa devoción individual.
- Con todos estos antecedentes, ¿Cómo recuperar el sentido evangélico de la cena del señor? ¿Cómo aprender de nuevo a celebrar la eucaristía "en memoria de él" como el mismo Jesús pidió que lo hiciéramos? Experiencias recientes nos dicen que se trata de un intento nada fácil. Hace falta, desde luego, mucho más que un día de reflexión al año, como es este mismo día que llamamos del Corpus.
- Es más, no se trata solo, y quizá ni siquiera fundamentalmente, de reflexionar. Éste es un nivel importante, sin duda. Hay que entender lo qué hacemos y por qué lo hacemos. En esa perspectiva se pueden proponer varias dimensiones para profundizar. Empezando por la forma simbólica de la cena. Cierto que no se trata de asumir todas las exigencias de una comida que apunta a satisfacer las habituales necesidades alimenticias. No nos reunimos porque tenemos hambre. Pero también es cierto que, si estamos tomando la cena como símbolo de algo más, el símbolo debe guardar al menos rasgos esenciales que permitan identificar lo que queremos expresar. Y que resulte fácilmente comprensible para los que están empezando a participar, los niños, por ejemplo, y a los que desde fuera se interesan por saber lo que hacemos. El problema es que la idea de "cena del Señor" ha cedido su lugar a lo largo de la historia a la idea de sacrificio ritual o a la de ceremonia de culto, y esto a pesar de que, cuando escuchamos relatos antiguos, como la primera lectura de hoy, nos horroriza pensar lo que eran los sacrificios sangrientos de animales o de humanos, de tiempos primitivos.
- La celebración eucatística, la Cena del Señor hoy, es una reunión simbólica, como todavía en nuestros días tenemos comidas de despedida, de bienvenida, de cumpleaños, etc., pero en este caso, lo esencial es actualizar, hacer presente la memoria de una persona, Jesús, con cuya forma de vida, de relacionarse con los demás, de darse y de recibir, queremos identificarnos. Participamos en esta comida para hacer que la memoria de su compromiso, de sus acciones, de sus sentimientos no desaparezcan nunca, permanezcan actualizados en nuestras propias vidas, en nuestra manera de asumir los retos que la vida nos plantea hoy en día. Y sabemos que esta identificación es real y no solo imaginaria, porque él ya había prometido estar donde dos o tres se reunieran en su nombre, y que permanecería en nosotros si nosotros permanecíamos en él.
- Podríamos seguir reflexionando sobre estas y otras importantes dimensiones de la comida eucarística, pero sería muy extenso para este tipo de publicación. Y es mejor, antes de concluir, subrayar una condición indispensable para que el contenido de esas reflexiones se haga realidad: la existencia de esos "dos o tres reunidos en su nombre". Es decir, para que recobre sentido la eucaristía, el ámbito, el espacio requerido es el de un grupo, unido por lazos comunitarios y por el deseo común de perpetuar la memoria de Jesús en una forma de espiritualidad, en una forma de vida que fueron las suyas. Y esto va mucho más allá de la devoción individual, o de cualquier actividad cultual. Requiere una comunidad viva, o en vías de serlo, convencida de que la espiritualidad de Jesús puede ser un aporte importante para humanizar a fondo la sociedad actual y que esa espiritualidad puede "reencarnarse" en brazos y manos nuestros unidos en lazos fraternos y solidarios. En actitudes de servicio, como lo expresa ese otro gran símbolo de la Cena del Señor, el lavatorio de pies.Ω
A veces las redes sociales y blogs se "majan las mangueras". Carlos Cstro Calzada puso este valioso comentario a mi homilía del domingo pasado, pero la buso en FB, donde no resulta igual de fácil seguir un hilo como en este blog. Veamos lo que dice:
ResponderBorrar"Jorge por tu reflexión. Sin embargo, algo pasa en la Iglesia Católica cuando, hasta con apoyo del Magisterio, se afirma que en el centro de la fe de un creyente católico tiene que estar la Eucaristía. La Eucaristía en cuanto Misa. O sea, la Eucaristía tal y como se tiene concebida y estructurada hoy en día. Se argumenta que esto debe ser así porque, gracias a las palabras y gestos del sacerdote, Dios mismo en la Eucaristía se hace enteramente presente en el pan y en el vino transubstanciados. ¿Dónde queda la centralidad de la fe en Jesús de Nazareth, quien nos invita a vivir su misma vida, nos lleva al Padre y nos posibilita el Espíritu?. Vos planteás en tu artículo que la Eucaristía es una celebración comunitaria, cargada de símbolos, que hace presente a Jesús de Nazareth, nos sumerge en Él y nos compromete con su estilo de vida. Otra cosa de lo que se escucha y afirma en los ámbitos clericales de la Iglesia Católica."