Lect.: Hechos 14:21-27; Apocalipsis 21:1-5; Juan 13:31-33, 34-35
- Ver toda la realidad y toda su vida, de una manera diferente es la principal experiencia de los apóstoles que les atestigua que Jesús está vivo y es el señor. Ahora ven y entienden de manera distinta también los hechos de su vida pasada, cuando acompañaban al Maestro. Y también ven de una manera distinta la muerte, la de Jesús y la propia. Incluso la traición y la muerte son vistos ahora con una nueva claridad, tal y como lo presenta el evangelista Juan en este capítulo 13, “«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto.» Nos resulta sorprendente: decir que “en ese momento preciso” es glorificado el hijo el hombre. El el preciso momento en que uno de los Doce, Judas, lo traiciona, y el momento preciso en que Jesús es entregado a la muerte. ¿Cómo es esto posible, que la gloria de Dios se manifieste en Jesús en semejantes situaciones? Tantas veces el evangelista había mencionado a Jesús hablando de “su hora”, ¿es una hora trágica, de fracaso?
- No se trata, para nada, de una interpretación negativa, masoquista, morbosa, que considera positivas y como vías de santificación la traición y la muerte. No se trata de eso. Con la frase “en el momento presente” —“ahora”—se expresan varias convicciones fundamentales de los primeros cristianos : ante todo la convicción de la fe primitiva de que la Pascua de Jesús ha determinado el comienzo de una nueva era. Jesús, que ha atravesado prácticamente las puertas de la muerte, accede «ahora» a una nueva forma de existencia, desconocida, más allá de la condición ordinaria de los hombres,
- El presente de Jesús es ahora la presencia eterna en la gloria divina. Pero para formular una experiencia de esa realidad que a nosotros se nos escapa, Juan se refiere a esa “gloria” con dos afirmaciones. Primera, la muerte de Jesús se va a mostrar en perfecta continuación con lo que fue su vida y de la que es consecuencia. No hay lugar para pensar en un “sacrificio expiatorio”, sino en el enfrentamiento por con su vida y palabra, con las “tinieblas”, los que le rechazaron o no lo acogieron. Segunda, alcanza esta gloria como Hijo del Hombre, es decir, el plenamente humano, asumiendo su propio itinerario y su misión, como es lo propio de todos los humanos, marcados por el sufrimiento, y el desamparo.
- El Padre es glorificado en la entrega coherente de Jesús a las exigencias de su itinerario humano, el itinerario del Hijo del Hombre. Y eso significa fundamentalmente la entrega a su misión de servicio, expresada simbólicamente en el lavatorio de pies. Ordinariamente, cuando se oye la expresión de que Jesús es glorificado uno tiende a pensar en la resurrección de Jesús o en su exaltación, en su ascensión al Padre a través de la muerte o más allá de ella. Pero en Juan es otro el significado. No se trata de ser glorificado porque “vuelve al Padre”, a la gloria que el Hijo tiene desde siempre en virtud de su relación con el Padre. La glorificación que tiene lugar ahora no puede ser un aumento de la que ya tenía.
- Se trata ciertamente de una gloria que no tenía antes, es la gloria de la participación —a través de él— de todos los creyentes en la vida misma de Dios. Jesús, elevado sobre la tierra, atraerá a todos los hombres hacia sí (Jn 12: 32). En su ascensión al Padre lleva ahora consigo a los discípulos, presentes y venideros, en un movimiento incesante de comunión con Dios, que hasta entonces se consideraba propia solamente del Hijo. De este modo Dios mismo se glorifica en el Hijo del hombre revelando, a través de éste, que en él por su Amor toda la humanidad se une entre sí y está con él.
- Con esto Jesús revela a sus amigos en qué consiste el secreto, el sentido, de su propia existencia personal y también el secreto y el sentido de la existencia de ellos. Y de esta manera los reúne en una comunidad de vida nueva (un anticipo del “cielo nuevo y la tierra nueva” de la que habla la segunda lectura de hoy, la del Apocalipsis. Por eso, más que un acto de despedida, la cena es el acto de creación de la nueva comunidad de los discípulos sobre el don de sí mismo, una autodonación en el que lleva su amor hasta el extremo. Si llamamos Iglesia a esta nueva comunidad, debe entenderse entonces que debe ser diferente de una sociedad jerarquizada, al estilo de las sociedades terrenas. Su unidad se debe exclusivamente al vínculo personal de sus miembros con el Hijo y entre sí. El don que Jesús ha hecho de sí mismo como amor pleno sigue siendo su principio constitutivo y determina su regla de vida. La creación de esta comunidad nueva, que pasa del “mundo” a la intimidad con el Padre, es la glorificación de Dios y de Jesús. Ω
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