31º domingo tiempo ordinario, 31 octubre 2010.
Lect.: Sap 11: 22 – 12:2; 2 Tesal 1: 11 – 2:2; Lc 19: 1 – 10
1. En nuestra vida moral quizás la idea y sentimiento más difícil de manejar es el de pecado. Uno puede hablar de un acto ilegal, o de una acción mala, de una intención perversa, de un hecho destructivo u otras expresiones parecidas y es relativamente fácil saber de qué hablamos y cómo ponernos de acuerdo o por lo menos discutir sobre el asunto. Pero, en cambio, cuando hablamos de pecado la cosa se complica porque éste es un término estrictamente religioso que presenta problemas. Desde pequeños se nos ha dicho que pecado es una “ofensa a Dios”. Y hablar así genera bastantes reacciones negativas que van desde la desconfianza, la indignación y el rechazo hasta el otro extremo, el de la humillación, el sentimiento destructivo de culpa y la parálisis en la acción. Por una parte hay muchos que consideran que esto de hablar de “ofensa a Dios” no tiene sentido por la inmensa distancia que existe entre el creador y sus criaturas como la misma 1ª lectura de hoy nos lo recuerda, y porque ese mismo texto nos afirma que toda nuestra existencia depende de nuestro vínculo con Dios. Otros desconfían de la demasiada facilidad con que algunos ministros de iglesias recurren al término “pecado”, como si solo ellos pudieran leer la mente de Dios y solo ellos tuvieran de primera mano la certeza de qué es lo que ofende al Creador. De ahí no hay más que un paso a la manipulación de las leyes e instituciones religiosas para dominar a la gente sencilla, a lo que Jesús se opuso radicalmente como lo veíamos la semana pasada. Por otra parte, hay muchísima gente que no se cuestiona esto y vive abrumada por el sentimiento destructivo de culpa que la hace sentirse pecadora miserable, que para nada es grata a los ojos de Dios.
2. En la perspectiva evangélica entonces, para entender eso que llamamos “pecado” no hay que recurrir a definiciones filosóficas, teológicas o psicológicas. Hay que mirar con más sencillez, como lo hemos dicho más de una vez, a la manera como Jesús se relacionaba con los llamados “pecadores” y de ahí aproximarnos a entender lo que él podía estar entendiendo como pecado. El relato de hoy nos da unas buenas pistas para este enfoque. En la figura de Zaqueo vemos varias cosas. Por una parte, lo que significa su nombre. Viene de la palabra hebrea Zakkai que significa limpio, inocente. Gran contraste con la imagen social que se tenía de él y con el tipo de labores que desempeñaba como jefe de cobradores de los impuestos de los romanos. Parece apuntar la intención de Lc a afirmar que todo ser humano en el fondo es limpio, sano, digno. Lo que pasa es que no siempre logramos sacar de nosotros nuestras mejores y más profundas cualidades. En segundo lugar el relato nos muestra un Zaqueo insatisfecho consigo mismo que, quizás sin entenderlo bien, anda en busca de Jesús y de lo que Jesús representa. Y corre para verlo. En tercer lugar, una frase curiosa: “la gente se lo impedía”. Tenía muchas cosas en torno suyo que no le dejaban acercarse al Dios de Jesús, y a su mismo fondo divino. Tiene que subirse a un árbol, es decir, salirse de lo que lo rodea, coger otra perspectiva y ver a Jesús. Finalmente, la contundente actitud de Jesús: baja del árbol, porque voy a hospedarme en tu casa. No es que Jesús esté abierto a ese pobre hombre considerado como pecador. Es que anda buscando, se interesa sobre todo por el que está extraviado.
