Lect.: Hech 1: 1 – 11; Ef 1: 17 – 23; Mc 16: 15 – 20
1. Para
quienes compartimos estas reflexiones habitualmente, ya no nos extraña ver que
los esfuerzos de las primeras comunidades por expresar una vivencia espiritual
profunda tenía que filtrarse en las formas culturales de la época, en la manera
de entender, por ejemplo, el cosmos, el mundo, el universo. Por eso utilizan
esos términos de “arriba”, “abajo”, “subir al cielo”, descender a los
infiernos”, etc. No tenían otra forma de expresarse. Pero nosotros, más de dos
mil años después, no podemos permanecer apegados a esa forma de hablar y, como
dice un comentarista, no podemos pensar lo que llamamos encarnación como un
“aterrizaje”, ni la ascensión como un “despegue”. Un esfuerzo de relectura, de
comparación de los relatos de Lucas y Marcos, y con los relatos de “ascensiones”
de personajes célebres que figuran en otra literatura no bíblica de la
antigüedad, nos permiten aproximarnos al sencillo mensaje que los evangelistas
tratan de transmitir. Nos están completando el anuncio de la Pascua. Con estos
relatos tratan de transmitir de otra manera lo que ya habían comunicado al
hablarnos de la resurrección: que Jesús hombre se ha hecho una sola realidad
con Dios. Que la vida divina que siempre lo sostuvo lo ha asumido plenamente,
despojándolo de todo lo impermanente, lo transitorio que tenemos los humanos y
todas las criaturas de universo. La buena nueva es que Jesús ha alcanzado la
plenitud, y que todos estamos invitados a lograrla. La creación entera gime,
como dice Pablo, esperando este momento.
2. Precisamente
Pablo, en la segunda lectura de hoy, sabe que tenemos que traspasar una terminología y unas expresiones fisicistas,
materialistas, de lo que son realidades de otro orden. Y por eso quiere que
oremos con él para que se nos “conceda espíritu de sabiduría y de revelación
para conocerle perfectamente… y se iluminen los ojos de nuestro corazón para
conocer cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados por él…”. En otros
campos de la vida también hemos ido aprendiendo desde nuestra infancia a ir
subiendo en niveles de conocimiento, desde el de los relatos infantiles, de las
creencias populares, hasta comprensiones más maduras y, en algunas áreas, más
científicas de la vida y de lo que somos. Tanto mayor es el reto de alcanzar
ese otro nivel de conocimiento de mayor madurez, del que habla Pablo, para
comprender lo que llamamos nuestra “realidad divina”, nuestra vida plena en
Dios, que también para los cristianos es lo que nos hace plenamente humanos.
3. De
verdad que esto se tiene que ver como una “buena noticia” y las buenas noticias
hay que transmitirlas. No sorprende que las primeras comunidades ligaran
entonces su experiencia de esta realidad humana y divina manifestada en Jesús
con la necesidad imperiosa de compartirla con todos “hasta los confines de la
tierra” o, como dice Marcos, proclamarla “a toda la creación,” lo que en
nuestra mentalidad actual nos hace pensar en cómo esa vida divina nos une compartiendo
identidad no solo con todos los humanos, sino con todas las criaturas de la
tierra y del universo.Ω
Algunas consideraciones a su artículo:
ResponderBorrar1. Qué gran verdad la que expresa usted Jorge Arturo acerca de la naturaleza divina de Jesús cuando nos habla de la unidad entre el Hijo y el Padre.
2. Comparto con usted Fray, que la plenitud humana la obtenemos cuando alcanzamos nuestra vida plena en Dios.
3. Y como consecuencia lograremos lo que menciona San Pablo acerca de la cristificación de la creación: "Y este designio consiste en que Dios ha querido unir bajo el mando de Cristo todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra." (Ef. 1,10)