3er domingo de Pascua, 6 abr. 08
Lect.: Hech 2: 14. 22 – 28; 1 Pedr 1: 17 – 21; Lc 24: 13 – 35
1. Hay una frase central en lo que acabamos de leer. Dice Lc: “A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Además de “central” al relato, es muy relevante para nosotros, porque nos empuja a hacernos la pregunta, ¿será que nosotros, los que estamos aquí esta tarde, ya tenemos los ojos abiertos para captar la realidad espiritual y religiosa? ¿será que ya hemos reconocido a Jesús en su nueva forma de presencia espiritual, como resucitado? No son preguntas que sobren. No podemos dar por supuesto que las respuestas para cada uno de nosotros sean afirmativas. Puede que algunos ya lo hayan logrado, pero muchos de nosotros todavía debemos preguntárnoslo. No es garantía el que tengamos 20, 30 o muchos más años de estar en la Iglesia Católica. Simplemente “estar” garantiza muy poco. Repitamos las preguntas: ¿será que nosotros, los que estamos aquí esta tarde, ya tenemos los ojos abiertos para captar la realidad espiritual y religiosa? ¿será que ya hemos reconocido a Jesús en su nueva forma de presencia espiritual, como resucitado?. Consideremos algo más que nos empuja a ver estas preguntas como válidas. Los discípulos de emmaús, como todos los que escribieron los evangelios, narran y escriben sus experiencias, después de la Pascua. Es decir, eran personas que habían acompañado a Jesús durante su vida apostólica y, aún así, todavía no tenían sus ojos abiertos y todavía no reconocían a Jesús en su nueva forma de existencia, como el Cristo; sólo lo apreciaban como profeta, maestro, enviado de Dios. Tener los ojos abiertos, religiosamente, equivale a captar, dentro de la vida ordinaria, otra dimensión de la vida, no menos real que la que experimentamos diariamente. Más bien, es la más profundamente real de nuestra vida pero que, para captarla, necesitamos una nueva forma de mirar, de experimentar, de conocer. Los discípulos, —no solo los de Emmaús, también Pedro, María Magdalena, todos, solo pudieron abrir los ojos después de la experiencia de la Pascua. Insisto, es importante, por eso, preguntarnos si ya hemos pasado por esa experiencia o estamos todavía en un “estar” en la I.C. sin haber profundizado nuestra experiencia religiosa.
2. Otra pregunta clave, ¿qué nos dice Lc sobre cómo lograr abrir los ojos y reconocer al Cristo? El texto de hoy nos cuenta cómo lo lograron estos dos discípulos: a través de la explicación de la Palabra y con la experiencia del “partir el pan”. Uds. podrían decir “¡qué fácil! Ya lo sabíamos. Estudiando las SS. EE. Y participando en la Eucaristía llegaremos a conocer a Cristo en profundidad”. La respuesta es correcta pero si la consideramos fácil, quizás no entendemos lo que decimos. No se trata de cualquier forma de leer la Palabra, ni de cualquier forma de participar en la Eucaristía. Empecemos por esto último. Así como a veces hemos reducido nuestra vida cristiana a estar en la I.C., así a veces reducimos la participación eucarística o bien a un mero “cumplir con la misa”, que sería lo peor, o bien a un asistir solamente a la parte sacramental, ritual, 50 minutos o 1 hora cada domingo. Eso es solo una parte. Todos los Maestros en la Iglesia han enfatizado que la parte esencial de la eucaristía es lo que significa. Tomás de Aquino decía que eso esencial, es la construcción de la unidad del cuerpo de Cristo. Dicho en sencillo, lo que significamos con el partir el pan, es nuestro compromiso diario, fundamental, de construir una vida de comunión en los ámbitos en que nos movemos. Es en esos espacios cotidianos, donde realizamos lo esencial de la eucaristía, partiendo lo que somos y tenemos con los demás, especialmente con los más necesitados. Si alcanzamos este estaremos en mejores condiciones para que se nos abran los ojos a las realidades espirituales. Además, desde esa práctica, se nos abrirán los ojos, primero, para entender las S.E., no como quien estudia un libro para comprender su contenido, sino como quien descubre el sentido del mensaje pero a partir de cómo este mensaje se realiza en la vida de los que lo han hecho real. Ω
