5º domingo de cuaresma, 21 de mar. de 10
Lect.: Is 43: 16 – 21; Flp 3: 8 – 14; Jn 8: 1 – 11.
1. No hay ninguno de nosotros que no se tope diariamente con sus propias limitaciones y con las acciones imperfectas que se siguen de ese ser limitado, creatural que somos. Y, por supuesto, nos topamos con las limitaciones de todos los demás que nos rodean y que también nos incomodan. Estas experiencias que existen desde que el mundo es mundo lo desbalancean mucho a cualquiera de nosotros. Nos gustaría ya ser plenos y que los demás lo fueran. Sería maravilloso, sin duda. Pero como las cosas son como son, ¿cómo hacer para sobrevivir en una realidad personal, social y física tan imperfecta? Desde siempre, probablemente, y seguro que en todas las culturas, los humanos nos hemos entonces fabricado un esquema para poner un poco de orden en este desbarajuste de imperfección. En ese esquema simplificado nos vemos a nosotros mismos como una mezcla de animal y de espiritual, de seres que podemos hacer cosas buenas y cosas malas, y construimos un plan de vida en el cual tratamos de hacer cosas buenas, luchamos contra las malas y, como inevitablemente cometemos algunas malas, buscamos siempre alguien o algo que nos purifique de ellas, que nos las perdone, que nos libere del peso psicológico de las culpas, y podamos así, “con el saco descargado”, seguir en la lucha
2. Las tres lecturas de hoy intentan sornaguearnos para que caigamos en la cuenta de que hay espiritualmente otra forma de ver nuestra vida y nuestra realidad de criaturas y por tanto, otra forma de reaccionar ante nuestras imperfecciones y las de los demás. Dios, por boca de Isaías dice, “No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo. Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan?” Y Pablo insiste: “solo busco una cosa, olvidándome de lo que queda atrás, y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta”. Y refuerza su idea diciendo que lo único que valora es existir en Cristo y que esto ya se le ha concedido. Finalmente, en el texto evangélico, se presenta a Jesús que ni condena a la adúltera, ni siquiera le echa un discurso sobre la inconveniencia de sus errores, sino que le empuja a caminar hacia delante de una manera nueva, sin pecar. Se refleja en los tres textos una invitación a tener un enfoque nuevo de nuestras propias limitaciones, un enfoque que no se concentra en los errores, ignorancias y fallos, sino que se esfuerza por descubrir lo divino, lo pleno, lo maravilloso que de continuo surge en cada uno de nosotros.
3. Dentro de nuestro esquema tradicional de ver las cosas la actitud de Jesús es escandalosa: ¿por qué no exige a la pecadora que pague sus culpas? O, al menos, ¿por qué no le pone como requisito, antes de perdonarla, que haga una confesión de sus faltas y que pida perdón? En último caso, ¿por qué no le da una buena regañada, al menos, para asustarla un poquito? Nada de eso, tan típico en nuestra manera de ver las cosas, se da en Jesús ni con esta adúltera ni con ningún otro marginalizado moral. Solo refleja Jesús el amor del Padre que, como lo veíamos el domingo pasado es gratuito, incondicional, sin ninguna sombra de rivalidad, cólera, ni venganza. Se da como una cierta confianza en que, concentrando la atención en eso nuevo que brota en cada uno de nosotros, descubriendo esa plenitud de ser que pugna en cada uno por salir, por irse realizando, iremos poco a poco transformando nuestra vida, naciendo a una vida nueva, de una manera como jamás lo puede lograr ni el rigorismo legal, ni la amenaza de los castigos.Ω
Lect.: Is 43: 16 – 21; Flp 3: 8 – 14; Jn 8: 1 – 11.
1. No hay ninguno de nosotros que no se tope diariamente con sus propias limitaciones y con las acciones imperfectas que se siguen de ese ser limitado, creatural que somos. Y, por supuesto, nos topamos con las limitaciones de todos los demás que nos rodean y que también nos incomodan. Estas experiencias que existen desde que el mundo es mundo lo desbalancean mucho a cualquiera de nosotros. Nos gustaría ya ser plenos y que los demás lo fueran. Sería maravilloso, sin duda. Pero como las cosas son como son, ¿cómo hacer para sobrevivir en una realidad personal, social y física tan imperfecta? Desde siempre, probablemente, y seguro que en todas las culturas, los humanos nos hemos entonces fabricado un esquema para poner un poco de orden en este desbarajuste de imperfección. En ese esquema simplificado nos vemos a nosotros mismos como una mezcla de animal y de espiritual, de seres que podemos hacer cosas buenas y cosas malas, y construimos un plan de vida en el cual tratamos de hacer cosas buenas, luchamos contra las malas y, como inevitablemente cometemos algunas malas, buscamos siempre alguien o algo que nos purifique de ellas, que nos las perdone, que nos libere del peso psicológico de las culpas, y podamos así, “con el saco descargado”, seguir en la lucha
2. Las tres lecturas de hoy intentan sornaguearnos para que caigamos en la cuenta de que hay espiritualmente otra forma de ver nuestra vida y nuestra realidad de criaturas y por tanto, otra forma de reaccionar ante nuestras imperfecciones y las de los demás. Dios, por boca de Isaías dice, “No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo. Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan?” Y Pablo insiste: “solo busco una cosa, olvidándome de lo que queda atrás, y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta”. Y refuerza su idea diciendo que lo único que valora es existir en Cristo y que esto ya se le ha concedido. Finalmente, en el texto evangélico, se presenta a Jesús que ni condena a la adúltera, ni siquiera le echa un discurso sobre la inconveniencia de sus errores, sino que le empuja a caminar hacia delante de una manera nueva, sin pecar. Se refleja en los tres textos una invitación a tener un enfoque nuevo de nuestras propias limitaciones, un enfoque que no se concentra en los errores, ignorancias y fallos, sino que se esfuerza por descubrir lo divino, lo pleno, lo maravilloso que de continuo surge en cada uno de nosotros.
3. Dentro de nuestro esquema tradicional de ver las cosas la actitud de Jesús es escandalosa: ¿por qué no exige a la pecadora que pague sus culpas? O, al menos, ¿por qué no le pone como requisito, antes de perdonarla, que haga una confesión de sus faltas y que pida perdón? En último caso, ¿por qué no le da una buena regañada, al menos, para asustarla un poquito? Nada de eso, tan típico en nuestra manera de ver las cosas, se da en Jesús ni con esta adúltera ni con ningún otro marginalizado moral. Solo refleja Jesús el amor del Padre que, como lo veíamos el domingo pasado es gratuito, incondicional, sin ninguna sombra de rivalidad, cólera, ni venganza. Se da como una cierta confianza en que, concentrando la atención en eso nuevo que brota en cada uno de nosotros, descubriendo esa plenitud de ser que pugna en cada uno por salir, por irse realizando, iremos poco a poco transformando nuestra vida, naciendo a una vida nueva, de una manera como jamás lo puede lograr ni el rigorismo legal, ni la amenaza de los castigos.Ω
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