28º domingo t.o., 12 octubre 2008,
Lect.: Is 25: 6 – 10 a; Flp 4: 12 – 14. 19 – 20; Mt 22: 1 – 14
1. Al leer el evangelio de hoy, prescindiendo de circunstancias muy culturales del momento en que se escribió este texto de Mt, uno podría hacer una interpretación muy radical: los que rechazan la invitación al banquete del Rey, es decir, al Reino de Dios, son los que tienen muchas tierras, muchos negocios, es decir muchas preocupaciones económicas. En un evangelio que Uds. probablemente no conocen, el de Tomás, esta interpretación es claramente más radical. Después del rechazo termina diciendo: “Sal a la calle (y) tráete a todos los que encuentres para que participen en mi festín; los mercaderes y hombres de negocios [no entrarán] en los lugares de mi Padre»” (T 64) . Pareciera ir en la línea que suena extrema del otro texto sobre los ricos y el camello pasando por el ojo de una aguja. Esta lectura evangélica puede resultarnos inaceptable a la mayoría de nosotros. No porque seamos ricos inversionistas, negociantes o empresarios. Sino porque todos, sin excepción, dependemos directa o indirectamente de un trabajo material, de una actividad económica que nos produzca ingreso, quizás de un pequeño o mediano negocito. Y todas estas cosas demandan nuestra atención y dedicación y, en épocas de crisis, todavía pueden absorbernos más. Entonces, ¿quiere decir el evangelio que las actividades “de este mundo”, las de la “vida cotidiana” se contraponen al Reino de Dios? Sería muy raro. Máxime si pensamos que del éxito en nuestra actividad económica y laboral depende el poder vivir con dignidad, alimentar nuestra familia, educar a nuestros hijos… Entonces, ¿qué es lo que critica esta parábola? ¿cuál es el peligro del que nos advierte a todos?
2. La imagen del Reino de Dios comparado con un gran banquete queda todavía más claro con la 1ª lectura de hoy, y así aparece en todas las enseñanza de Jesús. Lo que llama Reino de Dios, es una situación de abundancia para todos, donde quitará la mortaja que cubre a todos los pueblos, donde eliminará la muerte y enjugará las lágrimas de todos los rostros, el oprobio de todo el pueblo. Este es el punto. El reino de Dios, tanto en sus etapas históricas, como en su plenitud, es un bien de comunión entre todos los seres humanos y con Dios. No es un don elitista para que lo disfruten unos pocos, sino que es un llamado de plenitud humana para todos son excepción. Por eso mismo, los bienes de este mundo, han sido destinados por Dios también para el disfrute y realización de todos los seres humanos. Entonces aceptar la invitación al reino de Dios es considerar este misterio de comunión, divina y humana, como el máximo bien al que se subordinan todos los demás. Este es el sentido de la vida humana, hecha a imagen y semejanza con Dios. La parábola nos advierte, por eso, que se cierran las puertas a esa misterio del Reino quienes invierten las prioridades colocando sus intereses cerrados y egoístas, su salvación individual —material y espiritual— como algo que está por encima de ese misterio de comunión, de realización compartida que es el Reino.
