Lect.: I Reyes 19,4-8;
Efesios 4,30-5,2; Juan 6,41-51
- Esta “excursión” que ha hecho la liturgia desde el evangelio de Marcos al de Juan a pesar de venir de un contexto polémico ajeno a nuestros días, puede ofrecer detalles interesantes. Pasar del episodio de la multiplicación de los panes al tema de llamar “pan” a Jesús se ubica en el ambiente de discusión de la época entre judíos tradicionales y el nuevo grupo de cristianos. Para aquellos el “pan”, la fuente de vida espiritual, era la Ley guardada en el Santuario del Templo, administrada por sacerdotes, interpretada por especialistas. Para los cristianos de la comunidad de Juan, en cambio, la fuente de vida, el pan, el agua, la luz, el camino, se había “salido del espacio sagrado” y se presentaba en una forma tan humana, tan ordinaria, tan cercana —en la forma de vida de un vecino, Jesús, a cuyos padres todos conocían—, que no parecía creíble como manifestación de Dios. Nada que ver con el poder, la majestuosidad del Templo de Jerusalén.
- Nosotros estamos muy distantes de aquella polémica judeo cristiana. Pero puede que estemos afectados por una actitud similar a la de entonces y que tengamos la tendencia a seguir buscando lo sagrado, y el encuentro con Dios, fuera de la vida ordinaria, fuera de las prácticas de servicio y entrega asumidas por muchos hombres y mujeres “para vida del mundo”. Es llamativo: nos resulta más “fácil” a los católicos aceptar que el pan (eucarístico) es Jesús, que reconocer que Jesús es “pan”, porque esto último equivale a afirmar que sus acciones, su modo de vida, la calidad de su entrega, en la medida en que los repliquemos, son lo que nos “sirve de alimento”, lo que nos humaniza más plenamente. “Ser pan” —Jesús y cada uno de sus discípulos— es entregarse y dedicarse a construir una comunidad de mesa, en la que haya vida abundante para todos.
- Nuestro cerebro y nuestra mente son tan “tramposos” que prefieren ignorar, por comprometedora, esta afirmación de que “Jesús, (su modo de vida), es pan”, y prefieren atraer nuestra atención solo a la afirmación eucarística, —“este pan es Jesús”— que nos traslada de nuevo al espacio del templo, al momento litúrgico, fuera de la vida cotidiana. Por supuesto que no debería haber contradicción, si lográramos volver a que la eucaristía fuera, no un mero “acto de culto” sino una auténtica memoria suya, de toda su vida de compromiso, que hacemos nuestro simbólicamente en el momento de la celebración. Ω
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