3er domingo de cuaresma, 7 de marzo de 2010
Lect.: Éx 3: 1 – 8 a. 13 – 15; 1 Cor 10: 1 – 6. 10 – 12; Lc 13: 1 – 9
1. Hay un texto famoso en la tradición judeo – cristiana, que aparece hoy en la 1ª lectura, que nos puede sonar a jeroglífico. Cuando Moisés le pregunta a Dios qué responderles a los israelitas cuando le pregunten por el nombre del Dios que lo envía a liberarlos de la opresión de Egipto, Dios le dice a Moisés: “Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me envía a vosotros”. Si uno lo toma literalmente se expone a confundirse. ¿Cómo puede decirse que esto sea un nombre? Una de las principales formas que tenemos de entender esta extraña respuesta es entendiendo que lo que Dios está diciendo es que no hay ningún nombre, ningún concepto que pueda expresar o abarcar lo que él es. Soy quien soy, o seré quien seré, y punto. No pretendan encerrar en ninguna doctrina o representación humana esa realidad profunda a la que Uds. suelen llamar “dios”. Si ponemos atención en esta advertencia caeremos en la cuenta que se nos está dando una orientación entre otras: que a lo largo de nuestra vida tendremos siempre que estar purificando nuestras creencias, nuestra manera de entender lo religioso y, sobre todo, nuestra manera de referirnos a la divinidad. A veces, con buena intención, somos demasiado simplistas en hablar de Dios, como si contáramos con un album de fotos de él, o grabaciones de lo que nos comunica.
2. Este esfuerzo por purificar las creencias y las inadecuadas representaciones de ese a quien llamamos “Dios”, aparece en Jesús, en el episodio que hoy nos narra Lc. En aquella época era muy común, aún entre los judíos, ver los males y bienes que suceden en este mundo como castigos y premios de Dios. Digo en aquella época, pero la verdad es que 21 siglos después, todavía hay gente, supuestamente muy religiosa, que sigue pensando de esa manera. Afortunadamente, no ha pasado, o no me he dado cuenta de que haya pasado, con respecto a los terremotos de Haití y Chile. Pero hace pocas décadas hubo incluso dirigentes religiosos que hablaban del terremoto de Guatemala o del de Nicaragua, como si se tratara de castigos de Dios. Una barbaridad que solo se entiende por una mentalidad muy primitiva, que tiende a hablar de Dios como si se tratara de una figura humana: un juez, un superpolicía o un poderoso líder humano. Y todavía hoy, hay grupos de cristianos reunidos en eso que llaman “megaiglesias”, que hablan de la prosperidad económica como una señal de que Dios está con ellos. Frente a esta manera tan imperfecta de creencia, Jesús es bastante claro: ningún mal que sucede puede verse como castigo de Dios por los pecados de los afectados porque, en realidad, todos somos igualmente pecadores. Ni ningún bien puede verse como premio. De usar los males de este mundo como castigo, Dios entonces tendría que estar a diario mandándonos a todos sin excepción, terremotos, huracanes, etc. Para nuestra destrucción. Y de usar la prosperidad como premio, solo los ricos y famosos estarían entonces bendecidos por Dios. Extraña forma de comportarse un creador con sus creaturas.
3. Para Jesús lo importante es nuestra disposición a crecer espiritualmente, eso que la SE llama “convertirse”, es decir, cambiar continuamente para ir convirtiéndonos cada vez más en ese ser humano nuevo, espiritual, al que tanto se refiere Pablo. O Juan, cuando habla de nacer de nuevo, para ser la nueva creatura que va a entrar en el reino. En la medida en que vamos creciendo espiritualmente, todo lo que sucede en este mundo, desgracias y beneficios, —que suceden simplemente porque el planeta y los que lo habitamos somos creaturas limitadas e imperfectas—, todo eso nos servirá para realizarnos más en profundidad, para crecer aún más y ser capaces de ir construyendo un planeta y una sociedad más habitable para todos. Esa capacidad de cambio y de crecimiento es lo que pedimos una vez más en cada eucaristía que celebramos.Ω
Lect.: Éx 3: 1 – 8 a. 13 – 15; 1 Cor 10: 1 – 6. 10 – 12; Lc 13: 1 – 9
1. Hay un texto famoso en la tradición judeo – cristiana, que aparece hoy en la 1ª lectura, que nos puede sonar a jeroglífico. Cuando Moisés le pregunta a Dios qué responderles a los israelitas cuando le pregunten por el nombre del Dios que lo envía a liberarlos de la opresión de Egipto, Dios le dice a Moisés: “Soy el que soy. Esto dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me envía a vosotros”. Si uno lo toma literalmente se expone a confundirse. ¿Cómo puede decirse que esto sea un nombre? Una de las principales formas que tenemos de entender esta extraña respuesta es entendiendo que lo que Dios está diciendo es que no hay ningún nombre, ningún concepto que pueda expresar o abarcar lo que él es. Soy quien soy, o seré quien seré, y punto. No pretendan encerrar en ninguna doctrina o representación humana esa realidad profunda a la que Uds. suelen llamar “dios”. Si ponemos atención en esta advertencia caeremos en la cuenta que se nos está dando una orientación entre otras: que a lo largo de nuestra vida tendremos siempre que estar purificando nuestras creencias, nuestra manera de entender lo religioso y, sobre todo, nuestra manera de referirnos a la divinidad. A veces, con buena intención, somos demasiado simplistas en hablar de Dios, como si contáramos con un album de fotos de él, o grabaciones de lo que nos comunica.
