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La fe: 24 hrs de dudas y un minuto de esperanza

19º domingo t.o.
Lect.: I Reyes 19:9, 11-13; Romanos 9:1-5; Mateo 14:22-33

  1. Cada domingo, en la Eucaristía, después de que decimos juntos el Padrenuestro, y de que hemos pedido al Padre que nos libre de todo mal, habrán notado que yo pido luego que nos libre “de todo miedo y toda cobardía”. Son tantos los peligros y riesgos que enfrentamos en la vida contemporánea que la mayoría de nosotros, por no decir la totalidad, vivimos con miedos y cobardías, entre pecho y espalda, aunque tratamos de ocultarlos, para no “darnos el color”, sobre todo los varones. Son miedos y cobardías que van desde los más superficiales —como el miedo a un accidente, a un asalto, o a perder la  buena imagen, a ser víctima de un chisme…—, hasta los más profundos, —como el miedo a la culpa que cargamos por errores del pasado; al fracaso, laboral, de estudios o de vida de pareja; a no dar la  talla en un puesto o en un encargo que nos han hecho; aa que perdamos el control de los peores instintos y hagamos una barbaridad…—, o a que la vida no tenga sentido, con tantas cosas negativas que a lo mejor nos afectan. Y cobardías, o faltas de valor para enfrentar injusticias, para defender a los más débiles, para perdonar y reconciliarnos, o para buscar la construcción de estilos de vida alternativos al de esta sociedad individualista e injusta en que nos encontramos.
  2. En la época de Jesús también los discípulos, las primeras comunidades cristianas, como el resto de gente de su tiempo, cargaba con sus propios miedos y cobardías. Muchos eran parecidos a los nuestros. Otros, más propios de aquellas sociedades con menor comprensión del funcionamiento del mundo, más bajo nivel educativo y un todavía escaso desarrollo científico y técnico.  Todo ese conjunto de cosas que les inspiraban temor y a los que no se atrevían a enfrentar, Mateo, y los otros los evangelistas, como era la creencia generalizada, lo simbolizaban con  el agua profunda, con el mar del que se desconocían sus niveles inferiores y el que se imaginaban poblados por monstruos extraños, mitológicos
  3. De ahí que ver a Jesús caminando sobre las aguas y la petición de Pedro de hacer lo mismo, expresan simbólicamente el anhelo de tener una vida humana sin inseguridades, de contar con la capacidad de traspasar las muchas limitaciones de nuestra vida. Esta imagen del caminar sobre las aguas, con sentido parecido, no era exclusiva de los evangelios. Aparece, aun antes de la literatura cristiana en escritos helenísticos, en otros del antiguo Egipto y en los jatakas budistas, o cuentos que narran experiencias pasadas por el Buda en su camino  a la iluminación. Y lo que resulta interesante, es que en todas esas tradiciones espirituales se consideraba el símbolo de caminar sobre las aguas como característico de los dioses o de héroes divinos, a los que se llamaba “hijos de Dios” por ese dominio que mostraban.
  4. Para cumplir ese anhelo de tener una vida humana que vence esos peligros del “abismo marino”, Mateo presenta la fuerza de la fe en Jesús pero con dos rasgos que conviene no perder de vista. El primer rasgo, Mateo nos lo da al hablar de una fe que experimenta la trascendencia, es decir, la presencia amorosa de Dios en Jesús en medio de la tempestad, de las necesidades, de las angustias, de los sufrimientos. No tiene Mateo ninguna creencia en que para alcanzar la “otra orilla”, el encuentro con Dios, haya que llegar a una situación ideal, sin problemas, un mundo color de rosa. “La otra orilla”,  en sentido original, es el otro lado del lago de Genesaret. Pero en el contexto del evangelio, contiene un valor simbólico múltiple que va más allá de lo geográfico e incluso de lo étnico – religioso que alude a los paganos del otro lado del lado.  Mínimamente es, además, la invitación a no instalarse, a no seguir buscando a Jesús y lo religioso por intereses materiales, apegados solo al “pan” multiplicado, a las riquezas y el poder, y el confort que estos permiten. Y más allá, esa otra orilla es también el encuentro pleno con la trascendencia divina, en sentido espiritual. En la tradición hindú, védica, transmitida por el poeta y espiritual Rabindranath Tagore, la otra orilla, ese encuentro trascendente, está en esta orilla. Lo que es otra forma de expresar el mensaje de Mateo sobre la presencia de Dios en medio de nosotros.
  5. El segundo rasgos es que se trata de una fe que es esa confianza que nos infunde el Espíritu de Jesús y nos permite ver la pequeña chispa de luz en medio de la oscuridad, nos permite armarnos de confianza, aun rodeados de dudas. Nos permite avanzar y reconocer la “otra orilla”, mientras nos encontramos en las situaciones incluso más difíciles de la vida cotidiana.  Es quizás, por eso, que un famoso autor francés del siglo pasado, dijo que la fe es “veinticuatro horas de dudas y un minuto de esperanza”. La frase se retoma en el excelente filme franco – polaco, “Las Inocentes” (2016), dirigida por Anne Fontaine, para dar luz en medio de los horrores de la Guerra y de las violaciones que sufren en 1945 unas monjas benedictinas, víctimas de partisanos rusos que se suponía las liberaban de los nazis.  Pero ese minuto de esperanza es definitivo para vivir con fortaleza otros horrores que amenazan nuestro mundo y nuestra  vida diaria.  Ω

Comentarios

  1. Dificil este camino. Los miedos acechan a la vuelta de la esquina

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