3. Aquí tenemos otra perspectiva para entender lo que Jesús considera “pecado”. No es la ofensa a un ser poderoso inaccesible, que está en lo alto de los cielos. Es la ofensa a uno mismo, a lo más profundamente auténtico que tiene cada uno de nosotros. Es andar extraviado, conducido por un falso yo, lejos de la imagen de Dios que llevamos impresa de manera única cada uno. Lejos de ese “Zaqueo” de cada uno, es decir, de ese fondo limpio, digno, que nos da la máxima calidad de vida humana. Pecar es perder esa calidad máxima de vida. En fin, toda una lección para aprender a entendernos y a entender a los demás y a tratarnos a nosotros mismos y a tratar a los demás en consecuencia.Ω
Lect.: Sap 11: 22 – 12:2; 2 Tesal 1: 11 – 2:2; Lc 19: 1 – 10
1. En nuestra vida moral quizás la idea y sentimiento más difícil de manejar es el de pecado. Uno puede hablar de un acto ilegal, o de una acción mala, de una intención perversa, de un hecho destructivo u otras expresiones parecidas y es relativamente fácil saber de qué hablamos y cómo ponernos de acuerdo o por lo menos discutir sobre el asunto. Pero, en cambio, cuando hablamos de pecado la cosa se complica porque éste es un término estrictamente religioso que presenta problemas. Desde pequeños se nos ha dicho que pecado es una “ofensa a Dios”. Y hablar así genera bastantes reacciones negativas que van desde la desconfianza, la indignación y el rechazo hasta el otro extremo, el de la humillación, el sentimiento destructivo de culpa y la parálisis en la acción. Por una parte hay muchos que consideran que esto de hablar de “ofensa a Dios” no tiene sentido por la inmensa distancia que existe entre el creador y sus criaturas como la misma 1ª lectura de hoy nos lo recuerda, y porque ese mismo texto nos afirma que toda nuestra existencia depende de nuestro vínculo con Dios. Otros desconfían de la demasiada facilidad con que algunos ministros de iglesias recurren al término “pecado”, como si solo ellos pudieran leer la mente de Dios y solo ellos tuvieran de primera mano la certeza de qué es lo que ofende al Creador. De ahí no hay más que un paso a la manipulación de las leyes e instituciones religiosas para dominar a la gente sencilla, a lo que Jesús se opuso radicalmente como lo veíamos la semana pasada. Por otra parte, hay muchísima gente que no se cuestiona esto y vive abrumada por el sentimiento destructivo de culpa que la hace sentirse pecadora miserable, que para nada es grata a los ojos de Dios.
2. En la perspectiva evangélica entonces, para entender eso que llamamos “pecado” no hay que recurrir a definiciones filosóficas, teológicas o psicológicas. Hay que mirar con más sencillez, como lo hemos dicho más de una vez, a la manera como Jesús se relacionaba con los llamados “pecadores” y de ahí aproximarnos a entender lo que él podía estar entendiendo como pecado. El relato de hoy nos da unas buenas pistas para este enfoque. En la figura de Zaqueo vemos varias cosas. Por una parte, lo que significa su nombre. Viene de la palabra hebrea Zakkai que significa limpio, inocente. Gran contraste con la imagen social que se tenía de él y con el tipo de labores que desempeñaba como jefe de cobradores de los impuestos de los romanos. Parece apuntar la intención de Lc a afirmar que todo ser humano en el fondo es limpio, sano, digno. Lo que pasa es que no siempre logramos sacar de nosotros nuestras mejores y más profundas cualidades. En segundo lugar el relato nos muestra un Zaqueo insatisfecho consigo mismo que, quizás sin entenderlo bien, anda en busca de Jesús y de lo que Jesús representa. Y corre para verlo. En tercer lugar, una frase curiosa: “la gente se lo impedía”. Tenía muchas cosas en torno suyo que no le dejaban acercarse al Dios de Jesús, y a su mismo fondo divino. Tiene que subirse a un árbol, es decir, salirse de lo que lo rodea, coger otra perspectiva y ver a Jesús. Finalmente, la contundente actitud de Jesús: baja del árbol, porque voy a hospedarme en tu casa. No es que Jesús esté abierto a ese pobre hombre considerado como pecador. Es que anda buscando, se interesa sobre todo por el que está extraviado.
3. Aquí tenemos otra perspectiva para entender lo que Jesús considera “pecado”. No es la ofensa a un ser poderoso inaccesible, que está en lo alto de los cielos. Es la ofensa a uno mismo, a lo más profundamente auténtico que tiene cada uno de nosotros. Es andar extraviado, conducido por un falso yo, lejos de la imagen de Dios que llevamos impresa de manera única cada uno. Lejos de ese “Zaqueo” de cada uno, es decir, de ese fondo limpio, digno, que nos da la máxima calidad de vida humana. Pecar es perder esa calidad máxima de vida. En fin, toda una lección para aprender a entendernos y a entender a los demás y a tratarnos a nosotros mismos y a tratar a los demás en consecuencia.Ω
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