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22º domingo tiempo ordinario

22º domingo t. o., 29 agos 2010
Lect.: Ecles 3: 19 – 21. 30 – 31; Hebr 12: 18 – 19. 22 – 24 a; Lc 14: 1. 7 – 14


1. De manera muy sencilla, en lenguaje de su época, Lc nos plantea un tema profundamente humano: el tema del puesto, del lugar al que cada uno de nosotros debe aspirar en su propia vida. El tema, evidentemente, no es de buenos modales en la mesa, de si debo sentarme en la cabecera o al fondo, de si debo esperar o no a que el anfitrión me indique dónde sentarme. Sería una lectura muy superficial. A un maestro espiritual como Jesús lo que le interesa es que nos pongamos a pensar lo que estoy llamado a ser en la vida y cómo lograrlo. A algunos puede parecerle que este planteamiento es muy filosófico, muy teórico. Sin embargo, si ponemos un poquito de atención a lo que nos rodea, y a lo que nos hace palpitar y nos motiva, no tendría que costarnos mucho descubrir que todos estamos en el fondo obsesionados con ese doble cuestionamiento sobre lo que estoy llamado a ser y cómo lograrlo.
2. De hecho cada día más estamos rodeados por una manera de pensar y de vivir que pretende resolver ese interrogante de manera muy atractiva. Si nos fijamos en películas, en series de la tele, en un número de publicidad que aparece en internet, veremos que nos hablan todo el tiempo de ser “ganadores o perdedores” en la vida. Cuando yo era pequeño nadie hablaba así. Por supuesto que a veces uno ganaba algo o lo perdía: si escogía escudo y salía corona, uno perdía. Y con tu equipo, o tu negocio, o en tu examen de colegio, a veces se ganaba y a veces se perdía. Es normal en la vida. Pero la manera de hablar de ahora, influida desde el Norte, es otra cosa. Ahora se topa uno con un anuncio en internet que le pregunta a las muchachas, ¿estás saliendo con un “perdedor”? O a un joven profesional, ¿es tu empleo un empleo para “ganadores”? Y el peor insulto en ciertas series norteamericanas televisivas, es decirle a alguien que es un “perdedor de nacimiento”.Trasladan a la vida diaria un lenguaje del libre comercio internacional, para decirnos que uno tiene que escoger entre ser ganador o perdedor, y que uno se apunta a ganar cuando se apunta a acumular dinero, riqueza, reputación y poder. Es la misma mentalidad que en la Palestina de Jesús, empujaba como máximo deseo a ocupar los primeros puestos de la mesa y a evitar los últimos. Más que conducirnos a la felicidad, esta mentalidad solo genera deseos insaciables de poseer cosas y personas, con irrespeto por los demás y una forma estéril de entenderse a sí mismo como un individuo egoísta, egocentrado, que padece la fantasía de creer que puede vivirse plenamente sin la cooperación, sin el amor, sin la solidaridad.
3. Todo el evangelio nos plantea un camino diferente, ayudándonos a descubrir que somos parte de una realidad mayor que nosotros mismos. Que nos debemos a nuestros semejantes y en último término a todos los vivientes, con quienes estamos unidos en la realidad divina que nos alienta desde lo más hondo de cada uno. De todos recibimos lo que somos y a todos estamos llamados a dar, sin buscar retribución. Dichosos nosotros, dice Lc hoy, cuando damos lo mejor de nosotros mismos sin buscar paga. Pero el evangelio solo es eso, la buena noticia de que esto es lo que somos y que ese es el lugar que debemos buscar en la mesa común, en el hogar común que llamamos tierra. Es una invitación que para seguirla nos exige a cada uno el esfuerzo, la búsqueda y el descubrimiento personal de cómo realizarla en nuestro trabajo, nuestra vida familiar y nuestro mundo de relaciones.Ω

Comentarios

  1. Muy interesante al abordaje Jorge. Yo que fui a Misa en Grecia el sacerdote enfocaba la homilía en lo tradicional: la humildad y la soberbia y de cómo el Señor nos invita a ser humildes.

    Me parece que tu enfoque es mucho más práctico y concreto y nos invita a reflexionar sobre lo que somos y estamos llamados a ser un regalo de la gratuidad.

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  2. Me alegra que te pareciera el enfoque. Creo que cada día más, el marco de nuestras reflexiones de espiritualidad permiten hacer relecturas de los textos evangélicos. Y cada día más se siente uno alejado de esas lecturas convencionales, secas y acartonadas que parecen carecer de la menor convicción (como eso de la humildad y la soberbia, a que aludís, y que, por desgracia siguen reproduciéndose en las moniciones que te leen en la misa, entrando en contradicción con lo que uno predica).

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