3er domingo de Adviento, 14 dic. 08
Lect.: Is 61: 1 – 2 a. 10 – 11; 1 Tes 5: 16 – 24; Jn 1: 6 – 8. 19 – 28
1. Hace poco, durante un viaje proyectaron una película supuestamente navideña. Solo miré fragmentos, estando más interesado en la lectura del libro que traía. Lo poco que vi me dio a entender que se trataba de ayudar al personaje principal a descubrir el espíritu navideño. Y este lo concretaban en las galletitas navideñas, el árbol adornado, los gorros de santa Claus, en fin en todo ese conjunto de personajes y decoraciones que caracterizan la forma contemporánea de celebrar la navidad. No había, por supuesto, ni la menor alusión a la persona de Jesús de Nazaret. Por contraste, en nuestros templos, nos preparamos a la fiesta navideña de una forma diferente. Ninguno de los signos comerciales externos se encuentra aquí dentro. El centro de la fiesta que preparamos está simbolizada en el portal, el pesebre de Belén. Es curioso que puedan coexistir en paralelo dos formas aparentemente tan diferentes de ver y vivir la Navidad. Como cristianos quisiéramos recobrar el sentido cristiano de toda la celebración de esta época. Quisiéramos ayudar a todos a descubrir que la alegría, la buena disposición de ánimo, las ganas de festejar propios de este tiempo de diciembre, encuentran una mayor dimensión cuando se unen con el acontecimiento que nos revela Jesús de Nazaret. Con él podemos redescubrir el sentido más profundo de la vida humana, las dimensiones más creativas de nuestras acciones y nuestra vida, y dar así raíces a nuestra esperanza y nuestra alegría. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo prepararnos para ayudar a redescubrir el sentido de la navidad?
2. Creo que podríamos decir en primer lugar que no se trata simplemente de quejarse de la paganización y comercialización de esta fiesta, de lo que no es ni debe ser, sino de mostrar lo que es, hacerla atractiva por sí misma. Para ello, este domingo el texto del evangelio nos da un consejo claro a nosotros como Iglesia: el camino para convertirse en testimonio del sentido auténtico de la navidad es el que nos marca la figura de Juan el Bautista. Es una actitud de sencillez, de humildad, de transparencia, resultado de comprender que él no es el protagonista de estos eventos. Él no es la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Él realiza un bautismo de agua, pero no es él quien sumerge en el espíritu de Dios. Él no es el Mesías, ni el profeta, es simplemente una voz que clama y anuncia. Para nosotros, cristianos aquí se plantea una lección sencilla y directa al Papa, a los Obispos, a los sacerdotes, y a todos los padres de familia responsables de la transmisión del mensaje cristiano a sus hijos, a la nueva generación. Nosotros no somos protagonistas, no somos ni debemos ser los actores principales de esta narración. Como el Bautista, debemos ser simples instrumentos que ayuden a que cada uno encuentre su camino hacia la luz, a que cada uno descubra la plenitud de su propia vida humana en lo que revela el Jesús que nace en el establo.
3. Pienso que, probablemente, la paganización y la comercialización de la navidad se ha producido en gran medida porque como Iglesia hemos olvidado y perdido la práctica de esa actitud de servicio humilde de anuncio y peor aún, hemos tratado de jugar de protagonistas, poniendo a la Iglesia y a la jerarquía eclesiástica como si fueran lo esencial del mensaje evangélico, siendo así que solo deben ser un instrumento a su servicio. Y esa presentación no solo no es atractiva sino que es contraproducentee para quienes siguen una búsqueda espiritual. Como Juan el Bautista, nuestra tarea no es otra que acompañar a nuestros hijos y alumnos, a las nuevas generaciones y a los alejados de las viejas generaciones, a que cada uno descubra en su propia vida la manera de allanar el camino para su encuentro personal con Dios.Ω
Lect.: Is 61: 1 – 2 a. 10 – 11; 1 Tes 5: 16 – 24; Jn 1: 6 – 8. 19 – 28
1. Hace poco, durante un viaje proyectaron una película supuestamente navideña. Solo miré fragmentos, estando más interesado en la lectura del libro que traía. Lo poco que vi me dio a entender que se trataba de ayudar al personaje principal a descubrir el espíritu navideño. Y este lo concretaban en las galletitas navideñas, el árbol adornado, los gorros de santa Claus, en fin en todo ese conjunto de personajes y decoraciones que caracterizan la forma contemporánea de celebrar la navidad. No había, por supuesto, ni la menor alusión a la persona de Jesús de Nazaret. Por contraste, en nuestros templos, nos preparamos a la fiesta navideña de una forma diferente. Ninguno de los signos comerciales externos se encuentra aquí dentro. El centro de la fiesta que preparamos está simbolizada en el portal, el pesebre de Belén. Es curioso que puedan coexistir en paralelo dos formas aparentemente tan diferentes de ver y vivir la Navidad. Como cristianos quisiéramos recobrar el sentido cristiano de toda la celebración de esta época. Quisiéramos ayudar a todos a descubrir que la alegría, la buena disposición de ánimo, las ganas de festejar propios de este tiempo de diciembre, encuentran una mayor dimensión cuando se unen con el acontecimiento que nos revela Jesús de Nazaret. Con él podemos redescubrir el sentido más profundo de la vida humana, las dimensiones más creativas de nuestras acciones y nuestra vida, y dar así raíces a nuestra esperanza y nuestra alegría. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo prepararnos para ayudar a redescubrir el sentido de la navidad?
2. Creo que podríamos decir en primer lugar que no se trata simplemente de quejarse de la paganización y comercialización de esta fiesta, de lo que no es ni debe ser, sino de mostrar lo que es, hacerla atractiva por sí misma. Para ello, este domingo el texto del evangelio nos da un consejo claro a nosotros como Iglesia: el camino para convertirse en testimonio del sentido auténtico de la navidad es el que nos marca la figura de Juan el Bautista. Es una actitud de sencillez, de humildad, de transparencia, resultado de comprender que él no es el protagonista de estos eventos. Él no es la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. Él realiza un bautismo de agua, pero no es él quien sumerge en el espíritu de Dios. Él no es el Mesías, ni el profeta, es simplemente una voz que clama y anuncia. Para nosotros, cristianos aquí se plantea una lección sencilla y directa al Papa, a los Obispos, a los sacerdotes, y a todos los padres de familia responsables de la transmisión del mensaje cristiano a sus hijos, a la nueva generación. Nosotros no somos protagonistas, no somos ni debemos ser los actores principales de esta narración. Como el Bautista, debemos ser simples instrumentos que ayuden a que cada uno encuentre su camino hacia la luz, a que cada uno descubra la plenitud de su propia vida humana en lo que revela el Jesús que nace en el establo.
3. Pienso que, probablemente, la paganización y la comercialización de la navidad se ha producido en gran medida porque como Iglesia hemos olvidado y perdido la práctica de esa actitud de servicio humilde de anuncio y peor aún, hemos tratado de jugar de protagonistas, poniendo a la Iglesia y a la jerarquía eclesiástica como si fueran lo esencial del mensaje evangélico, siendo así que solo deben ser un instrumento a su servicio. Y esa presentación no solo no es atractiva sino que es contraproducentee para quienes siguen una búsqueda espiritual. Como Juan el Bautista, nuestra tarea no es otra que acompañar a nuestros hijos y alumnos, a las nuevas generaciones y a los alejados de las viejas generaciones, a que cada uno descubra en su propia vida la manera de allanar el camino para su encuentro personal con Dios.Ω
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