1er domingo de Adviento, 2 diciembre 2007
Lect.: Am 2: 1 – 5; Rom 13: 11 – 14; Mt 24: 37 – 44
1. La mayoría de nosotros recordamos el cuento y las películas de Peter Pan. Lo que quizás no tenemos claro es que, más allá de las aventuras fantásticas, con Wendy, sus hermanos, Campanita y el capitán Garfio, Peter Pan era un chico extraño por un rasgo muy especial: no quería crecer, no quería llegar a ser adulto y por eso se va al País de Nunca Jamás —y al final se queda ahí—. Por eso, algún psicólogo contemporáneo ha llamado el síndrome de Peter Pan al que padecen algunos jóvenes adultos que jamás quieren salir de casa de los papás, que posponen o son inestables para elegir un oficio, profesión o trabajo, que tratan de manera narcisista de tener de forma indefinida una apariencia juvenil. En fin, de no crecer, de no madurar, llegando a ser lo que uno está llamado a ser. Todo lo contrario de esto es la tarea que los papás y educadores nos planteamos como meta con nuestros hijos y alumnos: ayudarlos a crecer, a madurar, a darse cuenta en qué consiste ser plenamente humano, a darse cuenta del mundo que los rodea, de lo que es la realidad de la vida, de lo que son las responsabilidades ante los efectos que causa nuestra presencia en el mundo y nuestras relaciones con otros.
2. Las frases iniciales de Pablo en el texto de hoy a los Rom nos trasladan esta reflexión al plano de la espiritualidad cristiana: dense cuenta del momento en que viven; ya es hora de espabilarse porque la salvación está más cerca de cuando empezamos a creer. Cuando éramos pequeños, y además religiosamente infantiles, creíamos que la salvación, la presencia de Dios y su acción en nosotros era algo lejano, algo que venía de afuera y que se nos daría al final de los tiempos, en premio o castigo según nos portáramos. Pienso que muchos de nosotros no hemos madurado más allá de esa visión y algunos puede que estén resistiéndose a crecer, a superar esa visión infantil, al fin y al cabo cómoda y que limita la exigencia, como en los niños, a tratar de portarse bien y a pedir perdón cuando nos portamos mal. Por eso, al empezar este período de Adviento, de preparación a la Navidad, Pablo nos dice: dejen de ser Peter Pan, espabílense, dense cuenta de quién es cada uno de Uds., qué esta llamado a ser, en qué consiste ser plenamente humano, cómo la presencia de Dios está más cerca de lo que creíamos de pequeños, y dense cuenta del momento en que viven, del significado de los hechos que suceden, aprendan a ver las cosas, a Uds. mismos y a Dios de manera madura,
3. En la medida en que emprendamos el camino de estas cuatro semanas como una preparación no solo para recordar el nacimiento de Jesús de Nazaret, sino como una preparación para nacer de nuevo a una vida de cristianos maduros, de hombres y mujeres maduros, nos iremos dando cuenta de que podemos sentir con Mt que el Hijo del hombre viene en cualquier momento y en cualquier lugar. No en el sentido de que en cualquier momento puede sobrevenirnos la muerte y encontrarnos cara a cara con Dios; ni solo en el sentido de que al final de los tiempos habrá un encuentro total y definitivo de la humanidad con Él. No. Además creciendo en conocimiento, madurando nuestra manera de percibir la realidad nos daremos cuenta de que en cualquier momento y lugar, podemos experimentar la presencia de Dios en nosotros. La eucaristía en que participamos es un llamado a esta toma de conciencia y a esta vigilancia para no estancarnos en el síndrome de Peter Pan.Ω
Lect.: Am 2: 1 – 5; Rom 13: 11 – 14; Mt 24: 37 – 44
1. La mayoría de nosotros recordamos el cuento y las películas de Peter Pan. Lo que quizás no tenemos claro es que, más allá de las aventuras fantásticas, con Wendy, sus hermanos, Campanita y el capitán Garfio, Peter Pan era un chico extraño por un rasgo muy especial: no quería crecer, no quería llegar a ser adulto y por eso se va al País de Nunca Jamás —y al final se queda ahí—. Por eso, algún psicólogo contemporáneo ha llamado el síndrome de Peter Pan al que padecen algunos jóvenes adultos que jamás quieren salir de casa de los papás, que posponen o son inestables para elegir un oficio, profesión o trabajo, que tratan de manera narcisista de tener de forma indefinida una apariencia juvenil. En fin, de no crecer, de no madurar, llegando a ser lo que uno está llamado a ser. Todo lo contrario de esto es la tarea que los papás y educadores nos planteamos como meta con nuestros hijos y alumnos: ayudarlos a crecer, a madurar, a darse cuenta en qué consiste ser plenamente humano, a darse cuenta del mundo que los rodea, de lo que es la realidad de la vida, de lo que son las responsabilidades ante los efectos que causa nuestra presencia en el mundo y nuestras relaciones con otros.
2. Las frases iniciales de Pablo en el texto de hoy a los Rom nos trasladan esta reflexión al plano de la espiritualidad cristiana: dense cuenta del momento en que viven; ya es hora de espabilarse porque la salvación está más cerca de cuando empezamos a creer. Cuando éramos pequeños, y además religiosamente infantiles, creíamos que la salvación, la presencia de Dios y su acción en nosotros era algo lejano, algo que venía de afuera y que se nos daría al final de los tiempos, en premio o castigo según nos portáramos. Pienso que muchos de nosotros no hemos madurado más allá de esa visión y algunos puede que estén resistiéndose a crecer, a superar esa visión infantil, al fin y al cabo cómoda y que limita la exigencia, como en los niños, a tratar de portarse bien y a pedir perdón cuando nos portamos mal. Por eso, al empezar este período de Adviento, de preparación a la Navidad, Pablo nos dice: dejen de ser Peter Pan, espabílense, dense cuenta de quién es cada uno de Uds., qué esta llamado a ser, en qué consiste ser plenamente humano, cómo la presencia de Dios está más cerca de lo que creíamos de pequeños, y dense cuenta del momento en que viven, del significado de los hechos que suceden, aprendan a ver las cosas, a Uds. mismos y a Dios de manera madura,
3. En la medida en que emprendamos el camino de estas cuatro semanas como una preparación no solo para recordar el nacimiento de Jesús de Nazaret, sino como una preparación para nacer de nuevo a una vida de cristianos maduros, de hombres y mujeres maduros, nos iremos dando cuenta de que podemos sentir con Mt que el Hijo del hombre viene en cualquier momento y en cualquier lugar. No en el sentido de que en cualquier momento puede sobrevenirnos la muerte y encontrarnos cara a cara con Dios; ni solo en el sentido de que al final de los tiempos habrá un encuentro total y definitivo de la humanidad con Él. No. Además creciendo en conocimiento, madurando nuestra manera de percibir la realidad nos daremos cuenta de que en cualquier momento y lugar, podemos experimentar la presencia de Dios en nosotros. La eucaristía en que participamos es un llamado a esta toma de conciencia y a esta vigilancia para no estancarnos en el síndrome de Peter Pan.Ω
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