Domingo de la ascensión, 5 de jun. de 11
Hech 1:1-11; Ef 1:17-23; Mt28:16 – 20
1. Como ya hemos comentado a lo largo de estos domingos de Pascua, para entrar en el significado de este acontecimiento espiritual tenemos que “brincarnos” varios obstáculos. Entre ellos el del lenguaje. Por una parte porque los términos reflejan una mentalidad, una época, que tenía una manera de representarse la realidad, muy distinta de la nuestra hoy. En esa cultura hablan de un “arriba” para lugar de los dioses, un “abajo subterráneo” para los demonios y un “primer piso” (aunque no lo llaman así), donde vivimos nosotros. Por eso hablan de que “el hijo de Dios bajó” o, en este domingo, que “subió a los cielos”, etc. Por otra parte, tratándose de temas de espiritualidad profunda, los autores saben que es una realidad que los trasciende, y tienen que emplear símbolos. Por ejemplo, “ascender al cielo”, “sentarse a la derecha del Padre”, o ser “glorificado”. Son formas de hablar simbólicas de lo que hoy diríamos “alcanzar la máxima realización personal, como ser humano”, “desarrollar a tope las capacidades que Dios ha dado a nuestro espíritu”. O más bien, descubrir que uno tiene esas capacidades , y llegar a tener conciencia experimental de esa plenitud de Dios que ya está en nosotros.
2. Cuando hablamos del nacimiento de Jesús, o de su muerte, estamos hablando de hechos históricos comprobables por quienes lo rodeaban en ese momento. En cambio, cuando hablamos de “encarnación”, “resurrección” o ascensión estamos en otro plano. Hablamos de otro nivel de realidad, no menos real, de hecho más real, pero intangible. Estamos hablando del plano de nuestra vida en Dios y de Dios en nosotros, un plano que trasciende las limitaciones de espacio y de tiempo a que estamos acostumbrados. Cierto que no es fácil de entender, y menos en unos minutos de homilía, pero no debería sernos del todo extraño, si pensamos que incluso en nuestra vida ordinaria existen cosas que trascienden de alguna manera los condicionamientos físicos. Por mencionar un par de ejemplos sencillos: un regalo u otro gesto de cariño. Sabemos por experiencia que transmiten algo que va mucho más allá del objeto o del gesto material. Nos dan testimonio de que en nosotros hay dimensiones intangibles, pero reales que trascienden lo material. Así, cuando celebramos este domingo la “ascensión” de Jesús estamos celebrando el hecho de que en ese galileo, hijo de mujer, visto como hijo del carpintero, se manifestó después de su muerte la plenitud de vida en Dios que había tenido siempre, pero que solo se manifiesta con el desprendimiento total que se da en la cruz.
3. Aparte de celebrar ese extraordinario hecho que anima nuestra esperanza, en esta fiesta las lecturas nos recuerdan que Jesús envía a sus discípulos a compartir con todos los pueblos, con todas las culturas ese mensaje: que todos y todas, igualmente que él, vivimos esa plenitud del Dios que nos inunda y que solo ansiamos desposeernos de todo —cosa nada fácil, estemos claros— para poder experimentarla. Será el momento en que nos descubramos también a nosotros mismos no con las limitaciones de nuestro pequeño ego, no con el aparente brillo de nuestros títulos, de las funciones que desempeñamos socialmente —madre, padre, maestro, ingeniero, constructor…— Somos mucho más que todo eso, somos partícipes de la vida plena de Dios y eso también lo vamos a descubrir y a experimentar, transformando nuestra vida actual.Ω
Hech 1:1-11; Ef 1:17-23; Mt28:16 – 20
1. Como ya hemos comentado a lo largo de estos domingos de Pascua, para entrar en el significado de este acontecimiento espiritual tenemos que “brincarnos” varios obstáculos. Entre ellos el del lenguaje. Por una parte porque los términos reflejan una mentalidad, una época, que tenía una manera de representarse la realidad, muy distinta de la nuestra hoy. En esa cultura hablan de un “arriba” para lugar de los dioses, un “abajo subterráneo” para los demonios y un “primer piso” (aunque no lo llaman así), donde vivimos nosotros. Por eso hablan de que “el hijo de Dios bajó” o, en este domingo, que “subió a los cielos”, etc. Por otra parte, tratándose de temas de espiritualidad profunda, los autores saben que es una realidad que los trasciende, y tienen que emplear símbolos. Por ejemplo, “ascender al cielo”, “sentarse a la derecha del Padre”, o ser “glorificado”. Son formas de hablar simbólicas de lo que hoy diríamos “alcanzar la máxima realización personal, como ser humano”, “desarrollar a tope las capacidades que Dios ha dado a nuestro espíritu”. O más bien, descubrir que uno tiene esas capacidades , y llegar a tener conciencia experimental de esa plenitud de Dios que ya está en nosotros.
2. Cuando hablamos del nacimiento de Jesús, o de su muerte, estamos hablando de hechos históricos comprobables por quienes lo rodeaban en ese momento. En cambio, cuando hablamos de “encarnación”, “resurrección” o ascensión estamos en otro plano. Hablamos de otro nivel de realidad, no menos real, de hecho más real, pero intangible. Estamos hablando del plano de nuestra vida en Dios y de Dios en nosotros, un plano que trasciende las limitaciones de espacio y de tiempo a que estamos acostumbrados. Cierto que no es fácil de entender, y menos en unos minutos de homilía, pero no debería sernos del todo extraño, si pensamos que incluso en nuestra vida ordinaria existen cosas que trascienden de alguna manera los condicionamientos físicos. Por mencionar un par de ejemplos sencillos: un regalo u otro gesto de cariño. Sabemos por experiencia que transmiten algo que va mucho más allá del objeto o del gesto material. Nos dan testimonio de que en nosotros hay dimensiones intangibles, pero reales que trascienden lo material. Así, cuando celebramos este domingo la “ascensión” de Jesús estamos celebrando el hecho de que en ese galileo, hijo de mujer, visto como hijo del carpintero, se manifestó después de su muerte la plenitud de vida en Dios que había tenido siempre, pero que solo se manifiesta con el desprendimiento total que se da en la cruz.
3. Aparte de celebrar ese extraordinario hecho que anima nuestra esperanza, en esta fiesta las lecturas nos recuerdan que Jesús envía a sus discípulos a compartir con todos los pueblos, con todas las culturas ese mensaje: que todos y todas, igualmente que él, vivimos esa plenitud del Dios que nos inunda y que solo ansiamos desposeernos de todo —cosa nada fácil, estemos claros— para poder experimentarla. Será el momento en que nos descubramos también a nosotros mismos no con las limitaciones de nuestro pequeño ego, no con el aparente brillo de nuestros títulos, de las funciones que desempeñamos socialmente —madre, padre, maestro, ingeniero, constructor…— Somos mucho más que todo eso, somos partícipes de la vida plena de Dios y eso también lo vamos a descubrir y a experimentar, transformando nuestra vida actual.Ω
sí, ojalá. A veces la gente parece tan pegada a lo material que olvida vivir y disfrutar los "pequeños" momentos desde otras dimensiones. cuando nuestros seres queridos se han ido, apreciamos en su verdadera dimensión aquel tiempo que compartíamos con ellos como una dimensión más allá de lo material. Y esto aporta algo de alegría a nuestra tristeza de haberlos perdido.
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