Lect.: Is 6, 1-2. 3-8; 1ª Cor 15, 1-11; Lc: 5, 1 -11
1. Topamos una vez más con uno de esos relatos que probablemente estemos convencidos de que nos lo sabemos al pie de la letra. ¿Quién no ha oído en el Templo lo de la pesca milagrosa? Es probable que esta creencia, en parte sea cierta. Pero en parte es probable que haya aspectos que se nos escapan o a los que no hemos dado importancia, y que los vacíos los llenamos con la imaginación.
2. Vale la pena destacarlos. Primero, es un pasaje en el cual Jesús aparece hablando mucho, antes y después de subir a la barca. Pero no se dice ni una frase de lo que hablaba. Clara señal de que en esta ocasión el foco no está colocado en la enseñanza por predicación. En segundo lugar, lo que sí destaca es que lo significativo del relato va a suceder en un cuadro de actividades por completo ordinarias. Los pescadores acaban de terminar su ardua tarea de pesca nocturna —o más bien de intento de— y están limpiando los materiales de pesca. Jesús se introduce en esa escena de sus costumbres cotidianas de trabajo. No hay siquiera, —a diferencia de los otros dos evangelios sinópticos, Mateo y Marcos— un diálogo que se pueda catalogar “vocacional”, de llamada. Lo que sí se da es un gesto de familiaridad con Simón, a quien Jesús ya conocía y acababa de curar a su suegra. Por eso sube a su barca y le hace la petición de remar mar adentro y echar de nuevo sus redes. Si alguien sabía de pesca ese era Simón y sus compañeros, y no Jesús. De ahí la reacción inicial de Simón de negarse a reintentar lo que no se dio en las mejores horas, en la pesca nocturna.
3. Lo que sucede luego se explica por la intencionalidad de Lucas: contra su propia convicción y experiencia reanudan los esfuerzos de pesca, y sorprendentemente, se produce una pesca extraordinaria. ¿A qué se debió el cambio de actitud de Simón? Lo que le hizo decidir fue la confianza en el poder de la palabra de Jesús —o, si se prefiere, en la palabra de Dios, presente en la de Jesús. La acababa de experimentar operativa en la curación de la suegra de Pedro, a la que Jesús no tuvo ni siquiera que tocar ni imponer las manos. Esta confianza se hace explícita cuando Simón dice, “confiado en tu palabra, echaré las redes”.
4. Los resultados no solo les producen sorpresa a Simón Pedro y a sus compañeros, sino también una reacción de humildad, de autopercepción de su pequeñez humana y su condición de pecadores. Ninguno de estos rasgos, sin embargo, echan para atrás a Jesús. Por el contrario, les anima a desempeñar su misión sin que su condición humana debilite su buena disposición. Es una actitud de Jesús coherente con lo que ya Lucas había transmitido al inicio, hacer ver que la fuerza de Dios, se manifestaba en Jesús y, por lo mismo, que los fallos, lo limitado de la condición humana y el pecado mismo no son obstáculos para el llamado de Dios y para dejar que la acción divina se realice en nosotros y a través nuestro.Ω
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