6º domingo de Pascua, 9 de mayo de 2010.
Lect.: Hech 15: 1 – 2. 22 - 29; Apoc 21: 10 – 14. 22 - 23; Jn 14: 23 – 29
1.Estos capítulos de Jn, del 13 al 17 son lo que conocemos como Discurso de Jesús en la Última Cena. Uno puede preguntarse por qué vuelven a aparecer en la liturgia en este tiempo de Pascua. Quizás lo entendamos mejor al pensar que estos discursos de despedida eran una forma literaria típica de épocas antiguas en Oriente para recoger lo esencial del pensamiento de alguna persona notable, como es el caso de Moisés, los Patriarcas o Jesús. Los discípulos reflexionan sobre los recuerdos que tenían, en este caso de Jesús, y subrayan y recogen en un solo conjunto algunas de las enseñanzas que consideraban centrales, claves en lo que Jesús había enseñado a sus primeros seguidores. A la luz de la Pascua, es decir, después de la muerte y resurrección de Jesús, estos recuerdos se tornan más luminosos y, al contrastarlos con las nuevas experiencias que están viviendo las comunidades que escriben décadas después los evangelios, parece que les van revelando el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús. Por eso es importante tratar de identificar algunos de los ejes que atraviesan estos capítulos de Jn que, leídos en esta época de pascua, nos ayudan a entender un poco mejor qué es eso que queremos decir por vida nueva en Cristo resucitado.
2.Quizás el más relevante es esa idea, insistente en todas estas páginas, de que Jesús permanece en su Padre, que nosotros permanecemos en Él y que si guardamos sus palabras el Padre y Jesús harán morada en cada uno de nosotros. Son palabras impactantes: morar, permanecer, habitar en, hacer morada en. Todas apuntan a mostrarnos una manera nueva de ver nuestra relación con Dios. En todas las culturas antiguas, incluyendo la judía, existía esa manera de pensar la relación con Dios, ajustada a la visión del mundo que tenían. Ellos veían el mundo como una especie de construcción de tres pisos, por decirlo así: el mundo subterráneo, el de los muertos, o el de los espíritus malignos, el nuestro, en el este mundo corpóreo, y el de arriba, el cielo, donde habitaban los seres superiores y Dios. Esta visión la quiebra la espiritualidad de Jesús. La resurrección de Jesús y, como veremos el próximo domingo, lo que los evangelistas llaman la ascensión, descubren esa otra manera de concebir nuestra relación con Dios, en la que Dios se vive como lo más íntimo que hay en mi propia vida, hasta el punto de decir esa frase de Jn, si uno permanece en el amor, Dios y Jesús tienen su morada en nosotros.
3.A poco que meditemos y continuemos reflexionando sobre esta enseñanza de Jn, iremos descubriendo una nueva espiritualidad, una nueva forma de reentender lo que nosotros mismos somos. Y, por supuesto, una nueva forma de entender eso que llamamos religión, no reduciéndola a una serie de rutinas, algunas de ellas, fruto de épocas anteriores que ya no nos dicen mayor cosa, sino más bien empezando a vivir lo religioso como una relación en espíritu y verdad con Dios, con los demás, con nosotros mismos.Ω
Lect.: Hech 15: 1 – 2. 22 - 29; Apoc 21: 10 – 14. 22 - 23; Jn 14: 23 – 29
1.Estos capítulos de Jn, del 13 al 17 son lo que conocemos como Discurso de Jesús en la Última Cena. Uno puede preguntarse por qué vuelven a aparecer en la liturgia en este tiempo de Pascua. Quizás lo entendamos mejor al pensar que estos discursos de despedida eran una forma literaria típica de épocas antiguas en Oriente para recoger lo esencial del pensamiento de alguna persona notable, como es el caso de Moisés, los Patriarcas o Jesús. Los discípulos reflexionan sobre los recuerdos que tenían, en este caso de Jesús, y subrayan y recogen en un solo conjunto algunas de las enseñanzas que consideraban centrales, claves en lo que Jesús había enseñado a sus primeros seguidores. A la luz de la Pascua, es decir, después de la muerte y resurrección de Jesús, estos recuerdos se tornan más luminosos y, al contrastarlos con las nuevas experiencias que están viviendo las comunidades que escriben décadas después los evangelios, parece que les van revelando el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús. Por eso es importante tratar de identificar algunos de los ejes que atraviesan estos capítulos de Jn que, leídos en esta época de pascua, nos ayudan a entender un poco mejor qué es eso que queremos decir por vida nueva en Cristo resucitado.
2.Quizás el más relevante es esa idea, insistente en todas estas páginas, de que Jesús permanece en su Padre, que nosotros permanecemos en Él y que si guardamos sus palabras el Padre y Jesús harán morada en cada uno de nosotros. Son palabras impactantes: morar, permanecer, habitar en, hacer morada en. Todas apuntan a mostrarnos una manera nueva de ver nuestra relación con Dios. En todas las culturas antiguas, incluyendo la judía, existía esa manera de pensar la relación con Dios, ajustada a la visión del mundo que tenían. Ellos veían el mundo como una especie de construcción de tres pisos, por decirlo así: el mundo subterráneo, el de los muertos, o el de los espíritus malignos, el nuestro, en el este mundo corpóreo, y el de arriba, el cielo, donde habitaban los seres superiores y Dios. Esta visión la quiebra la espiritualidad de Jesús. La resurrección de Jesús y, como veremos el próximo domingo, lo que los evangelistas llaman la ascensión, descubren esa otra manera de concebir nuestra relación con Dios, en la que Dios se vive como lo más íntimo que hay en mi propia vida, hasta el punto de decir esa frase de Jn, si uno permanece en el amor, Dios y Jesús tienen su morada en nosotros.
3.A poco que meditemos y continuemos reflexionando sobre esta enseñanza de Jn, iremos descubriendo una nueva espiritualidad, una nueva forma de reentender lo que nosotros mismos somos. Y, por supuesto, una nueva forma de entender eso que llamamos religión, no reduciéndola a una serie de rutinas, algunas de ellas, fruto de épocas anteriores que ya no nos dicen mayor cosa, sino más bien empezando a vivir lo religioso como una relación en espíritu y verdad con Dios, con los demás, con nosotros mismos.Ω
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