14o domingo tiempo ordinario,
Lect.: Zac 9: 9-10; Rom 8: 8-9. 11-13; Mt 11: 25-30
1. En la sociedad actual vivimos, cada vez mas en un mundo de expertos. Bueno, al menos de nombre. Hay expertos que, realmente se han quemado las pestañas aprendiendo las nuevas técnicas, las nuevas especialidades científicas; y también los "expertos" de mentirillas, los que en materias nuevas se aprovechan de la ignorancia de la mayoría para dominar en ese campo, apenas con tres o cuatro conocimientos medio aprendidos a la carrera. Vivimos entonces, en un mundo de expertos, verdaderos y falsos (= bateadores creídos). Pero como sea, esto nos acostumbra a quedar en manos de otros, a depender para solucionar la mayor parte de los problemas de la vida cotidiana. En parte esto es necesario y bueno. Tenemos que depender unos de otros porque nadie puede tener todo el conocimiento humano en el plano científico y práctico.
2. Pero el problema es que esto nos pasa también en la vida espiritual. Para actuar en este campo se nos ha hecho creer que o bien tenemos que estudiar mucha teología y otras materias, o bien tenemos que preguntar a los "expertos", para cualquier avance. Sin embargo, ante esta creencia aquí viene Pablo hoy a decirnos que para ser de Cristo hay que tener el Espíritu de Cristo. Es decir, que para vivir la vida espiritual no se necesita de otros expertos que nos controlen; tampoco es indispensable contar con muchos cursos y títulos. Cada uno puede llegar a ser “experto” porque lo prioritario no es lo doctrinal sino lo vivencial: tener una relación viva, vivificante con el espíritu de Cristo que habita en nosotros, el mismo que hizo vivir a Jesús una vida nueva, de resucitado. Esta relación nadie la puede vivir en nombre de uno. Solo uno mismo puede llegar a tenerla. Así quien llega a descubrir esta dimensión de la vida es el que goza de la sabiduría de Dios. Estos son los que paradójicamente Mt llama los "sencillos", como Jesús, los “mansos y humildes de corazón”, porque no son "expertos" en religiones y no tienen la actitud prepotente de quienes se creen dueños del conocimiento y de la verdad, únicos que pueden dársela a los demás. Son, mas bien, los que saben que todo lo que tienen es don de Dios, empezando por el don del Espíritu que habita en nosotros y el don de poder relacionarse vivencialmente con él. Con esta sabiduría es que los cansados, los agobiados, los pobres y marginados recobran toda su dignidad, su esperanza, su capacidad de vivir con fuerza, como ser humano pleno. Se trata de una experiencia liberadora y no de una dependencia infantilista de Dios.
3. Como se trata de un don, esa sabiduría espiritual no la podemos construir por propias fuerzas, ni estudiar en ninguna escuela. Solo podemos disponernos personalmente a recibirla y desarrollarla con una actitud de sencillez, de desprendimiento y de gratitud. Una actitud que nos haga menos creídos, menos apegados a nuestras formas de pensar, nuestras costumbres incluso religiosas que, a menudo, nos llenan tanto que no dejamos espacio para la novedad de la gracia de Dios. En una eucaristía como esta, donde cobramos conciencia de la diversidad del cuerpo de Cristo, de la comunidad de la que formamos parte, tenemos la oportunidad de pedir que el Señor nos colme de esta sabiduría de los sencillos y no de la de los expertos religiosos.Ω
Lect.: Zac 9: 9-10; Rom 8: 8-9. 11-13; Mt 11: 25-30
1. En la sociedad actual vivimos, cada vez mas en un mundo de expertos. Bueno, al menos de nombre. Hay expertos que, realmente se han quemado las pestañas aprendiendo las nuevas técnicas, las nuevas especialidades científicas; y también los "expertos" de mentirillas, los que en materias nuevas se aprovechan de la ignorancia de la mayoría para dominar en ese campo, apenas con tres o cuatro conocimientos medio aprendidos a la carrera. Vivimos entonces, en un mundo de expertos, verdaderos y falsos (= bateadores creídos). Pero como sea, esto nos acostumbra a quedar en manos de otros, a depender para solucionar la mayor parte de los problemas de la vida cotidiana. En parte esto es necesario y bueno. Tenemos que depender unos de otros porque nadie puede tener todo el conocimiento humano en el plano científico y práctico.
