Lect.: Is 58, 7-10; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5: 13 - 17;
1. Hablábamos el domingo pasado de las bienaventuranzas como expresión del Programa esencial de vida de Jesús, que él vivió y que Mateo presenta como referente central para la vida y misión de las iglesias, y de cada uno de nosotros, discípulos de Jesús. Hoy, al continuar el discurso del Monte, aparece esa breve declaración, muy conocida, de Jesús: Uds. son luz del mundo y sal de la tierra. Son un par de frases que han sido repetidas centenares de veces en predicaciones, en retiros y ejercicios espirituales, al punto de que pareciera que no tenemos nada más que aprender sobre ellas. Quisiera, en este momento, subrayar solamente dos consideraciones que no suelen destacarse.
2. La primera consiste en entender este pasaje de hoy en su contexto inmediato. Forma parte del Sermón del Monte y, más específicamente de la sección dedicada a las Bienaventuranzas. Por eso, por el carácter universal que tienen éstas para Jesús, ser “luz del mundo y sal de la tierra” no se refiere en exclusiva a los discípulos explícitos de Jesús, a los que estamos integrados en una de las iglesias, en una de las comunidades cristianas, sino y muy especialmente a todos los que viven el espíritu de las Bienaventuranzas. Los pobres, los mansos, los sufrientes, los misericordiosos, los que luchan por la justicia y son perseguidos por hacerlo, los que construyen la paz, los puros de corazón,… Todas ellas y ellos, en la medida en que viven esas situaciones en una actitud de desapego, de relación de confianza y agradecimiento con la gratuidad de Dios, son felices, porque pueden descubrir lo que es importante —desde la perspectiva de la Buena Nueva— para la vida de la humanidad y del mundo, para que puedan realizarse en plenitud. De ahí que estas bienaventuradasy bienaventurados, con todo su ser y con la acción que se deriva de éste, van transformando el mundo y dándole su sentido más realizador.
3. La otra consideración que pienso que es importante subrayar y recordar, es que siempre existe un peligro de mal interpretar nuestro calificativo de luz y sal del mundo. Es la tentación y el error de interpretar estos calificativos como si se tratara de cualidades o funciones que nos colocan por encima de los demás, como si ser luz y sal nos hiciera poseedores de un único camino a la verdad y a la salvación que tenemos que enseñar e incluso, en el peor de los casos, imponer a todos los “desviados y extraviados”. Es un error en lo personal y, en particular, a nivel del modo de entender la misión de la Iglesia.
4. En la intención de Mateo, se quiere decir que quien practica las bienaventuranzas ilumina, es luz, no porque tenga en monopolio una concepción verdadera de Dios y una doctrina verdadera, sino porque su modo de vida, que en la experiencia ha descubierto como valioso y es vivido como valioso para la propia realización, puede iluminar por sí mismo a otros abriéndoles caminos de libertad y creatividad, para que cada uno logre encontrar su realización humana y divina.
5. Porque ese programa de vida de las Bienaventuranzas, y no meramente los ritos, ni los discursos, es lo que establece la comunión con Dios, con el Padre que, como lo expresa la oración del Padrenuestro, inserta en este mismo sermón, es esa comunión es la que permite iluminar, ser gente luminosa de manera gratuita y generosa. En ese sentido el texto de Isaías, en la primera lectura de hoy, aunque escrito siglos antes de Jesús, es un excelente comentario para darle su sentido correcto al evangelio de hoy. En el texto el profeta nos dice categóricamente «Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos, de tu propia carne [de tus propios semejantes]; porque entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor”. Es la integración perfecta entre la oración y la acción, entre el compromiso evangélico personal y la transformación social, económica y política.
6. Por supuesto, queda pendiente, para la reflexión continua de cada uno, de cada familia y de cada comunidad, determinar en las diferentes circunstancias y según las diversas cualidades de cada uno, en qué se concreta y cómo se traducen estas directrices proféticas de inspiración evangélica, —si solo en prácticas puntuales de limosna, o en prioridades para el trabajo pastoral y formativo de las iglesias, o en líneas de acción de las organizaciones de la sociedad civil, o en políticas públicas económicas, sociales, educativas…— para quienes desempeñan cargos de gobierno a todo nivel o pueden influir en ellos.Ω
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