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27º domingo t.o., 7 de oct. de 12


Lect.: Gén 2, 18-24, Hebr 2, 9-11, Mc 10, 2-16

  1. Algunos amigos se han sorprendido al escuchar, en la inspiración del evangelio de Marcos, la invitación a construir una iglesia más “maternal” y menos patriarcal, en la que sí  puedan los niños —los débiles, los pobres, los excluidos— ser y sentirse el centro de la comunidad. Cierto que suele hablarse de una “Iglesia madre”, pero la expresión puede no pasar de un discurso retórico mientras no se respalde con una práctica en la que quienes tienen la experiencia de la maternidad, —las mujeres, evidentemente— recuperen todo el papel determinante que les corresponde dentro de las comunidades cristianas. El evangelista Marcos concluye la reflexión que venía haciendo estos domingos precisamente con este punto central.
  2. Este texto de hoy ha sufrido el impacto del tiempo con la inevitable lectura parcializada en que no se entra al fondo de lo que quería el Jesús que presenta Marcos. Al usar el texto como un argumento de defensa de la indisolubilidad del matrimonio, en un contexto más bien moderno, se reduce el sentido de valores evangélicos originales. En el contexto en que el evangelista sitúa la discusión de los fariseos con Jesús lo que está en juego principalmente es la concepción del contrato matrimonial como una relación establecida desde la perspectiva masculina, por la cual la mujer está por completo sometida a la voluntad de varones, —el esposo, su padre que decide y aprueba la unión—, y la que, por lo tanto, el varón puede terminar conforme a sus interés y criterios.   Era la práctica del legalismo judío de la época, y que podía remontarse a Moisés.
  3. Y aquí quiebra Jesús, una vez más, la línea de razonamiento imperante. Ubicando a Moisés en su momento histórico, relativizando sus enseñanzas que son parte de una época patriarcal, va “más atrás” a lo que considera las fuentes originales, las “intenciones” del Creador. “Al principio” no era así, sino que el ser humano fue creado “hombre y mujer”, una realidad sin distinción, sin subordinaciones. Es más, es el varón el que tendrá que dejar todo, incluso a sus padres, por unirse a su mujer, —no por incorporarla a sus propiedades— y ser con ella “una sola carne”.
  4. Dentro de la línea de pensamiento que vienen poniendo estos capítulos de Marcos en la boca y en la práctica de Jesús, faltaba esta oposición a la concepción machista del contrato matrimonial. Para ser coherente  con la invitación del Maestro a formar parte de una “comunidad universal abierta”, de una “mesa compartida”, de una inclusión de los pobres, los humildes, los débiles y los niños como centro de la nueva comunidad, del Reino, faltaba aún una reivindicación jurídica, si cabe decirlo así, del lugar de la mujer .  No bastaba con el papel de una mujer, María, en la obra de Jesús; era importante, sin duda, como también importante destacar las discípulas de Jesús que lo seguían, o a Magdalena, como la primera predicadora de la resurrección.   Pero hacía falta, además, curar de raíz la relación fundamental  varón – hembra, que se institucionaliza en el matrimonio, liberarla del dominio machista, de la época de los patriarcas, para liberar de esa pesada carga deshumanizante la familia y la educación de los niños.
  5. Vale la pena en el contexto de nuestra problemática actual que los cristianos hagamos esta relectura del texto de Marcos, llamado comúnmente del “divorcio”, y descubramos más bien que se refiere a esta otra reivindicación más radical, la de de la mujer como verdadera “pareja” del varón y gestora de un nuevo tipo de relaciones no solo en las familias, sino también en la Iglesia.Ω

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