2. Este esfuerzo por purificar las creencias y las inadecuadas representaciones de ese a quien llamamos “Dios”, aparece en Jesús, en el episodio que hoy nos narra Lc. En aquella época era muy común, aún entre los judíos, ver los males y bienes que suceden en este mundo como castigos y premios de Dios. Digo en aquella época, pero la verdad es que 21 siglos después, todavía hay gente, supuestamente muy religiosa, que sigue pensando de esa manera. Afortunadamente, no ha pasado, o no me he dado cuenta de que haya pasado, con respecto a los terremotos de Haití y Chile. Pero hace pocas décadas hubo incluso dirigentes religiosos que hablaban del terremoto de Guatemala o del de Nicaragua, como si se tratara de castigos de Dios. Una barbaridad que solo se entiende por una mentalidad muy primitiva, que tiende a hablar de Dios como si se tratara de una figura humana: un juez, un superpolicía o un poderoso líder humano. Y todavía hoy, hay grupos de cristianos reunidos en eso que llaman “megaiglesias”, que hablan de la prosperidad económica como una señal de que Dios está con ellos. Frente a esta manera tan imperfecta de creencia, Jesús es bastante claro: ningún mal que sucede puede verse como castigo de Dios por los pecados de los afectados porque, en realidad, todos somos igualmente pecadores. Ni ningún bien puede verse como premio. De usar los males de este mundo como castigo, Dios entonces tendría que estar a diario mandándonos a todos sin excepción, terremotos, huracanes, etc. Para nuestra destrucción. Y de usar la prosperidad como premio, solo los ricos y famosos estarían entonces bendecidos por Dios. Extraña forma de comportarse un creador con sus creaturas.
3. Para Jesús lo importante es nuestra disposición a crecer espiritualmente, eso que la SE llama “convertirse”, es decir, cambiar continuamente para ir convirtiéndonos cada vez más en ese ser humano nuevo, espiritual, al que tanto se refiere Pablo. O Juan, cuando habla de nacer de nuevo, para ser la nueva creatura que va a entrar en el reino. En la medida en que vamos creciendo espiritualmente, todo lo que sucede en este mundo, desgracias y beneficios, —que suceden simplemente porque el planeta y los que lo habitamos somos creaturas limitadas e imperfectas—, todo eso nos servirá para realizarnos más en profundidad, para crecer aún más y ser capaces de ir construyendo un planeta y una sociedad más habitable para todos. Esa capacidad de cambio y de crecimiento es lo que pedimos una vez más en cada eucaristía que celebramos.Ω
Este tema en particular me sigue inquietando mucho. ¿Hasta qué punto por conveniencia mucha gente de todas las denominaciones cristianas insisten en "pedirle a Dios" o "darle gracias a Dios" por aquello que consideran castigo o premio? Lo que me preocupa en realidad es que, en una Latinoamérica que no logra superar una creciente brecha social, los ricos dan gracias y los pobres siguen pidiendo. Y entonces toda esa porción de gente por conveniencia o resignación, siguen reproduciendo la idea de un dios utilitario que responde desigualmente a una realidad dispar. Me sigue quedando esa inquietud, una forma de creer todavía muy asentada, ¿cuánto de trampa es esto para encontrar-encontrarse espiritualmente? ¿cómo superarla?
ResponderBorrarBueno, por un lado hago mía también la inquietud de Oscar. Por otro, confieso que soy parte de la cotradicción.
ResponderBorrarPersonalmente yo también doy gracias por todo lo que creo que es bendición para mi: yo misma, mi familia, mis amigos, etc. Y sigo pidiéndole a Dios que nos ayude a ir por caminos de paz y de justicia.
Sin embargo estoy conciente de que Dios no necesita ni mi gratitud, ni mi súplica. Pero también de que mi lenguaje es tan limitado para cosas tan grandes, que sólo es un balbuceo, quizá más para mí misma que para Dios.