Lect.: Hech 2: 14. 22 – 28; 1 Pedr 1: 17 – 21; Lc 24: 13 – 35
1. Hay una frase central en lo que acabamos de leer. Dice Lc: “A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron”. Además de “central” al relato, es muy relevante para nosotros, porque nos empuja a hacernos la pregunta, ¿será que nosotros, los que estamos aquí esta tarde, ya tenemos los ojos abiertos para captar la realidad espiritual y religiosa? ¿será que ya hemos reconocido a Jesús en su nueva forma de presencia espiritual, como resucitado? No son preguntas que sobren. No podemos dar por supuesto que las respuestas para cada uno de nosotros sean afirmativas. Puede que algunos ya lo hayan logrado, pero muchos de nosotros todavía debemos preguntárnoslo. No es garantía el que tengamos 20, 30 o muchos más años de estar en la Iglesia Católica. Simplemente “estar” garantiza muy poco. Repitamos las preguntas: ¿será que nosotros, los que estamos aquí esta tarde, ya tenemos los ojos abiertos para captar la realidad espiritual y religiosa? ¿será que ya hemos reconocido a Jesús en su nueva forma de presencia espiritual, como resucitado?. Consideremos algo más que nos empuja a ver estas preguntas como válidas. Los discípulos de emmaús, como todos los que escribieron los evangelios, narran y escriben sus experiencias, después de la Pascua. Es decir, eran personas que habían acompañado a Jesús durante su vida apostólica y, aún así, todavía no tenían sus ojos abiertos y todavía no reconocían a Jesús en su nueva forma de existencia, como el Cristo; sólo lo apreciaban como profeta, maestro, enviado de Dios. Tener los ojos abiertos, religiosamente, equivale a captar, dentro de la vida ordinaria, otra dimensión de la vida, no menos real que la que experimentamos diariamente. Más bien, es la más profundamente real de nuestra vida pero que, para captarla, necesitamos una nueva forma de mirar, de experimentar, de conocer. Los discípulos, —no solo los de Emmaús, también Pedro, María Magdalena, todos, solo pudieron abrir los ojos después de la experiencia de la Pascua. Insisto, es importante, por eso, preguntarnos si ya hemos pasado por esa experiencia o estamos todavía en un “estar” en la I.C. sin haber profundizado nuestra experiencia religiosa.
2. Otra pregunta clave, ¿qué nos dice Lc sobre cómo lograr abrir los ojos y reconocer al Cristo? El texto de hoy nos cuenta cómo lo lograron estos dos discípulos: a través de la explicación de la Palabra y con la experiencia del “partir el pan”. Uds. podrían decir “¡qué fácil! Ya lo sabíamos. Estudiando las SS. EE. Y participando en la Eucaristía llegaremos a conocer a Cristo en profundidad”. La respuesta es correcta pero si la consideramos fácil, quizás no entendemos lo que decimos. No se trata de cualquier forma de leer la Palabra, ni de cualquier forma de participar en la Eucaristía. Empecemos por esto último. Así como a veces hemos reducido nuestra vida cristiana a estar en la I.C., así a veces reducimos la participación eucarística o bien a un mero “cumplir con la misa”, que sería lo peor, o bien a un asistir solamente a la parte sacramental, ritual, 50 minutos o 1 hora cada domingo. Eso es solo una parte. Todos los Maestros en la Iglesia han enfatizado que la parte esencial de la eucaristía es lo que significa. Tomás de Aquino decía que eso esencial, es la construcción de la unidad del cuerpo de Cristo. Dicho en sencillo, lo que significamos con el partir el pan, es nuestro compromiso diario, fundamental, de construir una vida de comunión en los ámbitos en que nos movemos. Es en esos espacios cotidianos, donde realizamos lo esencial de la eucaristía, partiendo lo que somos y tenemos con los demás, especialmente con los más necesitados. Si alcanzamos este estaremos en mejores condiciones para que se nos abran los ojos a las realidades espirituales. Además, desde esa práctica, se nos abrirán los ojos, primero, para entender las S.E., no como quien estudia un libro para comprender su contenido, sino como quien descubre el sentido del mensaje pero a partir de cómo este mensaje se realiza en la vida de los que lo han hecho real. Ω
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