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Mostrando las entradas de noviembre, 2008

33o domingo tiempo ordinario

33º domingo t.o. 16 nov. 08 Lect.: Prov 31: 10 – 13. 19 – 20. 39 – 31; 1 Tes 5: 1 – 6; Mt 25: 14: 30 1. No sé si Uds. han tenido la experiencia de discutir con alguna persona no creyente sobre el sinsentido que para ellos tiene el creer en Dios. Algunos puede ser que nos digan: “¡qué desperdicio! Uds. creyentes pierden toda su vida, sacrifican sus cualidades, muchas cosas que podrían hacer y disfrutar en este mundo, solo por la esperanza que tienen en otro mundo futuro, en un más allá del cual, además, no se puede estar totalmente seguros”. Si Uds. se han topado con alguien que argumenta de esa forma (o a lo mejor son sus propias dudas las que en algún momento los ha preocupado en ese sentido), no sé qué les habremos respondido. ¿Qué habría respondido yo? No se extrañen por lo que voy a decirles: en parte le hubiera dado la razón al que nos intranquiliza con esas sospechas. Porque hay cierta manera de vivir y practicar la religión que se merece esas críticas. Es una religiosidad qu

32o domingo tiempo ordinario

32 domingo t.o., 9 nov. 08 Lect.: Sap 6: 13 – 17; 1 Tes 4: 12 – 17; Mt 25: 1 – 13 1. La liturgia católica dedica por tradición estos últimos domingos del año eclesiástico a meditar sobre la vigilancia, la preparación para el encuentro definitivo con Jesús y, luego, para el juicio final. Es frecuente que esta meditación la reduzcamos a una consideración sobre la proximidad de la muerte y a la necesidad de estar con todo en orden para ese viaje. Como si el evangelio nos estuviera diciendo: mucho ojo, que en cualquier momento una fatalidad se lo puede llevar, y mejor que lo coja si no bien portado, al menos confesado. Esta manera de ver las cosas es parte de la visión religiosa tradicional, bien intencionada pero poco formada y nada reflexiva. Si uno lee la parábola de hoy, se da cuenta fácilmente que no tiene el tono trágico de la llegada de la muerte sino, por el contrario, el tono festivo de la llegada del Reino de Dios a nuestra vida, que trae consigo el encuentro con el hijo de

Todos los Difuntos

Celebración de Todos los Fieles Difuntos, 2 nov. 08 Lect.: Job 19: 1. 23 – 27; Rom 14: 7 – 9. 10c - 12 Jn 14: 1 – 14 1. Cuando celebramos esta conmemoración de todos los difuntos se nos reaviva ternura y nostalgia por los que ya se fueron, familiares y amigos. Pero, sin duda, no pensamos solamente en ellos, pensamos también en nosotros. Con espíritu de fe, no vemos los muertos como desaparecidos, sino como quienes han concluido la carrera, el combate, diría Pablo. Es decir, como quienes ya han alcanzado la plenitud de vida humana. De alguna manera nos sirve esta celebración para pensarnos nosotros mismos, ver la propia plenitud a la que somos llamados. Aunque quizás deberíamos decir que en los difuntos no vemos a quienes ya alcanzaron la plenitud de vida, sino más bien a quienes se les ha manifestado ya con claridad la plenitud de vida que ya habían alcanzado aquí en su existencia corporal aunque entonces no la percibieran sino oscuramente, como en un espejo, como a través de eni