3. Nuestra actividad económica, nuestros negocios, nuestro trabajo, los bienes materiales no son por tanto lo que se contraponen al Reino. Son muy importantes para la vida humana pero cuando hacemos de ellos instrumentos, herramientas, prácticas orientadas a crear valores profundos de comunión, de solidaridad, de justicia, de felicidad para otros y no solo para la utilidad de uno mismo. Cuando se pierde esta orientación evangélica, humana profunda es cuando suceden crisis como la actual crisis financiera, de la que Uds. habrán oído en las noticias. Una economía construida de espaldas al bienestar común, que funciona anómalamente permitiendo el enriquecimiento exagerado de algunos y el hambre y pobreza de millones acaba arrastrando a unos y a otros al desastre. Claro que no estamos al nivel de donde se producen esas grandes crisis pero si padeceremos sus consecuencias. En nuestro propio nivel, de cada día, podemos vivir lo que nos toca en el espíritu de este reino de Dios al que se consagró Jesús, y hacer que nos repartamos mejor las cargas de estas crisis mundiales que también a todos nos afectan.Ω
Lect.: Is 25: 6 – 10 a; Flp 4: 12 – 14. 19 – 20; Mt 22: 1 – 14
1. Al leer el evangelio de hoy, prescindiendo de circunstancias muy culturales del momento en que se escribió este texto de Mt, uno podría hacer una interpretación muy radical: los que rechazan la invitación al banquete del Rey, es decir, al Reino de Dios, son los que tienen muchas tierras, muchos negocios, es decir muchas preocupaciones económicas. En un evangelio que Uds. probablemente no conocen, el de Tomás, esta interpretación es claramente más radical. Después del rechazo termina diciendo: “Sal a la calle (y) tráete a todos los que encuentres para que participen en mi festín; los mercaderes y hombres de negocios [no entrarán] en los lugares de mi Padre»” (T 64) . Pareciera ir en la línea que suena extrema del otro texto sobre los ricos y el camello pasando por el ojo de una aguja. Esta lectura evangélica puede resultarnos inaceptable a la mayoría de nosotros. No porque seamos ricos inversionistas, negociantes o empresarios. Sino porque todos, sin excepción, dependemos directa o indirectamente de un trabajo material, de una actividad económica que nos produzca ingreso, quizás de un pequeño o mediano negocito. Y todas estas cosas demandan nuestra atención y dedicación y, en épocas de crisis, todavía pueden absorbernos más. Entonces, ¿quiere decir el evangelio que las actividades “de este mundo”, las de la “vida cotidiana” se contraponen al Reino de Dios? Sería muy raro. Máxime si pensamos que del éxito en nuestra actividad económica y laboral depende el poder vivir con dignidad, alimentar nuestra familia, educar a nuestros hijos… Entonces, ¿qué es lo que critica esta parábola? ¿cuál es el peligro del que nos advierte a todos?
2. La imagen del Reino de Dios comparado con un gran banquete queda todavía más claro con la 1ª lectura de hoy, y así aparece en todas las enseñanza de Jesús. Lo que llama Reino de Dios, es una situación de abundancia para todos, donde quitará la mortaja que cubre a todos los pueblos, donde eliminará la muerte y enjugará las lágrimas de todos los rostros, el oprobio de todo el pueblo. Este es el punto. El reino de Dios, tanto en sus etapas históricas, como en su plenitud, es un bien de comunión entre todos los seres humanos y con Dios. No es un don elitista para que lo disfruten unos pocos, sino que es un llamado de plenitud humana para todos son excepción. Por eso mismo, los bienes de este mundo, han sido destinados por Dios también para el disfrute y realización de todos los seres humanos. Entonces aceptar la invitación al reino de Dios es considerar este misterio de comunión, divina y humana, como el máximo bien al que se subordinan todos los demás. Este es el sentido de la vida humana, hecha a imagen y semejanza con Dios. La parábola nos advierte, por eso, que se cierran las puertas a esa misterio del Reino quienes invierten las prioridades colocando sus intereses cerrados y egoístas, su salvación individual —material y espiritual— como algo que está por encima de ese misterio de comunión, de realización compartida que es el Reino.
3. Nuestra actividad económica, nuestros negocios, nuestro trabajo, los bienes materiales no son por tanto lo que se contraponen al Reino. Son muy importantes para la vida humana pero cuando hacemos de ellos instrumentos, herramientas, prácticas orientadas a crear valores profundos de comunión, de solidaridad, de justicia, de felicidad para otros y no solo para la utilidad de uno mismo. Cuando se pierde esta orientación evangélica, humana profunda es cuando suceden crisis como la actual crisis financiera, de la que Uds. habrán oído en las noticias. Una economía construida de espaldas al bienestar común, que funciona anómalamente permitiendo el enriquecimiento exagerado de algunos y el hambre y pobreza de millones acaba arrastrando a unos y a otros al desastre. Claro que no estamos al nivel de donde se producen esas grandes crisis pero si padeceremos sus consecuencias. En nuestro propio nivel, de cada día, podemos vivir lo que nos toca en el espíritu de este reino de Dios al que se consagró Jesús, y hacer que nos repartamos mejor las cargas de estas crisis mundiales que también a todos nos afectan.Ω
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