Lect.: 2 Re 5, 14-17 ;2 Tim 2, 8-13 ; Lc 17, 11-19
Puede leer los textos correspondientes a estas lecturas en este enlace:
http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2016/09/leccionario-i-domingo-xxviii-del-tiempo.html
- Continúa hoy la invitación a que tratemos de entender mejor lo que significa “tener fe”. El domingo pasado examinamos varias formas distorsionadas de entender la fe, que se dan incluso entre personas religiosas y católicas. Y al final resumíamos la forma como en diferentes partes de los evangelios se muestra lo que es la fe para Jesús de Nazaret. Lo podemos expresar de manera resumida y esquemática diciendo que la fe consiste en:
- 1.1.contar con una visión profunda de la propia realidad, de lo que somos, de nuestro ser auténtico y de todo lo que nos rodea,
- 1.2.y esa visión nos permite descubrir en cada uno de nosotros mismos la dimensión más profunda de nuestra propia existencia,…
- 1.3.…que aunque está en nosotros nos trasciende,
- 1.4.…pero que nos permite, por eso, desarrollar lo más auténtico de lo que somos, y vivir el verdadero valor de las cosas, el verdadero sentido de los acontecimientos, y ser creadores y transformadores de la realidad,…
- 1.5. …con la plena confianza de haber recibido y de continuar recibiendo gratuitamente, para beneficio de todos, un tesoro en vaso de barro, el tesoro de participar en la vida de Dios aquí y ahora, desde nuestra propia condición humana.
- 1.6.Y, como lo dice Jesús mismo, al final del pasaje, esa fe que tenemos es la que nos salva.
- En el episodio de hoy, la curación de los diez leprosos, se ilustra y acentúa la diferencia entre la fe entendida de manera evangélica y otras actitudes religiosas interesadas y egocentradas. Al inicio de este relato, diez leprosos, —a cierta distancia, como estaba prescrito por las costumbres de la época, discriminatorias de quienes padecían esa enfermedad— le gritan a Jesús pidiéndole que los sane. Aunque Lucas no lo explicita, pero lo implica, es muy probable que estos leprosos —incluido al inicio también el samaritano— lo ven como un taumaturgo, es decir, como un “hacedor de milagros”, de hechos portentosos o, al menos, extraordinarios, uno más entre muchos que recorrían aquellas tierras de gente pobre, como provocados por tanta necesidad. En definitiva, lo ven como un “sanador” de cuyos trabajos podían sacar provecho personal. Por eso ellos acuden, acercándose hasta donde les es permitido, como lo que hoy podríamos llamar “usuarios” de un servicio, a lo sumo, como “pacientes”. Pero al concluir el relato cuando, después de haber quedado limpios, solo el samaritano regresa alabando a Dios y dándole gracias a Jesús, queda claro con su actitud que ha cambiado la relación. Ya no se trata de una relación entre un sanador y un beneficiario, sino de algo más, de bastante más: se trata de una relación personal, entre el leproso curado, tomado en cuenta como ser humano, y Jesús como portador y revelador de la vida de Dios que hay en cada uno de nosotros. De una simple sanación, como la que incluso podían realizar muchos sanadores y médicos de aquel tiempo, se pasa a una relación de encuentro personal, encuentro consigo mismo y con la fuente de la vida que es Dios. Es una experiencia, ya no meramente de una curación, de un milagro, sino de salvación, es decir, de liberación interior de todos los lazos —psicológicos, sociales, culturales y religiosos— que le impedían descubrir el valor de la propia identidad y el lazo que permanentemente lo une —nos une— con Dios. Se aclara aún más lo que es la fe, para el evangelio. Si la “fe” no va acompañada de gratitud y alabanza, no es verdadera fe, porque continúa siendo una actitud centrada en sí mismo, unidimensional, no relacional.
- El hecho de que el salvado sea un samaritano es un rasgo con el que Lucas quiere resaltar dos cosas estrechamente unidas. Por una parte, que el amor de misericordia de Dios que se revela en la vida de Jesús de Nazaret, rompe todo tipo de barreras incluyendo las que han levantado los dirigentes de varias religiones, y pone en entredicho la interpretación exclusivista que han hecho dirigentes y grupos judíos del concepto de “pueblo elegido” —y de la concepción asociada de “tierra prometida”. Por otra parte, que esa salvación de la que somos portadores, —como el mismo Jesús lo hace ver, al indicar que es la fe del samaritano lo que lo ha salvado— es universal, común a todas las personas humanas y no depende de nacionalidades, tradiciones culturales, ni de creencias religiosas, sino del poder de nuestra propia fe, que es participación y don de la vida divina en la vida humana.Ω
Nota al mensaje de la anterior reflexión:
Contemporáneamente habría que elaborar más sobre todas las implicaciones de la discriminaciones de las que los judíos habían hecho objeto a los samaritanos para encontrar la interpretación que permita una aplicación a situaciones sociales de hoy día. El nacionalismo sionista de los gobiernos de Israel nos hacen pensar en el trato que dan al pueblo palestino y, en particular, a la apropiación que han hecho de la tierra de este pueblo.
Pero hay, más allá de esos encuadres nacionalistas, otras formas de discriminación destructivas de grupos humanos que se atreven a apelar a motivaciones de moral religiosa. Tal es el caso, nos parece, la discriminación de la que ha sido objeto por décadas las poblaciones que hoy llamamos, por brevedad, LGTBIQ.
En cualquier caso, el texto del evangelio de Lucas deja clara la opción de Jesús en favor de los grupos discriminados.
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