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2º domingo de Adviento: una esperanza que se construye con gran compromiso

 Is 11, 1-10; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12


  1. El domingo pasado concluimos con una pregunta que quedó como tarea para la casa: el interrogante sobre si nuestra fe cristiana es fuente de esperanza o solo de temor. Si lo es de esperanza, ¿en qué sentido podemos afirmarlo? Tanto las lecturas de ese domingo, como nuestra experiencia histórica, de la doctrina cristiana que hemos recibido desde pequeños, constatan que ha sido posible leer y enseñar el mensaje cristiano desde una u otra perspectiva: o como mensaje de esperanza que nos hace vivir con alegría porque se nos dice que pese a todos los conflictos que vemos podemos prepara runa sociedad nueva; o, por el contrario, como un discurso de amenaza de que Dios está atento a todas las barbaridades cometidas por la humanidad y prepara ya un castigo. Hoy, Mateo nos ayuda a empezar a aclararnos. Lo hace presentándonos a ese extraño personaje, que conocemos como Juan el Bautista. Extraño, digo, por su apariencia, por haberse ido al desierto a predicar y a bautizar, y por su radical predicación.
  2. A primera vista, si leemos rápido y superficialmente, pareciera que no avanzamos en la respuesta a la pregunta planteada. Unas breves explicaciones nos ayudarán a entender mejor el significado de este personaje y de cómo esta escena nos aclara el sentido de su mensaje que va a coincidir luego con el de Jesús. Desde el siglo VI a.C. el pueblo judío estuvo sometido a diversas potencias extranjeras (Babilonia, Persia, Grecia, Egipto, Siria y en el tiempo de los primeros cristianos, a Roma). Siempre fue una doble dominación: la de los imperios extranjeros y de las clases poderosas internas, colaboradores de los invasores buscando su propia conveniencia y que no solo no se preocupaban de las mayorías pobres y oprimidas sino que con sus prácticas incrementaban el sufrimiento de éstas. Irse al desierto, tanto el profeta Juan como los que van a escucharlo, significa que están buscando una nueva vida, una nueva situación, opuestos y libres de la dominación de los fariseos y saduceos que se ejercía, sobre todo, desde las ciudades, desde el Templo de Jerusalén y desde las sinagogas. Todo el pueblo sencillo estaba anhelando el inicio del Reinado de Dios que, a diferencia de los dominadores, ellos entienden como una venida de Dios para establecer un mundo nuevo de justicia, paz y amor.  Con este telón de fondo puede entenderse que el anuncio de Juan de que la llegada del Reino es inminente despertó, en la gente sencilla, una enorme esperanza. Mientras que los poderosos, en cambio, lo veían como una amenaza.
  3. Pero la predicación de Juan incluye dos dimensiones, de anuncio de castigo para los que con indiferencia mantenían una situación de opresión del pueblo, y de alegre esperanza para el pueblo pobre que veía que se acercaba su liberación. Pero eso sí, la predicación va dirigida a unos y a otros, el bautismo que ofrecía era el signo de una purificación y el llamado a la conversión, al cambio de cada uno y de todos. Era un cambio que implicaba dos cosas:  volverse hacia Dios y cambiar de conducta aunque, claro está,  la conducta que tenían que cambiar era distinta según se tratara de fariseos y saduceos, o del pueblo sencillo.
  4. ¿Qué nos dice este relato y este mensaje a nosotros hoy?  Han pasado veintiún siglos y el tipo de sociedad, de cultura, de política y de economía es muy distintode aquella Palestina del Bautista. Es otro el contexto, aunque el sufrimiento de los más débiles sigue, así como la prepotencia de élites que los subyugan.  Por eso el llamado a volverse a Dios y a aceptar las exigencias del propio cambio permanecen, aunque haya que reinterpretarlas  ante los nuevos retos de hoy. Por una parte, volverse a Dios va más allá de lo que podía entenderse en el ambiente judeo - cristiano del siglo primero. Por supuesto, se trata de superar el mero culto formal, el ritualismo, los sacrificios de animales. Pero también se trata de ir más allá de la conversión moral interior. Hoy, “volverse a Dios” podríamos entenderlo como descubrir personalmente, nuestra dimensión espiritual, divina que es lo que nos permite, siendo más plenamente humanos, crear un mundo más humano en el nivel, en el ámbito en  que cada uno de nosotros nos movemos. 
  5. Por otra parte aceptar las exigencias del propio cambio, en el  modo de vida del mundo actual, en una sociedad en que somos cada vez más interdependientes, significa no solo cambiar en nuestro espacio individual, privado, sino que es preciso asumir las responsabilidades que tenemos por las incidencias de nuestra  vida y acción sobre los demás, y sobre nuestro entorno. Si las cosas no van tan bien como se exige, esto ya no es atribuible solo a los modernos “fariseos” y “saduceos”. Todos en alguna medida agravamos o resolvemos los problemas de nuestra sociedad. Todos, “por acción u omisión”, como decían los antiguos manuales del sacramento de la confesión, permitimos que se consoliden las “estructuras de pecado”  o las combatimos. Esto se ha hecho recientemente muy evidente  en dos ejemplos, muy ligados entre sí: el sufrimiento de muchos pobres y el calentamiento global y la destrucción de la naturaleza que pueden acabar con nuestro planeta. Perderían en mucho su carácter de grave amenaza si quienes nos decimos seguidores de Jesús, —o, en sentido más amplio, quienes profesan alguna tradición religiosa o espiritual, llegamos a comprometernos para realizar un cambio de comportamiento más solidario sobre todo con los más desfavorecidos, así como si nos integramos  con decisión, a movimientos que fomenten prácticas éticas de consumo que respetan la naturaleza y no se dejan engañar por la irracionalidad de una propaganda comercial que no responde a necesidades esenciales, sino a los intereses de acumulación de grupos económico poderosos. Pero este cambio que se nos pide supone un trabajo, un esfuerzo constante e intenso con nosotros mismos. Las dos imágenes del bautismo de agua y de fuego evocan tareas de purificación, la segunda más profunda que la primera, por referirse a la manera de transformar los metales. Son tareas nada fáciles de realizar. Basta con pensar el reto que se nos presenta de cambiar nuestra manera de pensar, de dejar de priorizar acciones y objetivos en función de nuestro ego, de nuestra imagen e intereses limitados para caer en la cuenta de que es una ardua labor la de prepararse para construir el Reinado de Dios de justicia y paz. Ω

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