Lect.: Deuteronomio 26:4-10; Salmo 91:1-2, 10-15; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13
- Un pasaje tan conocido y tan aparentemente simple como el de las tentaciones de Jesús en el desierto, nos viene muy bien como enlace entre la reflexión que traíamos los últimos domingos pasados y lo que puede constituirse en el eje de nuestra reflexión este tiempo de cuaresma. Decíamos hace ocho días que “no hay realmente una distancia enorme entre cada uno de nosotros y aquellos a los que consideramos nuestros enemigos u ofensores. Comprender lo que hay en nosotros nos permite, entonces, comprender a los que llamamos enemigos o victimarios, y nos permite comprender, en nuestra propia experiencia, lo que significa que Dios hace llover sobre buenos y malos, sobre justos e injustos. No se trata de dos categorías de personas, sino que se trata de dos dimensiones que todos tenemos dentro de nosotros mismos.” Al presentar Lucas a Jesús enfrentando una tentación, lo coloca en un momento de decisión, entre esas dos dimensiones que todos llevamos dentro de nosotros mismos. Al ser imagen del Hijo del Hombre, es decir, plenamente humano, no estaba exento de esta estructura interna común a todos nosotros. Es en todo igual a todos, igual menos en el pecado (Hebr 4:15).
- Para hablar de esa experiencia humana que llamamos “tentación”, y para darnos cuenta de que todos estamos expuestos al mal, no hace falta, entonces, imaginarse un mundo poblado de seres fantásticos, con cuernos y rabo, con olor a azufre, que nos persiguen para arrastrarnos a un infierno. No hace falta imaginar demonios temibles que actúan como si fueran personas. Basta con pensar simplemente en que todos tenemos esas dos dimensiones de nuestra estructura interna y la de nuestros semejantes que nos rodean, para darnos cuenta de que todas y todos estamos expuestos continuamente, en nuestra vida cotidiana a sentirnos más atraídos por la dimensión oscura que por la luminosa. A inclinarnos más a lo que nos destruye y menos hacia lo que realiza lo mejor de nosotros. Lucas nos presenta esa experiencia humana, en el caso de Jesús, con un lenguaje mítico, como una dramatización, una manera figurativa, para impresionar a los oyentes, para que se les grabe más el mensaje y ese sentido tiene el uso del escenario del desierto y el recurso de una figura demoniaca visible. El propósito es mostrar que Jesús estaba en un torno en el que había contenía hostilidad y rechazo por su misión y desde el que se intentaba seducirlo para desviarlo del sentido de su misión de anunciar una buena noticia a los pobres. Y lo que quiere transmitir es que en Jesús ante la disyuntiva, triunfa la condición de hijo de Dios para servicio de quienes lo necesitan, y no la tendencia a utilizarla para sus propios intereses. Esto misma solución a la disyuntiva puede darse en cada uno de nosotros.
- Pero hay dos detalles adicionales que podemos todavía descubrir en el relato y que constituyen una seria advertencia para cada uno de nosotros. Primero no hay que pensar que la tentación al mal se nos presente de una manera extraordinaria, llamativa, incluso riesgosa. A nuestra imaginación el mal que nos tienta se nos presenta a menudo sutilmente, es decir, de una manera casi que normal, aparentemente razonable. No se nos presenta como algo dañino, por supuesto, sino como una acción “corriente” que otra gente buena también practica y que puede traer incluso buenos resultados. (Santo Tomás de Aquino dice que no se puede querer el mal por sí mismo, sino solo por su apariencia de bien). En el relato mítico de Lucas el tentador habla tranquilamente a Jesús, y apoya sus propuestas con citas bíblicas. Y además, el otro detalle es que el tentador se presenta con disfraz, y disfraza el contenido de lo que propone, con mentiras. Un disfraz que pretende engañar a los demás pero, en estos casos, también a nosotros mismos, para que no nos sintamos incómodos. Por ejemplo, puede presentar el ansia de poseer y dominar a otros, con la máscara del amor y del cariño; la violencia doméstica con el disfraz de disciplina y autoridad, —generalmente machista. Todos estos “trucos” para disfrazar nuestras propias intenciones, a menudo, curiosamente, nos engañan a nosotros mismos … que somos los que los fabricamos. Un famoso filósofo contemporáneo, judío austriaco, Martin Buber describía ese fenómeno de esta manera como “el misterioso juego de las escondidas en la oscuridad del alma, en el que el alma humana, a solas, se evade, se esquiva y se esconde de sí misma.”
- En las situaciones que le presentaron disyuntivas en su vida, y que el relato de Lucas solo resume, Jesús desenmascara el mal, en el relato mítico de hoy representado por Satanás. Jesús le da nombre, lo mira de frente para perderle temor y pone en evidencia la intención que se oculta detrás.
- No es el de hoy un tema fácil. Hay quienes dicen que todavía está pendiente un profundo estudio científico de los comportamientos de maldad —no el estudio filosófico del “mal”— para poder reconocerlo, nombrarlo y superarlo cuando se nos presente. Pero tenemos los cuarenta días de Cuaresma para continuar descubriendo más aspectos detallados de este drama cotidiano que todos vivimos en la vida familiar, de amistad, económica, laboral, política. Y para ir escuchando la Palabra que nos enseñará a superar los trucos y engaños de la dimensión del mal dentro de nosotros y también nos ayudará a crecer en nuestra propia identidad personal.Ω
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