2. Pero el problema es que esto nos pasa también en la vida espiritual. Para actuar en este campo se nos ha hecho creer que o bien tenemos que estudiar mucha teología y otras materias, o bien tenemos que preguntar a los "expertos", para cualquier avance. Sin embargo, ante esta creencia aquí viene Pablo hoy a decirnos que para ser de Cristo hay que tener el Espíritu de Cristo. Es decir, que para vivir la vida espiritual no se necesita de otros expertos que nos controlen; tampoco es indispensable contar con muchos cursos y títulos. Cada uno puede llegar a ser “experto” porque lo prioritario no es lo doctrinal sino lo vivencial: tener una relación viva, vivificante con el espíritu de Cristo que habita en nosotros, el mismo que hizo vivir a Jesús una vida nueva, de resucitado. Esta relación nadie la puede vivir en nombre de uno. Solo uno mismo puede llegar a tenerla. Así quien llega a descubrir esta dimensión de la vida es el que goza de la sabiduría de Dios. Estos son los que paradójicamente Mt llama los "sencillos", como Jesús, los “mansos y humildes de corazón”, porque no son "expertos" en religiones y no tienen la actitud prepotente de quienes se creen dueños del conocimiento y de la verdad, únicos que pueden dársela a los demás. Son, mas bien, los que saben que todo lo que tienen es don de Dios, empezando por el don del Espíritu que habita en nosotros y el don de poder relacionarse vivencialmente con él. Con esta sabiduría es que los cansados, los agobiados, los pobres y marginados recobran toda su dignidad, su esperanza, su capacidad de vivir con fuerza, como ser humano pleno. Se trata de una experiencia liberadora y no de una dependencia infantilista de Dios.
3. Como se trata de un don, esa sabiduría espiritual no la podemos construir por propias fuerzas, ni estudiar en ninguna escuela. Solo podemos disponernos personalmente a recibirla y desarrollarla con una actitud de sencillez, de desprendimiento y de gratitud. Una actitud que nos haga menos creídos, menos apegados a nuestras formas de pensar, nuestras costumbres incluso religiosas que, a menudo, nos llenan tanto que no dejamos espacio para la novedad de la gracia de Dios. En una eucaristía como esta, donde cobramos conciencia de la diversidad del cuerpo de Cristo, de la comunidad de la que formamos parte, tenemos la oportunidad de pedir que el Señor nos colme de esta sabiduría de los sencillos y no de la de los expertos religiosos.Ω
Excelente el comentario. Ojalá muchos lo lean y tengan "oídos"; porque seguimos dejando nuestra responsabilidad de una vida realmente plena en manos de otros; y mientras eso pasa, postergamos la posibilidad de ser felices con las pequeñas cosas que tenemos y nos rodean; con nuestras decisiones, pequeñas y grandes; con cada momento en el que amamos y nos sentimos amados....
ResponderBorrarMuy de acuerdo con la aplicación que haces, Anabelle. Ya de por sí el tema de la excesiva especialización en manos de expertos es un tema que vale la pena examinar críticamente en nuestra sociedad. Entre otras cosas no mencionadas en la homilía está lo del campo de la medicina, donde después de que múltiples especialistas viéndote, luego falta quien te integre (dicen que debía ser el internista).- Pero, más al grano, lo que no cabe es entregar el propio crecimiento espiritual en manos de nadie, sin que esto signifique renuncia a acompañamientos.
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