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2o domingo de adviento

2º domingo de Adviento, 9 diciembre 2007.
Lect.: Is 11: 1 – 10; Rom 15: 4 – 9; Mt 3: 1 –12

1. El domingo pasado hablábamos de Peter Pan. Recuerdan que era para criticar ese problema psicológico de negarse a crecer y madurar, la tentación de ser eternamente niño o adolescente. Los cuentos, sean los antiguos o los contemporáneos, tienen más enseñanzas, no solo moralejas, de las que uno a veces percibe. En conjunto, hay algo interesante de todos ellos: su capacidad de despertarnos la imaginación, de tocar y revivir esa facultad que todos tuvimos y que conservamos quizás muy escondida, de soñar, de imaginar posibilidades maravillosas para nuestra vida. Madurar, crecer, superar el síndrome de Peter Pan, no tiene que chocar necesariamente con esa capacidad de soñar y de imaginar nuevos mundos. Esta imaginación es la que nos permite luego usar nuestra inteligencia y los recursos de la ciencia de manera constructiva o destructiva. Esta imaginación debería ser la que nos plantee nuevos retos morales y espirituales. Recordemos que, en parte por esto, uno de los más grandes científicos del s. XX, Albert Einstein, decía que la imaginación es más importante que la ciencia.
2. Les invito a volver a leer luego la 1ª lectura, de Isaías. Nos ubica en un mundo maravilloso. No es mágico, como en los cuentos, pero está lleno de símbolos que expresan la confianza en que los seres humanos tenemos capacidades, potencialidades quizás aún no desarrolladas, es más, quizás opacadas o amarradas por deformaciones de la sociedad en que vivimos. Está claro que ese mundo que ve Isaías no es el mundo de la realidad tal y como existe, tal y como la percibimos hoy. Y está claro que los símbolos que utiliza no describe una situación real que podamos construir. Por ejemplo, eso de habitar el lobo con el cordero, la pantera con el cabrito echados juntos, y un chiquillo pastoreando al mismo tiempo un león y un novillo… Son símbolos muy hermosos pero, como tales, reflejan esa capacidad de vislumbrar del profeta, más aún la capacidad, iluminado con la luz del Espíritu de Dios, de descubrir que los seres humanos tenemos potencialidades para saltar a niveles de vida mucho más profundamente humanos, más plenamente vitales, que estos en los cuales nos encontramos inmersos en la sociedad en que vivimos.
3. Cuando uno escucha en la 3ª lectura de hoy, como en otros textos típicos de este tiempo de Adviento, el llamado a la conversión del Bautista, transmitido por Mt, al arrepentimiento, uno tiene la posibilidad de interpretarlo de dos maneras. Una, de forma miope, corta de vista, pensando que a lo único que nos llama es a más de lo mismo, A arrepentirnos de las inevitables faltas individuales, a someternos de forma más estricta a una disciplina moral. Es importante pero muy insuficiente. Pero la otra interpretación profunda, es otra cosa. Lo primero que hace el Bautista es anunciar el Reino de Dios, es decir, ese gran sueño, esa gran utopía de vida humana, pintado simbólicamente por los profetas. Y después a invitarnos a la conversión para entrar a ese Reino, es decir a dejar volar la imaginación para desear y buscar lo aparentemente imposible. Nos invita a abrirnos interiormente para descubrir en nosotros mismos las enormes posibilidades que tenemos de dar un salto a una forma distinta de vivir la vida humana, por la fuerza del Espíritu divino que habita en nosotros. A eso es lo que llamamos conversión. A eso es a lo que se nos llama en Adviento, en preparación de un nuevo nacimiento, de Jesús y de cada uno de nosotros.Ω

Comentarios

  1. Cada quien en su experiencia habrá formado su idea o concepción de lo que es o debiera ser la conversión. Pero partiendo de este texto en particular me parece maravilloso ese "desear y buscar lo aparentemente imposible", pues el deseo se une a un esfuerzo concreto por aquello que aunque nos trascienda se nos hace alcanzable gracias a la fuerza del Espíritu en nosotros... y eso es maravilloso, ese paso a una conversión necesaria, la que nos hace dejar de pensar y luchar por y para nosotros mismos, y nos puede hacer pensar y luchar por los otros; quizás en ese acto de generosidad y de amor, finalmente, puedan resolverse esas mezquinas preocupaciones que no nos permiten realizarnos y solo retrasan el acto mismo de nuestra conversión.

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