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27º domingo t.o.

Lect.: Isaías 5,1-7,  Filipenses 4,6-9; Mateo 21,33-43

  1. Sin contestar directamente a los dirigentes del Templo, veíamos el domingo pasado que Jesús les deja claro qué es lo que le da autoridad moral en todo su comportamientoLo que le da valor a su vida y le da autoridad moral, es una vida de unión con Dios pero que se muestra y se comprueba en su comunión con los pecadores, en su preocupación por los enfermos, en su consagración al servicio de los demás, hasta el final de su vida. Y queda claro que eso vale también para nosotros en nuestra aspiración a desarrollar una vida que valga la pena. Pero en la parábola de hoy el evangelista, por contraste, dibuja lo que hera hasta entonces la práctica de los líderes religiosos judíos contemporáneos de Jesús.  
  2. En lo esencial, en lenguaje figurado, Mateo recuerda a sus oyentes y a nosotros cómo tanto los bienes de la tierra como los bienes religiosos, —la palabra  de Dios, la Ley, la liberación humana—, son bienes que Dios entrega para el bienestar y disfrute de todos los hijos e hijas de Dios. Sin embargo, los líderes religiosos, —que en ese momento lo eran también políticos— en vez de administrar esta herencia para beneficio de todos, se apoderan de ella exclusivamente para su propio provecho. Es significativo que Mateo recoja esta parábola, porque nos permite adivinar que no solo está criticando a los sacerdotes del Templo y al Consejo de Ancianos, sino que está preocupado porque esa práctica está ya reproduciéndose también en algunas de las primeras comunidades cristianas. Se ve que algunos de los dirigentes cristianos, estaban ya olvidando su papel de animadores de la comunidad, de meros administradores de la Palabra, de los sacramentos, y estaban sintiéndose propietarios y jueces, haciendo de su función religiosa un medio de encumbrarse por encima del pueblo al que deberían servir. Al contrario de Jesús, no ven que su autoridad moral les viene del servicio y la solidaridad sino que  se creen que tienen autoridad por sus cargos y por los encargos recibidos de Dios, para  decidir sobre la vida y conciencias de los demás.
  3. Podemos sorprendernos que ya tan pronto, desde las primeras comunidades se dieran estas desviaciones. Pero no hay que extrañarse. Mientras en nuestra labor de esculpirnos a nosotros mismos, no nos despojemos del egocentrismo,  no podremos sacar a la luz la imagen de Dios grabada en lo más auténtico de nuestro ser y caeremos siempre en la tentación de creernos propietarios de los dones recibidos para administrarlos en beneficio de los demás y de toda la creación. Por eso es que siempre enfrentamos el peligro de que lo religioso se corrompa. Si ya pasaba en las primeras décadas del cristianismo, debemos estar más alertas todavía para auto criticarnos como cristianos, veintiún siglos después, y discernir si nuestras acciones las orientamos a servir o a ser servidos.
  4. No siempre es fácil distinguir entre una cosa y otra. A veces se nos confunden nuestros intereses y nuestra voluntad con los intereses y la voluntad de Dios. Vale la pena preguntarnos y reflexionar con honestidad si algunas demandas que hacen hoy, en Costa Rica, algunos grupos de cristianos, fortalecen nuestra autoridad moral o más bien la deterioran. Por ejemplo, cuando en las iglesias buscan exenciones de impuestos, recepción de subsidios estatales, mantenerse como religión oficial,  o cuando pretendemos  un poder de imposición de nuestras creencias y normas morales sobre toda la sociedad,… cuando esto sucede tengamos la honestidad de preguntarnos si esto lo pretendemos por seguir el ejemplo del Jesús servidor, solidario, fraterno, o porque, como denuncia la parábola, hemos caído de nuevo en la tentación de creernos dueños de la viña. Y este comportamiento puede oscurecer en vez de revelar la imagen del Padre amoroso mostrado por Jesús en todo momento.Ω

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