Lect.: Hechos 15:1-2, 22-29; Apocalipsis 21:10-14, 22-23; Juan 14:23-29
1. Hemos hablado estas semanas anteriores de la forma como los apóstoles llegaron progresivamente a la convicción de que Jesús estaba vivo y de que era el Señor. Algunas eran nuevas experiencias que tuvieron después de la muerte de Jesús. Pero otras eran vivencias que habían tenido en el pasado y que ahora, de repente, veían y entendían bajo una luz nueva. En conjunto unas y otras experiencias les atestiguaban que Jesús estaba en ellos, ellos en Jesús y Jesús en el Padre. No eran apariciones, no eran visiones, eran experiencias humanas de la vida cotidiana en las que de una manera nueva, difícil de entender, incluso para ellos, se descubrían sumergidos en la vida nueva de Jesús resucitado.
2. En todo este capítulo 14 del evangelio de Juan, se habla de situaciones previas, concretamente de las que tienen lugar la noche de la última Cena, en las que no solo destacan las palabras de Jesús, sino que también se refleja la confusión de los discípulos sobre todo, al darse cuenta que, por una parte, Jesús se está despidiendo y, por otra que, sin embargo, les está prometiendo quedarse con ellos. Si nos ponemos en sus zapatos o sandalias, o en los de la primera comunidad que escribió este texto, sentiremos, probablemente la misma confusión. ¿cómo es eso de que “me voy” pero “vuelvo a ustedes”? ¿que quiere decir que un poco y no me verán y otro poco me verán? La explicación quizás está en esa frase que se encuentra al inicio del pasaje de hoy, cuando dice, “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. Les está diciendo que la práctica del amor, la del servicio, la de la solidaridad, como él las ha vivido garantiza o muestra que el Padre y el propio Jesús habitan, hacen su morada en ellos. Esta podemos verla como la explicación de Jesús a todas sus dudas pero, hay que reconocer que es una explicación que también sorprende. Chocaba, en el ambiente judío de aquella época, con la creencia de que el Templo era la morada de Dios, del Padre. Y hoy día, veintiún siglos después, debemos reconocer que sigue chocando con una formación religiosa que a muchos hace pensar en un Dios también externo a nosotros, en el mejor de los casos, en un Dios que se manifiesta en grandes acontecimientos y siempre unido a ambientes religiosos y en personas excepcionales.
3. Sin embargo, Jesús le da vuelta a estas creencias y centra su atención en la vida sencilla de cada uno de nosotros. Como lo dirá Pablo, después, en una de sus cartas, la presencia fuerte de Dios, del Padre, triunfa en la debilidad humana (2 Cor: 12: 9). En la propia humanidad de Jesús, el Hijo del Hombre, y en la propia humanidad de cada uno de nosotros, que somos también parte de ese mismo hijo del hombre, ser humano pleno. Por no entender esto, Jesús prácticamente reprende a Felipe cuando éste le dice “muéstranos al Padre y eso nos basta”. La respuesta de Jesús es clara: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: «Muéstranos al Padre»? (Jn 14:9).
4. Es posible que nosotros también tengamos expectativas de descubrir a Dios de formas y por caminos diferentes, especiales, entrando en el ámbito de lo sagrado. Sin embargo, solo podremos descubrirlo, morando en nosotros mismos, cuando hayamos tomado en serio el camino mismo de Jesús. Entonces, como los primeros apóstoles, nos descubriremos lo que somos y a él lo descubriremos vivo alentando nuestra vida cotidiana. Se quiebra la separación entre lo profano y lo sagrado. “Dentro de poco, el mundo dejará de verme; ustedes, en cambio, me verán, porque yo tengo vida y también ustedes la tendrán” (Jn 14:19). Compartiendo él y nosotros la misma vida lo reconocemos como el viviente y nosotros reconocemos lo que somos plenamente vivos con él.Ω
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